San Onesíforo, mártir, discípulo de los apóstoles, de quien hace mención San Pablo escribiendo a Timoteo:
"El Señor haga merced a la casa de Onesíforo, porque muchas veces me consoló y no tuvo vergüenza de mi cadena... Dile al Señor que halle misericordia delante de su presencia en aquel día. Cuánto servicio me hizo en Efeso, mejor lo sabes tú."
Onesiphorus (Menologion of Basil II) - Wikipedia
Evidentemente, Onesiforo era alguien querido para el corazón de Pablo. Las palabras de Pablo dejan claro que Onesiforo fue alentador en sus esfuerzos y no tuvo miedo del estado de encarcelamiento de Pablo.
Mientras que muchos otros huyeron ansiosamente en aprensión, Onesiforo siguió siendo un verdadero amigo a través de Cristo.
Pablo también señaló cómo Onesíforo hizo mucho en Éfeso para apoyar y fortalecer la Iglesia primitiva allí. Es razonable asumir que los esfuerzos de este hombre discreto fueron importantes para extender el cristianismo.
La tradición cuenta que Onesiforo fue brutalmente martirizado bajo el reinado tiránico del emperador Domiciano.
Se dice que estaba atado a un caballo salvaje cerca del Hellesponto (el estrecho de agua que separa Europa de Asia, ahora conocido como los Dardanelos) y luego fue arrastrado violentamente hasta la muerte.
Se cree que un compañero suyo, Porfirio, fue martirizado al mismo tiempo. Onesiforo también se menciona en un libro apócrifo conocido como Hechos de Pablo y Thecla.
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“Siempre supimos que no era fácil ser Madre Teresa, todos pensamos que ella vivió un gran consuelo interior. Por eso nos sorprendimos tanto cuando supimos que no fue así”. Palabras de Brian Kolodiejchuck, sacerdote y postulador de la causa de canonización de la santa. Él la conoció personalmente, pero jamás imaginó que la diminuta religiosa hubiese padecido durante muchos años una “noche oscura”, un desierto interior que la asemejó dramáticamente a los pobres que acudía con pasión.
Ese aspecto desconocido de su vida salió a la luz en los más de 35 mil folios recopilados durante el proceso oficial de canonización. Unos 113 testimonios y otro material incluido en 81 tomos. En entrevista con el Vatican Insider, Kolodiejchuck habló sobre la elevación a los altares de Madre Teresa, prevista para el próximo domingo 4 de septiembre durante una misa celebrada por el Papa Francisco en la Plaza de San Pedro.
La Iglesia quiere mostrar a todos los fieles un ejemplo muy fuerte, alguien que vivió la vida cristiana y amó a Dios como ella lo amaba, y también en particular su vocación de servir a los pobres, a los más pobres entre los pobres. Es un verdadero modelo para nosotros en el mundo de hoy.
¿Se puede decir que es la mujer católica de mayor impacto en el siglo pasado?
Seguramente si. Siempre en las encuestas aparece como la mujer más admirada o, por lo menos, queda muy cerca del número uno. Más allá de la Iglesia tiene este respeto, la veneración de la gente y tal vez desde san Francisco de Asís pocos han tenido tanto eco como ella. Seguro hay otros santos grandes pero hablando del mundo, más allá, ella es una de las más importantes.
No miento si digo que después de haber realizado esta investigación ahora conozco más y mejor su vida, antes tenía un pedazo de la torta. Cuando terminé la “positio”, el documento sobre su vida y obra, exclamé: ¡Ahora la conozco mejor que antes! Un aspecto que para mi fue una sorpresa, como para todo el mundo, y el aspecto más heroico de su vida fue la oscuridad espiritual que vivió. Todos pensábamos que ser y actuar como Madre Teresa no era fácil, era evidente. Entonces pensábamos que debía experimentar una gran comunión, el consuelo que le daba la fuerza de hacer esto pero al contrario, esto fue el aspecto más sorprendente y, para mí, el aspecto singular, más heroico.
Sabemos este aspecto porque los jesuitas tuvieron la sabiduría de preservar sus cartas. Pasando ella por esta experiencia no quería que se supiera, pero fue muy bueno que los jesuitas lo hicieran porque se trata de un aspecto importante de su vida, es parte de su carisma de servir a los pobres porque estaba compartiendo esta oscuridad. Ella misma lo decía: la pobreza más grande del mundo de hoy es no ser amado, no ser querido, sentirse solo y ella experimentó eso de manera muy concreta, no solo la pobreza material.
Dios tiene la última palabra y él, conociendo mucho mejor que nosotros la situación envió una santa como Madre Teresa para dar este mensaje: sí es importante la tecnología y el desarrollo humano, pero no podemos olvidar a los pobres, no está bien olvidar los valores importantes que no son solamente éxito, fama, poder y dinero. La experiencia de toda la historia nos demuestra que esto nos hace perder el camino hacia Dios.
Una vez ella tenía que ir al aeropuerto y una persona fue a buscarla en coche. Esa persona estaba preocupada por el tiempo y tenía temor de llegar tarde al vuelo. A último minuto una hermana llegó a decirle a la Madre que había un niño enfermo y ella decidió ir a verlo, mientras el chofer estaba muy impaciente, haciendo caras y gestos de ansiedad. La Madre vio todo eso con tranquilidad, siguió sin problemas y después no lo regañó, solamente le explicó: “Tenía que ver a ese niño”. Su reacción era siempre de control, con fe.
Sí, claro. En diversos momentos estuvo enojada, porque tenía un carácter fuerte.
No. Durante este proceso, en el Vaticano nos aclararon que no debíamos demostrar que era una persona perfecta porque no lo es. Sólo Jesús y María, nadie más. Lo importante en la santidad es la fe, la esperanza y la caridad. En el caso de la Madre, su trabajo por la caridad se conoce muy bien pero ahora también quedó claro –después de la investigación- que su vivencia de la fe es el aspecto más heroico en ella.
1. "El que no vive para servir, no sirve para vivir"
2. "La revolución del amor comienza con una sonrisa. Sonríe cinco veces al día a quien en realidad no quisieras sonreír. Debes hacerlo por la paz"
3. "A veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara una gota"
4. "Si no se vive para los demás, la vida carece de sentido"
5. "Cuando la puerta de la felicidad se cierra, otra puerta se abre, pero algunas veces miramos tanto tiempo aquella puerta que se cerró que no vemos la que se ha abierto frente a nosotros"
6. "Es cierto que no sabemos lo que tenemos hasta que lo perdemos, pero también es cierto que no sabemos lo que nos hemos estado perdiendo hasta que lo encontramos"
7. "Mientras el trabajo sea más repugnante, mayor ha de ser nuestra fe y más alegre nuestra devoción"
8. "Hay que cuidarse del orgullo, porque el orgullo envilece cualquier cosa"
9. "Yo soy el lápiz de Dios. Un trozo de lápiz con el cual Él escribe aquello que quiere"
10. Cuando el periodista de ABC Francisco de Andrés le preguntó hace 27 años: "Madre, ¿no le molesta la fama de santa que despierta en todas partes?", ella respondió: "No, ¿por qué habría que molestarme? Para mí es un deber luchar por la santidad como para todos los cristianos".
11. "Si alguien necesita un pedazo de pan, basta ofrecérselo para saciarlo; si necesita descanso, basta una cama. Pero ante un ser humano abandonado, no basta la ayuda material, se precisa una ayuda efectiva y espiritual que es mucho más difícil. Por eso es tan importante la labor de nuestras hermanas. Ellas entienden muy bien esas necesidades".
12. "Perdonar nos da un corazón puro, y el que tiene un corazón puro puede amar a Dios".
Hubiera querido ser monje, pero contrariamente a su deseo, fue elegido Papa. Se demostró entonces un hombre de acción práctico y emprendedor. Dio inicio a una profunda reforma de la Iglesia y nos dejó numerosos escritos. La grandeza de su obra le valió el apelativo de “Magno”.
Gregorio nació en Roma en torno al año 540 en el seno de una rica familia patricia romana, la gens Anicia, de fe cristiana y conocida por los servicios prestados a la Sede Apostólica. Sus padres, Gordiano y Silvia (a quien la Iglesia venera como santa el 3 de noviembre) le transmitieron los valores evangélicos con el ejemplo.
Después de cursar estudios de Derecho, Gregorio emprendió la carrera política y ocupó el cargo de Prefecto en Roma. Esta experiencia le ayudó a conocer los problemas reales de la ciudad y a desarrollar un profundo sentido del orden y la disciplina.
Pocos años después decidió retirarse, atraído por la vida monástica. Donó sus bienes a los pobres y convirtió la casa paterna, situada en el Celio, en un monasterio dedicado a san Andrés. Allí, en el recogimiento, se entregó a la oración y al estudio de la Sagrada Escritura y de los Padres de la Iglesia.
Pero el Papa Pelagio II lo nombró diácono y lo envió a Constantinopla como su aprocrisario –nuncio apostólico-. Allí estuvo seis años, durante los cuales, además de llevar a cabo las tareas diplomáticas que le había confiado el Pontífice, siguió viviendo como monje con otros religiosos.
A su regreso a Roma, volvió a su monasterio del Celio. Tras la muerte de Pelagio II, en el 590, fue elegido como su sucesor.
Gregorio tuvo que afrontar un periodo difícil: los longobardos habían invadido la península Itálica, lluvias e inundaciones habían provocado numerosas víctimas y grandes daños, y muchas zonas se vieron afectadas por la carestía y la peste.
Gregorio exhortó a los fieles a la oración y la penitencia, invitándoles a participar, durante tres días, en una solemne procesión penitencial hacia la basílica de Santa María la Mayor. Se cuenta que, mientras atravesaban el puente que enlaza la zona del Vaticano con el centro de Roma, Gregorio y la multitud tuvieron una visión del arcángel Miguel sobre la Mole Adriana, interpretándola como un signo celeste que anunciaba el final de la epidemia.
A partir de este episodio, el antiguo mausoleo fue llamado Castel Sant’Angelo –castillo del santo ángel-.
Durante su pontificado, Gregorio reorganizó la administración pontificia y se ocupó de la Curia romana, muchos de cuyos miembros eclesiásticos y laicos tenían intereses muy distintos de los espirituales y caritativos; por este motivo, confió numerosos encargos a monjes benedictinos. Reformó las actividades eclesiásticas en las diversas sedes episcopales.
Estableció también que los bienes de la Iglesia fueran utilizados para su propia subsistencia y para la obra de evangelización del mundo; y gestionados con absoluta rectitud, justicia y misericordia.
Gregorio empleó sus propios bienes y los legados a la Iglesia para ayudar a los fieles: compraba y distribuía trigo, socorría a los necesitados, sustentaba a los sacerdotes, monjes y religiosos de clausura en situación de dificultad, pagaba rescates por los prisioneros.
Trabajó por la paz promoviendo treguas y armisticios. A él se deben también decisiones políticas encaminadas a salvaguardar Roma –olvidada por los emperadores- y negociaciones con los longobardos para asegurar la paz en Italia central. Gregorio estableció con ellos relaciones fraternales, se preocupó por su conversión y envió misiones de evangelización a los visigodos de España, los francos y los sajones. Envió a Britania al prior del convento de san Andrés en el Celio, Agustín –quien fue después obispo de Canterbury- y a cuarenta monjes.
Gregorio reformó la Misa y la hizo más simple; promovió también el canto litúrgico, que tomó de él el nombre de “canto gregoriano”. Su epistolario cuenta con más de 800 cartas. Se conservan también numerosas homilías suyas. Entre sus obras, destacan Moralia in Iob (Comentario moral al libro de Job), en el que afirma que el ideal moral consiste en la integración armoniosa entre palabra y acción, pensamiento y esfuerzo, oración y dedicación a los propios deberes; y la Regla pastoral, en la que traza la figura del obispo ideal, insiste en el deber del pastor de reconocer diariamente su propia miseria, y profundiza en la virtud de la humildad.
Para demostrar que la santidad es siempre posible, Gregorio escribe los Diálogos, una hagiografía en la que narra el ejemplo que dieron hombres y mujeres, tanto canonizados como no, acompañándolo con reflexiones teológicas y místicas. Es especialmente conocido el libro II, dedicado a san Benito de Nursia.
Se puede decir que Gregorio fue el primer Papa que utilizó el poder temporal de la Iglesia, sin olvidar por ello el aspecto espiritual de su tarea. Se mantuvo siempre simple y humilde, tanto que en sus cartas oficiales se definía “Servus servorum dei”, siervo de los siervos de Dios, apelativo conservado por sus sucesores.
Murió el 12 de marzo del año 604, y fue sepultado en la Basílica de San Pedro.
http://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/audiences/2008/documents/hf_ben-xvi_aud_20080528.html
http://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/audiences/2008/documents/hf_ben-xvi_aud_20080604.html
Con este nombre se celebra una fiesta el 8 de septiembre. No se trata, como en las fiestas de la Asunción y de la Inmaculada, de un dogma, sino de una conmemoración.
La celebración de la fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen María, es conocida en Oriente desde el siglo VI. Fue fijada el 8 de septiembre, día con el que se abre el año litúrgico bizantino, el cual se cierra con la Dormición, en agosto. En Occidente fue introducida hacia el siglo VII y es una de aquellas cuatro principales fiestas de María en honor de las cuales el Papa Sergio I organizó una solemne procesión que salía de la iglesia de San Adriano en el foro romano y terminaba en Santa María Mayor, donde se celebraba la Misa.
El Evangelio no nos da datos del nacimiento de María, pero hay varias tradiciones. Algunas, considerando a María descendiente de David, señalan su nacimiento en Belén. Otra corriente griega y armenia, señala Nazareth como cuna de María.
Los orígenes de esta fiesta hay que buscarlos en Oriente y probablemente en Jerusalén. Ya en el siglo V existía en Jerusalén el santuario mariano situado junto a los restos de la piscina Probática, o sea, de las ovejas. Debajo de la hermosa iglesia románica, levantada por los cruzados, que aún existe-la Basílica de Santa Ana- se hallan los restos de una basílica bizantina y unas criptas excavadas en la roca que parecen haber formado parte de una vivienda que se ha considerado como la casa natal de la Virgen.
Esta tradición, fundada en apócrifos muy antiguos como el llamado Protoevangelio de Santiago (siglo II), se vincula con la convicción expresada por muchos autores acerca de que Joaquín, el padre de María, fuera propietario de rebaños de ovejas. Estos animales eran lavados en dicha piscina antes de ser ofrecidos en el templo.
El primer testimonio de la fiesta es un himno de Román el Melodo (año 560). Para San Andrés de Creta (740) esta fiesta es ya una antigua tradición.
En Occidente se introdujo en el siglo VII. Además de la noticia del Liber Pontificalis referente a la procesión ordenada por Sergio I, tenemos el testimonio de los sacramentarios romanos a partir del Gelasiano antiguo.
No obstante, la fiesta se propagó muy lenta y desigualmente en Occidente: en Milán en tiempo de Beroldo (1124) era desconocida, no obstante hallarse consignada en los Martirologios.
Amalario ni siquiera hace mención de la misma. En cambio, en el Concilio de Reims (630) se prescribe como día festivo. A partir del siglo XI-XII se halla generalmente establecida. La octava fue debida a un voto de los cardenales en el difícil cónclave de 1241. Gregorio XI (1378) la dotó de una vigilia.
Es la fiesta patronal de muchísimos santuarios y es así un bella manera de simbolizar el nacimiento espiritual de la Virgen en muchos pueblos. En los nuevos libros litúrgicos promulgados por Pablo VI, esta fiesta ha sido muy revalorizada, principalmente, por sus dos himnos nuevos: uno de autor anónimo del s. X y otro de S. Pedro Damián.
Canten hoy, pues nacéis vos,
los ángeles, gran Señora,
y ensáyense, desde ahora,
para cuando nazca Dios.Canten hoy, pues a ver vienen
nacida su Reina bella,
que el fruto que esperan de ella
es por quien la gracia tienen.Digan, Señora, de vos,
que habéis de ser su Señora,
y ensáyense, desde ahora,
para cuando nazca Dios.Pues de aquí a catorce años,
que en buena hora cumpláis,
verán el bien que nos dais,
remedio de tantos daños.Canten y digan, por vos,
que desde hoy tienen Señora,
y ensáyense, desde ahora,
para cuando nazca Dios.Y nosotros, que esperamos
que llegue pronto Belén,
preparemos también,
el corazón y las manos.Vete sembrando, Señora,
de paz nuestro corazón,
y ensayemos, desde ahora,
para cuando nazca Dios. Amén.
Fuentes: (GER) A. M. Franquesa Garrós.
M. RIGHETTI,Historia de la liturgia, I, Madrid 1955, 911-912; J. PASCHER, El año litúrgico, Madrid 1966, 686; G. MORIN, Une préface du Miss. Gothicum supposant la fete de la Nativité de N. Dame en pays gallican dès le VII siècle, en “Revue Bénédictine” (1945-46) 9-11; J. LEROY, Un texte peu remarqué sur la fete de la Nativité de N. Dame, en “Revue de sciences religieuses” (1938) 282-289.
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La guerra en Gaza no solo está costando la vida a miles de personas, hiriendo a otras tantas y creando una inestabilidad en Oriente Medio muy peligrosa. También está amenazando un patrimonio histórico y cultural que ya se conservaba en un estado precario.
En diciembre, la UNESCO se manifestó «profundamente preocupada por el impacto de los combates en curso» sobre el patrimonio cultural en Palestina. En una declaración, solicitaba a todas las partes involucradas en el conflicto que impidieran que los bienes culturales fueran blanco de ataques.
Dentro de ese patrimonio se encuentra uno de los monasterios cristianos más antiguos de Palestina, el complejo de San Hilarión que data del siglo IV después de Cristo. Destruido en el siglo VII, estaba decorado con mosaicos e incluía dos iglesias, un baptisterio un cementerio y las celdas de los ermitaños.
En esa sesión de diciembre, el Comité Intergubernamental de la UNESCO para la Protección de los Bienes Culturales en caso de Conflicto Armado decidió conceder una «protección reforzada provisional» al monasterio en virtud de la Convención de La Haya de 1954. En julio, la organización ha incluido a San Hilarión en la lista del patrimonio mundial en peligro.
Aunque ya formaba parte del elenco provisional del patrimonio de la UNESCO desde 2012, su estatus ha sido rápidamente aprobado en pocos meses mediante un procedimiento de emergencia ante el recrudecimiento de la guerra. La UNESCO había manifestado su preocupación por la falta de una estrategia eficiente para preservar las ruinas del monasterio. Desde 2018 se conservaba gracias a fondos internacionales. El nuevo estatuto permitirá al sitio arqueológico obtener más ayuda financiera de la UNESCO, pero, sobre todo, debería servir para presionar a las partes en conflicto para evitar daños en el complejo.
El monasterio de San Hilarión, en el complejo arqueológico de Tell Umm Amer, es uno de los más antiguos de Oriente Medio. Fue fundado por san Hilarión, natural de Gaza, y albergó a la primera comunidad monástica de Tierra Santa. Para la UNESCO constituye «un testimonio excepcional y único del cristianismo en Gaza».
Santa Sabina vivió en el siglo II. Era una noble romana que fue decapitada por odio a su fe cristiana. Según las informaciones que han llegado hasta nuestros días, era la esposa del senador Valentino, y se convirtió al cristianismo por influencia de la esclava Serapia.
Serapia y Sabina bajaban juntas de noche a las catacumbas, donde se reunían clandestinamente los cristianos para escapar de las persecuciones. El siglo II después de Cristo fue uno de los periodos más sangrientos para las comunidades cristianas, que eran continuamente objeto de violencias y abusos.
Cuando Serapia fue capturada y torturada hasta la muerte, Sabina salió al descubierto. Fue llevada ante el prefecto Elpidio, que la presionó para que abjurara. Sin embargo, ella no dudó en rechazar esta posibilidad, reafirmando su sólida fe en Jesucristo, y fue condenada a muerte por decapitación. Su martirio ocurrió cerca del año 120.
Las reliquias de las dos mártires se encuentran en la Basílica romana de Santa Sabinaen el Aventino, fundada en entre el 422 y el 432 por Pedro de Illiria, sobre los restos de un antiguo Titulus Sabinae. Esta basílica es la primera estación cuaresmal: en ella, los Pontífices pronuncian sus homilías los Miércoles de ceniza. Santo Domingo fundó allí su orden en el 1219. Uno de los dominicos más célebres, Santo Tomás de Aquino, dio clases en el convento adjunto a la basílica.
Santa Sabina, romana, en su Iglesia del Aventino (© Musei Vaticani)
Santa Sabina es representada con un libro, una palma y una corona, siguiendo una de sus primeras representaciones (del siglo VI) en la iglesia de san Apolinar Nuevo, en la ciudad italiana de Rávena.
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Incluso en momentos de crisis se ha recurrido a él haciendo interpretaciones muy variadas de sus escritos, que van desde la Escuela de S. Víctor y Tomás de Aquino, en el Medievo, hasta Lutero, Bayo o Jansenio en la Edad Moderna.
Nace en Tagaste (hoy Souk Ahras, en Argelia) el 13 de noviembre de 354. Su padre Patricio era un consejero municipal y un modesto propietario, que recibiría el bautismo poco antes de morir (371). Su madre Mónica era una cristiana fervorosa que procuró educarlo en la fe, pero no lo hizo bautizar, siguiendo la costumbre de la época de aplazar la recepción de este sacramento. Realizó los primeros estudios de gramática en Tagaste, y, más tarde, los continuó en Madaura.
En 370 pudo viajar a Cartago, gracias a la ayuda de su amigo Romaniano, para completar los estudios de dialéctica y retórica. En esta ciudad el joven Agustín se dejó arrastrar por el ambiente disoluto que reinaba entre los estudiantes. Finalizados los estudios enseñó retórica en Cartago (375-383), Roma (384) y Milán (384-386).
La lectura del Hortensius de Cicerón, cuando tenía 19 años, le despierta un gran amor a la verdad y a la sabiduría. Por esas fechas leyó la Biblia, pero la juzgó muy peyorativamente por estar escrita en un lenguaje que él consideraba “bárbaro” y de escaso nivel literario. Se adhirió a los maniqueos, en calidad de auditor (oyente), Poco a poco, conforme fue profundizando en el estudio de la filosofía, descubrió la falsedad del maniqueísmo.
En otoño de 384 se traslada a Milán donde había ganado la cátedra de retórica latina. Allí a la edad de 32 años comenzó su retorno a la vida cristiana. La predicación de San Ambrosio le ayudó a disipar algunas dificultades que presentaba el maniqueísmo en cuanto a la exégesis de la Escritura, dado que el santo Obispo de Milán hacía una interpretación alegórica de diversos pasajes del Antiguo Testamento, en vivo contraste con el literalismo maniqueo.
Con todo, el acontecimiento que determinó más radicalmente su conversión se nos narra por el propio protagonista en las Confessiones. Se había retirado Agustín a una finca en Casiciaco (cerca de Milán), en compañía de su madre, y un grupo de amigos. Allí se debatía interiormente en largas vacilaciones y enfrentamientos interiores, cuando estando en el jardín de la casa oyó una voz infantil que le decía tolle et lege (toma y lee).
Como tenía cerca un códice las epístolas de San Pablo, lo abrió al azar y pudo leer el pasaje de Rom 13, 13, y al instante se le disiparon todas las dudas y decidió recibir el bautismo. Se inscribe entre los catecúmenos y es bautizado en Milán la noche del 24 al 25 de abril en la solemne vigilia pascual del año 387.
Toma la decisión de regresar a África, y antes de finalizar el mes de agosto llega a Ostia, donde tiene lugar un bellísimo coloquio entre S. Agustín y su madre, en vísperas de la muerte de Mónica. Vuelto a Tagaste pone en marcha un proyecto de vida retirada en unión con un grupo de amigos, llevando una vida ascética, a semejanza de una comunidad monástica.
En el 391 viaja a Hipona para buscar un lugar donde poder asentar un monasterio. Estando en esas negociaciones el obispo Valerio y el pueblo de Hipona lo eligen para el presbiterio de la ciudad. Luego será consagrado obispo de Hipona y comenzará así un nuevo capítulo de su vida.
Cuando muere el anciano obispo Valerio le sucederá en la diócesis hiponense. Agustín se centra en llevar a cabo una agotadora labor pastoral, a la vez que hurtaba horas al sueño para escribir tratados y comentarios teológicos, no sólo en beneficio de sus feligreses, sino de todo el que le pedía una ayuda en este sentido, ya fuera un hispano de la Gallaecia, como Orosio, que deseaba una orientación sobre el priscilianismo, ya fuera un diácono de Cartago, como Deogracias que le pide una orientación catequética y que le mueve a escribir el tratado De catechizandiis rudibus.
Un índice de su intensísimo quehacer pastoral lo recordó Benedicto XVI en la Spe salvi (nº29), cuando cita las palabras del mismo Agustín en uno de sus sermones:
“Corregir a los indisciplinados, confortar a los pusilánimes, sostener a los débiles, refutar a los adversarios, guardarse de los insidiosos, instruir a los ignorantes, estimular a los indolentes, aplacar a los pendencieros, moderar a los ambiciosos, animar a los desalentados, apaciguar a los contendientes, ayudar a los pobres, liberar a los oprimidos, mostrar aprobación a los buenos y [¡pobre de mí!] amar a todos” (Serm., 340, 3).
Gracias a su biógrafo Posidio conocemos la enorme cantidad de sus escritos (un total de mil treinta números, entre libros, cartas y tratados) recogidos en el Indiculus o lista añadida a la Vita Augustini, aunque haya que consignar también otras obras a las que el biógrafo no les asignó un número concreto.
De todos sus escritos el más famoso serán las Confessiones, que no es tanto una biografía, según el sentir actual, sino la narración de la vida orante de Agustín que es toda ella una “alabanza” (confessio) a Dios.
Entre sus obras apologéticas destaca la Ciudad de Dios, que ha conocido también una gran notoriedad a través del tiempo. Con ella, Agustín salía al paso de las acusaciones de los paganos a los cristianos, a raíz de la conquista y saqueo de Roma por Alarico (410). Pero sobre todo es muy original su visión de la humanidad dividida en dos ciudades, nacidas de dos amores: el amor de sí y el amor de Dios. La conclusión señala el éxito final de la Ciudad de Dios, guíada por la Providencia divina.
Una de las características de su personalidad como pastor de la Iglesia fue presentar la verdad cristiana en los ambientes en que era combatida por errores doctrinales como el maniqueísmo, el arrianismo, el donatismo, el priscilianismo o el pelagianismo. Fue el alma de una conferencia del 411 entre obispos católicos y donatistas y el artífice principal de la solución del cisma donatista y de la controversia pelagiana.
Se puede afirmar que fue un gran polemista, cuyos argumentos aparecen en su numerosas obras, entre las que podemos citar: Contra el maniqueo Fausto, Contra el sermón de los arrianos, Sobre la unidad de la Iglesia, Conmonitorio sobre el error de los priscilianistas y de los origenistas, Sobre la naturaleza y la gracia, etc.
Sus escritos exegéticos y teológicos son también de extraordinaria calidad. Baste citar su célebre tratado Sobre la Trinidad, donde aporta inestimables intuiciones sobre la explicación psicológica de las procesiones y la doctrina de las propiedades personales del Espíritu Santo.
Podríamos continuar con sus obras pastorales y morales, como Sermones, cartas, etc., pero esto sería superar con mucho los límites que nos hemos impuesto.
Murió el 28 de agosto de 430, durante el tercer asedio de Hipona por los vándalos. Fue sepultado, probablemente, en la Basilica pacis, la catedral; luego sus restos, en fecha incierta fueron llevados a Cerdeña, y de aquí , hacia el 725, pasaron a la basílica de S. Pietro in Ciel d’Oro, de Pavia, donde reposan en la actualidad, y donde fueron visitados por el Papa Benedicto XVI.
Miniserie de TV de dos episodios. Los vándalos están asediando Hipona, en el norte de África, y el Papa teme por la vida de su obispo, Agustín. Por eso envía un barco para rescatarlo y traerlo a Roma sano y salvo.
Una tropa del ejército romano atraviesa las líneas enemigas y llega hasta Hipona, consiguiendo reavivar la esperanza de un pueblo subyugado por el poder vándalo.
"Deseaba venir a venerar los restos mortales de san Agustín, para rendir el homenaje de toda la Iglesia católica a uno de sus "padres" más destacados, así como para manifestar mi devoción y mi gratitud personal hacia quien ha desempeñado un papel tan importante en mi vida de teólogo y pastor, pero antes aún de hombre y sacerdote". (Benedicto XVI ante la tumba de San Agustín, 21 de abril de 2007)
Agustín nació en Tagaste (Argelia) el 13 de noviembre del año 354. Su padre, Patricio, era pagano. Su madre, Santa Mónica, fue un modelo acabado de esposa y madre cristiana: sus virtudes ejemplares, su sufrimiento y su oración conseguirían, primero, la conversión de su marido, quien se bautizó a la hora de la muerte, y, después, la de sus hijos.
Santa Mónica ejerció sobre Agustín una influencia decisiva. Éste nos ha dejado en sus Confesiones el mejor elogio de su madre. Sin embargo, como él mismo relata en dicha obra, la juventud de Agustín se distinguiría por una conducta de libertinaje, junto con una búsqueda incesante de la verdad.
Cursó estudios en su ciudad natal, Tagaste, y posteriormente en Manila y Cartago. A los 17 años se procuró una concubina, con la que tuvo un hijo.
La lectura del Hortensio, de Cicerón, despertó en él la vocación filosófica. Fue maniqueo puritano desde los diecinueve años hasta los veintinueve.
Decepcionado por el maniqueísmo, que concebía al mundo como una oposición sostenida entre los principios del bien y del mal, fue a Roma en el año 383, abrió escuela de retórica y se entregó al escepticismo académico.
Al año siguiente ganó la cátedra de Retórica de Milán. En esta ciudad acudió a escuchar los sermones de San Ambrosio, quien influyó mucho en la vida de Agustín al hacerle cambiar de opinión sobre la Iglesia católica, la fe, la exégesis y la imagen de Dios.
Tuvo contacto con un círculo de neoplatónicos de la capital, uno de cuyos miembros le dio a leer las obras de Plotino y Porfirio, que determinaron su conversión intelectual.
La conversión del corazón sobrevino poco después, en septiembre de 386, de un modo inopinado. Al año siguiente, su madre, Santa Mónica, quien tanto influyera con su oración y sufrimiento en la conversión de su hijo, murió en Ostia, Italia. Su fiesta se celebra el día anterior a la de su hijo, el 27 de agosto.
Deseoso de ser útil a la Iglesia, Agustín volvió a su continente natal, África, y comenzó a planear una reforma de la vida cristiana.
Tres años más tarde fue ordenado presbítero en Hipona para ayudar a su anciano obispo Valerio. Éste, en 396, le consagró obispo, y a su muerte el año siguiente Agustín le sucedió en la sede episcopal. Bajo su orientación la Iglesia africana, derrotada, recobró la iniciativa.
Agustín fue desarmando y desenmascarando las herejías que estaban más difundidas en la época. Los últimos años de su vida se vieron turbados por la guerra. Los vándalos sitiaron su ciudad y tres meses después, el 28 de agosto de 430, murió en pleno uso de sus facultades y de su actividad literaria.
Era de constitución fuerte y sana, como lo demuestran sus actividades, trabajos, viajes y serena ancianidad; sus enfermedades se debieron a constantes excesos de fatiga, ascesis y apostolado. La ilusión de su vida fue la verdad para todos los hombres.
Pendiente de sus circunstancias, vivió luchando, aunque era de carácter sereno y apacible. Convirtió su pequeña diócesis en corazón de la cristiandad. Hoy sus restos mortales descansan en Pavía.
Comúnmente es representado con traje de obispo o de monje, llevando en la mano un libro, un corazón o una iglesia.
Sus numerosas obras nos han llegado casi en su totalidad y en buen estado. En ellas trata muy diversos temas, desde los que hablan de su propia vida, como las Confesiones y los Soliloquios, hasta varias obras de tema moral y ascético, pasando por otras de carácter exegético y muchas apologéticas —entre ellas La Ciudad de Dios— y con argumentos contra el maniqueísmo y las principales herejías de su tiempo.
La vocación de San Agustín, su misión, consistió en recoger, coordinar, asimilar y transmitir dos culturas, la grecorromana y la judeocristiana. Lorealizó tan perfectamente, que se constituyó en genio de Europa. Marcó una nueva ruta al pensamiento y su influjo en la espiritualidad cristiana ha sido notable.
Tenía grandes cualidades humanas: inteligencia poderosa para la síntesis y el análisis, voluntad ardiente e indomable, sensibilidad tierna y viril, vitalidad exuberante, imaginación creadora, iniciativa inagotable, estilo encantador, sentido del humor y del ridículo.
Fue el primer filósofo que adaptó una teología racional a los tres problemas radicales de la existencia, la verdad, el ser y el bien; y casi el primer teólogo que confió en una filosofía crítica, frente a los dogmatismos y fideísmos ilusorios, considerando el entendimiento como revelación natural.
Hombre de una sola pieza, unificó su vida, sus obras y sus intenciones en un sistema vivo y dialéctico, a veces implícito. Teoría y práctica son en él dos formas de una sola postura, si bien es exagerado decir que sus teorías son generalizadoras de sus experiencias.
Cada tesis tiene valor desde su fundamento, pero el fundamento florece en cada tesis. Su obra podría definirse como antropología teológica, y, en este sentido, podría hablarse de un humanismo cristiano: la condición humana es su punto de partida, incluso para demostrar la existencia de Dios.
La posteridad ha venerado siempre a este gran genio, y muchas ciencias humanas encuentran en su pensamiento muchas de sus bases y postulados de fondo. Se le ha reconocido el ser un pensador evolutivo, teológico y católico.