En el pequeño pueblo italiano de Greccio, hace 800 años, Francisco de Asís decidió celebrar la Navidad recreando el nacimiento, lo que se convertiría en una de las tradiciones más arraigadas del cristianismo para esta festividad.
En el año 1223, el fundador de la orden de los franciscanos pidió permiso al entonces papa Honorio II para que le dejara celebrar el nacimiento de Jesús de manera que "exaltara la devoción de los fieles", según el relato del teólogo san Buenaventura, quien escribió sobre la vida de Francisco de Asís.
Con el aval del pontífice, cuenta, "hizo preparar un pesebre con el heno correspondiente y mandó traer al lugar un buey y un asno" a una cueva que se encontraba cerca de la ermita (capilla) de la localidad de Greccio, un pequeño pueblo de la región italiana de Lacio.
Allí, en medio del pesebre montado con ayuda de los pobladores, Francisco de Asís celebró la fiesta del nacimiento de Jesús con una tradición que año a año se recrea en el pueblo.
"No sabemos si en la época de Francisco se representaba realmente a María y José, o si solo se imaginaba la presencia de esas figuras. Lo que sí sabemos es que las escenas posteriores empezaron a incorporar dioramas y actores reales, y que el elenco de personajes se fue ampliando gradualmente más allá de María, José y el dulce niño Jesús, hasta incluir a veces a todo un pueblo", explica una reseña de The Smithsonian al respecto.
Un ciudadano de Greccio, vestido de san Francisco, actúa el 24 de diciembre de 2007 en una reconstrucción del primer pesebre de Jesús que organizó del santo italiano, en el año 1223. (Crédito: Paolo Tosti/AFP/Getty Images)
¿Cómo se inspiró Francisco de Asís para la creación del primer pesebre viviente?
El relato del nacimiento de Jesús está narrado en dos evangelios de la Biblia: el de Lucas y el de Mateo. Según el texto atribuido a Lucas, cuando María estaba embarazada, ella y José salieron desde Nazaret a Belén para empadronarse, en virtud de un decreto del entonces emperador.
"Y sucedió que, mientras estaban allí, le llegó a ella el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada", cuenta el relato bíblico, y agrega después la llegada de pastores a venerarlo.
El evangelio de Mateo suma a la escena un elemento que con el tiempo también se ha vuelto característico de los belenes: los "Magos de Oriente", conocidos como los Reyes Magos, que llegaron al lugar del nacimiento con regalos para el "rey de los judíos".
¿Cómo se le ocurrió a Francisco de Asís hacer una representación viviente de esta escena? El papa Francisco, que eligió su nombre en honor al santo italiano, abordó la cuestión en una carta apostólica de 2019 que menciona el viaje de su homónimo a Tierra Santa, que tuvo lugar entre 1219 y 1220.
"Después de su viaje a Tierra Santa, aquellas grutas [italianas] le recordaban de manera especial el paisaje de Belén", cuenta. Además, dijo, es posible que quedara impresionado por los mosaicos que representaban la escena del nacimiento en la Basílica de Santa María la Mayor, en Roma. "Francisco no desea crear una bella obra de arte, sino, a través del belén, provocar estupor ante la extrema humildad del Señor, ante las penalidades que sufrió [...] en la pobre gruta de Belén", agregó el pontífice en una audiencia el pasado 20 de diciembre.
En esa iglesia había desde el siglo V representaciones del nacimiento y allí había llevado el papa Sixto III fragmentos de lo que se consideraba el pesebre de Jesús, la "santa cuna".
Un agregado que no estaba en el relato bíblico: el buey y el asno
Sin embargo, los relatos bíblicos no mencionaban la presencia de animales, tal como explica la profesora de Historia de la Universidad de Georgetawn, Vanessa Corcoran.
Los animales empiezan a aparecer en los textos religiosos en el entorno del siglo VII, dice.
"Una serie de relatos de los primeros cristianos —entre ellos el conocido como Evangelio de la Infancia de Mateo— que sirvieron de base a la devoción religiosa popular, intentaron llenar el vacío existente entre la infancia de Cristo y el comienzo de su ministerio. Este texto fue el primero en mencionar la presencia de animales en el nacimiento de Jesús", explica.
El texto, según su recuento, dice que María entró al establo con su bebé y "el buey y el asno le adoraron".
La descripción fue citada posteriormente en textos medievales y finalmente quedó firme en la tradición.
De Greccio a toda la cristiandad: la popularización de los belenes
La idea de Francisco de Asís tuvo arraigo y las representaciones comenzaron a extenderse por toda Italia, reseña la agencia de noticias católica ACI Prensa.
En Nápoles, en los siglos XIV y XV, se crearon las primeras figuras que representaron la natividad. Una persona clave en esta etapa fue san Cayetano de Thiene, que en 1534 creó un gran pesebre con figuras de madera vestidas con atuendos de la época, que se instaló en el oratorio de la iglesia napolitana Santa Maria de la Stalletta.
La tradición se extendió a palacios, casas señoriales y otras residencias privadas durante la época del Barroco y entró en España de la mano de Carlos III. En el siglo XIX, la fabricación en serie de las figuras permitió que la costumbre se abriera paso en los hogares.
¿Cómo sería nuestro proyecto de vida si hubiéramos podido trazarlo personalmente? Con seguridad, no dejaríamos fuera a tantas personas que amamos; pero ¿dejaríamos fuera a las demás, nos serían indiferentes?
La fe cristiana nos dice que Dios tiene un proyecto para cada uno de nosotros, que es, a la vez, una propuesta y una llamada para todos. Es un proyecto de amor y el amor es “benevolencia”, querer el bien para el otro. Nuestra respuesta debería ser una respuesta de amor a Dios, y, en consecuencia, a los demás. Lo dijo Benedicto XVI en su audiencia general del 5 de diciembre al explicar cómo “Dios revela su benévolo designio”.
El plan de Dios: un proyecto de amor
1. El plan misterioso de Dios. Esa expresión, “benévolo designio”, figura en el himno que san Pablo dedica al plan maravilloso de Dios, lleno de misericordia y de amor (cf. Ef 1, 3-14).
Siguiendo la interpretación de san Pablo, señala el Papa, que nosotros existimos en la mente de Dios desde la eternidad y formamos parte de un gran proyecto del amor de Dios que ha decidido revelar en “la plenitud de los tiempos” (v. 10), es decir con la venida de Cristo.
No somos, por tanto, el resultado de una casualidad, sino el fruto de “un proyecto de bondad de la razón eterna de Dios, que con la fuerza creadora y redentora de su Palabra, da origen al mundo”. Hemos sido elegidos para vivir en Cristo. “En Él existimos, por así decirlo, ya desde siempre. Dios nos considera en Cristo, como hijos adoptivos”.
Cristo en el centro de la vida y del mundo
2. El objetivo: recapitular todas las cosas en Cristo. ¿Cuál es –se pregunta el Papa– el objetivo final de este plan misterioso? ¿Cuál es el centro de la voluntad de Dios? Y responde, con san Pablo: "hacer que todo tenga a Cristo por cabeza" (v. 10).
“En esta expresión –señala el Papa– se encuentra una de las formulaciones centrales del Nuevo Testamento, que nos hacen entender el plan de Dios, y su designio de amor por la humanidad”. En el siglo II, san Ireneo de Lyon la colocó como núcleo de su cristología. Y san Pío X se inspiró en ella para el lema de su pontificado (“Restaurar todas las cosas en Cristo”) que usó en la consagración delmundo al Sagrado Corazón de Jesús.
Para San Pablo, “recapitular el universo en Cristo” significa, en términos de Benedicto XVI, que “Cristo se presenta como el centro de todo el camino del mundo, la columna vertebral de todo, que atrae a sí mismo la totalidad de la realidad misma, para superar la dispersión y el límite, y conducir todo a la plenitud querida por Dios” (cf. Ef. 1,23).
La autocomunicación de Dios en Cristo
3. Este designio benevolente ha sido revelado en Cristo, por medio de la autocomunicación de Dios. Pues bien, este designio divino no ha permanecido escondido para siempre, sino que Dios lo ha revelado a los hombres. Y no como un conjunto de verdades, sino como una auto-comunicación de sí mismo, haciéndose uno de nosotros por la encarnación. Así lo dice el Concilio Vaticano II: "Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a Sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad, mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen consortes de la naturaleza divina" (DV, n. 2).
Por tanto, señala el Papa, “Dios no solo dice algo, sino que se comunica, nos introduce en la naturaleza divina, de modo que estemos envueltos en ella, divinizados”. De este modo nos hace partícipes de su Amor, incorporándonos a su misma vida de plenitud. Con la venida del Hijo de Dios hecho carne, Dios revela su gran proyecto de amor al entrar en relación con el hombre, acercándose a él hasta el punto de hacerse él mismo un hombre. Así, como afirma el Concilio, el amor de Dios se ha hecho visible, pues en su amor ha querido hablar a los hombres como amigos, vivir y comunicarse con ellos para recibirlos en su compañía.
Esta revelación de Dios, subraya Benedicto XVI, es algo que los hombres jamás podríamos haber alcanzado. Y a la vez, la Revelación es clave para comprender el misterio de Dios y la existencia humana (cf. Fides et ratio, n. 14).
La fe como respuesta al proyecto amoroso de Dios
4. La fe: dejarse llevar por Dios para enfocar de modo más profundo la realidad. En esta perspectiva, señala Benedicto XVI el acto de fe “es la respuesta del hombre a la Revelación de Dios, que se da a conocer, que manifiesta su designio de benevolencia; y es, para usar una expresión de san Agustín, dejarse tomar de la verdad que es Dios, una verdad que es Amor”.
San Pablo habla por eso de que, como agradecimiento por haber revelado su misterio, a Dios le debemos “la obediencia de la fe" (Rm. 16,26; cf.1,5; 2 Co. 10, 5-6). Es decir, con términos del Concilio Vaticano II, “la actitud con la que el hombre se confía libre y totalmente a Dios, prestando a Dios revelador el homenaje del entendimiento y de la voluntad, y asintiendo voluntariamente a la revelación hecha por El"(DV, 5).
Por tanto, observa el Papa, “la obediencia no es un acto de imposición, sino es un dejarse, un abandonarse en el océano de la bondad de Dios”. Y de esta manera, añade, la fe nos lleva a un “cambio de mentalidad”, al descubrir ese “plan de amor” como “el sentido que sostiene la vida, la roca sobre la que se puede encontrar la estabilidad”. La fe “es un acoger en la vida la visión de Dios sobre la realidad, dejar que Dios nos guíe a través de su Palabra y de los sacramentos, para entender lo que debemos hacer, cuál es el camino que debemos tomar, cómo vivir”. De esta manera –deduce–, el comprender las cosas como Dios las ve, nos permite permanecer,estar de pie, no caer.
El Adviento nos invita a fiarnos del proyecto de Dios y comunicarlo a los demás
Y así, el Adviento, tiempo que prepara la Navidad, “nos pone de frente el luminoso misterio de la venida del Hijo de Dios, el gran ‘designio de bondad’ con el que quiere atraernos a Sí, para hacernos vivir en plena comunión de alegría y de paz con Él”. “El Adviento –añade– nos invita una vez más, en medio de muchas dificultades, a renovar la certeza de que Dios está presente: Él ha venido al mundo, convirtiéndose en un hombre como nosotros, para traer la plenitud de su designio de amor”.
¿Y qué nos pide Dios a nosotros? “Dios nos pide que también nosotros nos convirtamos en una señal de su acción en el mundo. A través de nuestra fe, nuestra esperanza, nuestro amor, Él quiere entrar en el mundo siempre de nuevo, y quiere siempre de nuevo hacer resplandecer su luz en nuestra noche”.
En definitiva, vivir la fe “en” Cristo –incorporados a su misma vida–, como miembros del Cuerpo místico –la Iglesia–, y manifestar con nuestras obras el amor de Dios por cada una de las personas que nos rodean, nos convierte en señal de la cercanía de Dios en nuestro mundo. El camino a Belén ha de ser también nuestra vida.
Los primeros cristianos no parece que celebrasen su cumpleaños (cf., por ej., Orígenes, PG XII, 495). Celebraban su dies natalis, el día de su entrada en la patria definitiva (por ej.,Martirio de Policarpo18,3), como participación en la salvación obrada por Jesús al vencer a la muerte con su pasión gloriosa. Recuerdan con precisión el día de la glorificación de Jesús, el 14/15 de Nisán, pero no la fecha de su nacimiento, de la que nada nos dicen los datos evangélicos.
No celebraban el cumpleaños
Hasta el siglo III no tenemos noticias sobre la fecha del nacimiento de Jesús. Los primeros testimonios de Padres y escritores eclesiásticos señalan diversas fechas. El primer testimonio indirecto de que la natividad de Cristo fuese el 25 de diciembre lo ofrece Sexto Julio Africano el año 221.
La primera referencia directa de su celebración es la del calendario litúrgico filocaliano del año 354 (MGH, IX,I, 13-196): VIII kal. Ian. natus Christus in Betleem Iudeae (“el 25 de diciembre nació Cristo en Belén de Judea”).
Nacimiento del Sol Invicto
A partir del siglo IV los testimonios de este día como fecha del nacimiento de Cristo son comunes en la tradición occidental, mientras que en la oriental prevalece la fecha del 6 de enero. Una explicación bastante difundida es que los cristianos optaron por ese día porque, a partir del año 274, el 25 de diciembre se celebraba en Roma el dies natalis Solis invicti, el día del nacimiento del Sol invicto, la victoria de la luz sobre la noche más larga del año.
Esta explicación se apoya en que la liturgia de Navidad y los Padres de la época establecen un paralelismo entre el nacimiento de Jesucristo y expresiones bíblicas como «sol de justicia» (Ma 4,2) y «luz del mundo» (Jn 1,4ss.).
Sin embargo, no hay pruebas de que esto fuera así y parece difícil imaginarse que los cristianos de aquel entonces quisieran adaptar fiestas paganas al calendario litúrgico, especialmente cuando acababan de experimentar la persecución. Es posible, no obstante, que con el transcurso del tiempo la fiesta cristiana fuera asimilando la fiesta pagana.
Otra explicación más plausible hace depender la fecha del nacimiento de Jesús de la fecha de su encarnación, que a su vez se relacionaba con la fecha de su muerte. En un tratado anónimo sobre solsticios y equinoccios se afirma que “nuestro Señor fue concebido el 8 de las kalendas de Abril en el mes de marzo (25 de marzo), que es el día de la pasión del Señor y de su concepción, pues fue concebido el mismo día que murió” (B. Botte,Les Origenes de la Noël et de l’Epiphanie, Louvain 1932, l. 230-33).
Tradición Oriental
En la tradición oriental, apoyándose en otro calendario, la pasión y la encarnación del Señor se celebraban el 6 de abril, fecha que concuerda con la celebración de la Navidad el 6 de enero. La relación entre pasión y encarnación es una idea que está en consonancia con la mentalidad antigua y medieval, que admiraba la perfección del universo como un todo, donde las grandes intervenciones de Dios estaban vinculadas entre sí.
Se trata de una concepción que también encuentra sus raíces en el judaísmo, donde creación y salvación se relacionaban con el mes de Nisán. El arte cristiano ha reflejado esta misma idea alo largo de la historia al pintar en la Anunciación de la Virgen al niño Jesús descendiendo del cielo con una cruz.
Así pues, es posible que los cristianos vincularan la redención obrada por Cristo con su concepción, y ésta determinara la fecha del nacimiento. “Lo más decisivo fue la relación existente entre la creación y la cruz, entre la creación y la concepción de Cristo” (J. Ratzinger,El espíritu de la liturgia, 131).
Juan Chapa
Bibliografía: Josef Ratzinger,El espíritu de la liturgia. Una introducción(Cristiandad, Madrid, 2001); Thomas J. Tolley,The origins of the liturgical year, 2nd ed., Liturgical Press, Collegeville, MN, 1991). Existe edición en italiano,Le origini dell’anno liturgico, Queriniana, Brescia 1991.
En las catacumbas de los primeros cristianos pueden encontrarse imágenes del Nacimiento. Pero a San Francisco de Asís se le considera el primer impulsor de las representaciones.
El Papa invita a hacer el Nacimiento en casa
“En 1223, San Francisco pidió permiso al Papa Honorio III para representar la imagen del nacimiento de Jesús. Aunque no se le puede considerar un Nacimiento ya que sólo estaba el Niño, el buey y el asno”.
Ante el gran número de personas que no sabían leer ni escribir en su época, San Francisco encontró esta solución para explicar el significado de la Navidad. Sin embargo, fue una representación viviente y no un nacimiento con figuras. Hubo que esperar 67 años para ver el primero.
“El primero al que históricamente se le considera un Nacimiento con figuras que se destacan de la escenografía es el del arquitecto Arnolfo de Cambio, en el año 1290”.
El Concilio de Trento impulsó la instalación de los Nacimientos en las iglesias durante la Navidad. Paulatinamente también se empezó a hacer en familia y las figuras se fueron personalizando con los rasgos y trajes de cada país.
Hoy es considerado también un arte impulsado y protegido por asociaciones culturales. Se organizan incluso cursos para aprender a construirlos. Pueden ser tan originales como éste o más tradicionales, pero lo importante es cuidar detalles como el musgo, las rocas o la luz para crear el efecto de que las figuras cobren vida.
Se trata de un “Evangelio vivo” –inspirado en los relatos evangélicos– que nos conduce a la contemplación de la Navidad. Y a la vez, “nos invita a ponernos espiritualmente en camino, atraídos por la humildad de Aquel que se ha hecho hombre para encontrar a cada hombre”. Así, “descubrimos que Él nos ama hasta el punto de unirse a nosotros, para que también nosotros podamos unirnos a Él”.
Muchos de nosotros recordamos, en efecto, cuando preparábamos con nuestros padres “el nacimiento”, o “el belén”. Los niños lo preferíamos grande y, como a veces no había una mesa grande, estábamos dispuestos incluso a utilizar una puerta sobre unas banquetas.
Era realmente, como dice el Papa, “un ejercicio de fantasía creativa”, lleno de belleza: “Se aprende desde niños: cuando papá y mamá, junto a los abuelos, transmiten esta alegre tradición, que contiene en sí una rica espiritualidad popular”. “Espero –continúa Francisco– que esta práctica nunca se debilite; es más, confío en que, allí donde hubiera caído en desuso, sea descubierta de nuevo y revitalizada”.
Ternura de Dios e implicación nuestra
Aquel pesebre, que acogía y alimentaba a los animales, acogió entonces a “el pan bajado del cielo” (Jn 6, 41) para alimentarnos a nosotros, según san Agustín (cf. Serm 189,4). Fue San Francisco de Asís en el s. XIII quien por primera vez representó el nacimiento de Jesús en Greccio antes de celebrar la Eucaristía, en un ambiente de gran alegría.
¿Porqué –se pregunta Francisco– el belén sigue suscitando tanto asombro y nos conmueve? Primero, porque manifiesta la ternura de Dios. Jesús se presenta como un hermano, como un amigo, como el Hijo de Dios que se hace Niño para perdonarnos y salvarnos del pecado.
En segundo lugar, porque nos ayuda a revivir la historia que aconteció en Belén, a “sentirnos implicados en la historia de la salvación, contemporáneos del acontecimiento que se hace vivo y actual en los más diversos contextos históricos y culturales”.
¿En qué sentido podemos implicarnos? En la imitación y seguimiento de la humildad, de la pobreza, del desprendimiento que escogió Jesús desde Belén hasta la Cruz. “Es una llamada a encontrarlo y servirlo con misericordia en los hermanos y hermanas más necesitados (cf. Mt 25,31-46).
Benedicto XVI: Felicitar la Navidad es recordar que Dios nos ama
Hace unos años Benedicto XVI nos recordaba que felicitar las navidades es recordar que Dios nos ama. Ante la inminente celebración del Nacimiento de Jesús puede ser buena ocasión pensar estas palabras del Papa Emérito.
Benedicto XVI “Las fiestas que se avecinan están perdiendo progresivamente su valor religioso, es importante que los signos externos de estos días no nos alejen del significado genuino del misterio que celebramos.”
El Papa dijo que la Navidadno es sólo un aniversario, sino la celebración de un misterio que ha marcado y sigue marcando la historia del hombre. Además, recordó a quienes en estas fechas estarán alejados de sus familias o no podrán celebrar la Navidad por problemas económicos.
Benedicto XVI “Que en estos días santos, la caridad cristiana se muestre singularmente activa con los más necesitados.”
Fue una audiencia muy musical. Una estudiantina de Querétaro le regaló esta canción mexicana. Y los clásicos músicos navideños de Italia le trajeron esta melodía.
Estamos en Adviento, tiempo fuerte en la Iglesia, con el que nos preparamos para la Navidad. Este año me serviré de las visiones que tuvo la italiana María Valtorta sobre la Navidad. Estas letras -sin entrar a valorar si los acontecimientos que se narran sucedieron así o no- en cualquier caso nos ayudarán a preparar la Navidad contemplando de forma muy viva el Nacimiento del Señor.
"Veo un camino principal. Viene por él mucha gente. Borriquillos cargados de utensilios y de personas. Borriquillos que regresan. La gente los espolea. Quien va a pie, va aprisa porque hace frío. El aire es limpio y seco. El cielo está sereno, pero tiene ese frío cortante de los días invernales.
La campiña sin hojas parece más extensa, y los pastizales apenas si tienen hierba un poco crecida, quemada con los vientos invernales.
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El terreno tiene ondulaciones que cada vez son más claras. Es en realidad un terreno de colinas. Hay concavidades con hierba lo mismo que valles pequeños. El camino pasa por en medio de ellos y va al sureste.
María viene montada en un borriquillo gris. Envuelta en un manto pesado. Delante de la silla está el arnés que llevó en el viaje a Hebrón, y sobre el cofre van las cosas necesarias. José camina a su lado, llevando la rienda. ¿Estás cansada?« ¿ Tienes frío? » pregunta José, porque sopla el aire. « No. Gracias. »
Pero José no se fía. Le toca los pies que cuelgan al lado del borriquillo, calzados con sandalias y que apenas si se dejan ver a través del largo vestido. Debe haberlos sentido fríos, porque sacude su cabeza y se quita una especie de capa pequeña, y la pone en las rodillas de María, la extiende sobre sus muslos, de modo que sus manitas estén bien calientes bajo ella y bajo el manto.
Encuentran a un pastor que atraviesa con su ganado de un lado a otro. José se le acerca y le dice algo. El pastor dice que sí, José toma el borriquillo y lo lleva detrás del ganado que está paciendo. El pastor toma una rústica taza de su alforja y ordeña una robusta oveja. Entrega a José la taza que y se da a María. « ¿ Venís de lejos? » « De Nazaret» responde José. « ¿Y vais?» « A Belén. » « El camino es largo para la mujer en este estado. ¿Es tu mujer? » «Sí.» «¿ Tenéis a donde ir?» « No. »
« ¡Va mal todo! Belén está llena de gente que ha llegado de todas partes para empadronarse o para ir a otras partes. No sé si encontréis alojo. ¿Conoces bien el lugar? » « No muy bien. » « Bueno.. . te voy a enseñar... Buscad el alojo. Estará lleno. Te lo digo para darte una idea. Está en una plaza. Es la más grande. Se llega a ella por este camino principal. No podéis equivocaros. Delante de ella hay una fuente. El albergue es grande y bajo con un gran portal. Estará lleno.
Pero si no podéis alojaros en él o en alguna casa, dad vuelta por detrás del albergue, como yendo a la campiña. Hay apriscos en el monte. Algunas veces los mercaderes que van a Jerusalén los emplean como albergue. Son apriscos húmedos, fríos y sin puerta, pero siempre son un refugio, porque la mujer... no puede quedarse en la mitad del camino. Tal vez allí encontréis un lugar... y también heno para dormir y para el asno. Que Dios os acompañe. » « La paz sea contigo. »
Visiones de María Valtorta (Escrito el 5 de junio de 1944)
El 24 de diciembre de 2024, la apertura de la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro del Vaticano marcará el comienzo al Jubileo 2025, extendiéndose hasta el 6 de enero de 2026.
Bajo el lema Peregrinos de esperanza, el Jubileo fue anunciado por el Papa Francisco ya en febrero de 2022 con el objetivo de "recuperar la fuerza y la certeza de mirar al futuro con mente abierta" y "ayudar a restablecer un clima de esperanza" que se percibe como "urgente", según definió el pontífice en la convocatoria.
Qué es el Jubileo de 2025 "Peregrinos de la esperanza"
El Jubileo, también llamado Año Santo, es un periodo de aproximadamente un año que se celebra cada 25 años en Roma y cada otro intervalo de tiempo según criterios específicos de cada lugar, como es Jerusalén, Santiago de Compostela, Santo Toribio de Liébana o Caravaca de la Cruz, que actualmente se celebra su cuarto Año Jubilar: comenzó el pasado 7 de enero y se celebra cada 7 años desde 2003 por iniciativa de San Juan Pablo II.
Orígenes judíos del Año Jubilar
Sus orígenes se remontan al libro del Levítico del Antiguo Testamento, donde cada 50 años se llamaba a proclamar la liberación de los esclavos, el descanso y la restitución de la tierra, la condonación de las deudas o el regreso a la familia. El objetivo era aportar esperanza y reducir las desigualdades. También se dejaba descansar a la tierra sin sembrados durante ese año.
La palabra Jubileo tiene una etimología hebrea: la palabra hebrea «jobel» (yobel) se refiere, de hecho, al macho cabrío, cuyo cuerno se tocaba para indicar el inicio del Jubileo.
El primer Jubileo romano: el año 1300
El primer Jubileo de la tradición católica fue proclamado en 1300 por el Papa Bonifacio VIII: por primera vez (que se sepa) se concedía la indulgencia plenaria a quienes visitaran las basílicas de San Pedro y San Pablo Extramuros. A los romanos se les pedía visitarlas 30 veces, a los peregrinos de otros lugares sólo 15. Fue un fruto del Perdón Celestino de 1294 e impulsado por las multitudes poco frecuentes de peregrinos que llegaban a Roma desde finales de 1299.
Este Jubileo es recordado como un gran acontecimiento por Dante en la Divina Comedia, que describe el enorme flujo de peregrinos que se producía con un doble sentido de marcha en el puente frente al Castillo de Sant’Angelo.
El Jubileo actual y la bula que lo convoca
A día de hoy, el Jubileo se asocia a un camino de peregrinación y celebración por el que se obtiene la indulgencia plenaria y remisión de los pecados, lo que generalmente aparece reflejado en la Bula papal de convocatoria del Jubileo.
Tal y como se indica en la bula del Jubileo de 2025 Spes non confundit, firmada por el Papa Francisco el 9 de mayo de 2024, el tema central será el de fomentar "la esperanza cierta de la salvación en Cristo", pero también el de prepararse para "otro aniversario fundamental para todos los cristianos", como son los dos mil años de la pasión, muerte y resurrección de Jesús que se cumplirán en 2033.
Entre algunos de los signos de esperanza que se propone impulsar Francisco, Spes non confundit destaca la paz para un mundo que vuelve a encontrarse sumergido en la tragedia de la guerra, "tener una visión de la vida llena de entusiasmo para compartir con los demás", la "apertura a la vida", devolver a los presos la esperanza a través de formas de amnistía, condonación de la pena o itinerarios de reinserción y la cercanía con los enfermos y jóvenes, entre otros.
Cuándo es el Jubileo 2025 en Roma
El Jubileo 2025 comenzará con la apertura de la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro el 24 de diciembre, la de la Catedral de San Juan de Letrán el 29, la de la Basílica papal de Santa María la Mayor el 1 de enero de 2025 y la de la Basílica papal de San Pablo extramuros el 5 de enero.
El Jubileo se clausurará con el cierre de la Puerta Santa de la Basílica papal de San Pedro en el Vaticano, el 6 de enero de 2026.
El arzobispo Rino Fisichella, Presidente del Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización, declaró que el lema "Peregrinos de esperanza" fue elegido para expresar la necesidad de dar sentido al presente y así reconocer y responder a los diversos desafíos que plantean los tiempos.
Cómo inscribirse al Jubileo 2025
El portal oficial del Jubileo 2025 para ir a Roma ofrece dos formas de formalizar la inscripción, la grupal y la individual.
Respecto a la modalidad grupal, las inscripciones están abiertas desde principios de noviembre y se dirigen a la visita de las Puertas Santas de las cuatro citadas basílicas de Roma.
Se hace una distinción en base a si la composición de los grupos es con más o menos de 60 personas.
Si el grupo no supera los 60 integrantes, tan solo es necesario indicar la fecha y el horario de la peregrinación y se recuerda que los ya inscritos en la modalidad individual podrán entrar por la Puerta Santa directamente en esos días, sin necesidad de volver a inscribirse.
San Sebastián vivió en Roma en el siglo III y fue martirizado cuando se descubrió que era cristiano.
No se sabe mucho con certeza sobre San Sebastián, uno de los primeros mártires cristianos, pero su historia de vida ha sido compartida y admirada durante milenios.
Se lo consideraba santo mucho antes de que se estableciera el proceso oficial de canonización. La historia de fe profunda de San Sebastián frente a la persecución ha inspirado a los cristianos desde su martirio por orden del emperador romano Diocleciano.
Este santo patrono de los atletas y soldados es el tema de la última entrega de "The Saints", del legendario cineasta Martin Scorsese, que ahora se transmite en Fox Nation .
Martin Scorsese ilumina a los santos más audaces de la historia en una serie que "no sabía que se podía hacer".
"Las historias de los primeros santos se transmitieron de persona a persona y gradualmente se convirtieron en leyenda, es decir, el reino donde la verdad histórica da paso a una verdad espiritual", narra Scorsese.
Desde su martirio, San Sebastián "ha vivido como una especie de prototipo, un ejemplo supremo de fe absoluta e inmortal", dice también.
El episodio lleva a los espectadores a las calles de la Roma del siglo III, en una época en la que los cristianos estaban a punto de sufrir una intensa persecución por parte del emperador romano Diocleciano.
Diocleciano "quería recuperar los días de gloria de la Pax Romana, hacer que Roma volviera a ser grande", dijo Scorsese.
Entre las medidas adoptadas por Diocleciano estuvo el retorno a la religión pagana de Roma, con un panteón de dioses.
Martin Scorsese dice que su nueva serie fue una historia que siempre quiso contar.
Anteriormente, señaló Scorsese, se habían tolerado las creencias cristianas , "pero Diocleciano volvió a las viejas costumbres. Gobernó por derecho divino de los dioses romanos, convirtiendo en una amenaza para su poder a cualquiera que se negara a adorarlos".
Sebastián, que en ese momento era comandante de la Guardia Pretoriana, una cohorte de soldados de élite encargada de proteger al emperador, guarda un secreto: es cristiano.
Mientras tanto, los hermanos gemelos y diáconos, Marcelo y Marceliano, habían sido capturados y estaban encarcelados.
En su celda, les dijeron que si hacían un sacrificio a los dioses romanos, serían liberados sin más castigos.
Sus padres, Tranquillinus y Martia, no son cristianos. Los padres no conocían previamente la fe de sus hijos, y les dicen que hagan el sacrificio.
Sebastián le dice al guardia Nicostrato que desea hablar a solas con Marcelo y Marceliano. Les revela a los hermanos que él también es cristiano y los anima a permanecer firmes en su fe.
—Hermano, ¿no crees? —pregunta Sebastián—. Entonces debes saber que sólo respondemos ante el único Dios verdadero. No ante nuestros antepasados, ni ante nuestros mayores , ni ante nuestro padre, ni ante nuestra madre, sino ante Dios.
Seguir a Dios, como recuerda Sebastián a los hermanos, es el "único camino de salvación" y, aunque puedan ser torturados o asesinados, sus perseguidores "no pueden tocar su alma".
Al escuchar el mensaje de Sebastián a Marcelo y Marceliano, Nicóstrato los confronta, antes de dejar caer su espada y caer de rodillas, abrumado por la emoción.
"Era imposible, impensable", dijo Scorsese. "Nicóstrato, el terror de todos los cristianos romanos, se había convertido al cristianismo. Liberó a todos sus prisioneros y bautizó a toda su familia".
Éste fue el comienzo de "conversiones masivas" que estaban sucediendo en toda Roma, dijo Scorsese. "Y Sebastián estaba en el corazón secreto de todo".
Sin embargo, no todo iba a quedar bien: Nicostrato, Marcelo y Marceliano pronto serían martirizados y se descubriría el cristianismo de Sebastián.
También Sebastián correría la misma suerte que sus compañeros cristianos, pero no se rendiría en silencio.
"Los Santos" sigue la vida y el legado de santos como San Sebastián, quienes sirven como ejemplos de tenacidad, coraje y rectitud frente a la adversidad. Los ocho episodios exploran las vidas de Juana de Arco, Juan el Bautista, Sebastián, Maximiliano Kolbe, Francisco de Asís, Tomás Becket, María Magdalena y Moisés el Negro, con Scorsese y su equipo viajando a lo largo de 2.000 años de historia para centrarse en estas figuras extraordinarias y sus actos extremos de bondad, altruismo y sacrificio.
12 DICIEMBRE
NUESTRA SEÑORA
DE GUADALUPE
En diciembre de 1531, diez años después de tomada la ciudad de Méjico por Cortés. Caminando el indito Juan Diego por el rumbo del Tepeyac—colina que queda al norte de la metrópoli—, oyó que le llamaban dulcemente. Era una hermosísima Señora, que le habló con palabras de excepcional ternura v delicadeza; que le dijo: "Yo soy la siempre virgen Santa María Madre del verdadero Dios, por quien se vive", y le pidió que fuera al obispo (Zumárraga) para contarle cómo ella deseaba que allí se le alzara un templo.
El obispo, con muy católica prudencia, le respondió que pidiera a la Señora alguna prueba de su mensaje. Obtúvola Juan Diego: unas rosas y otras flores que en pleno invierno y en la cumbre estéril cortó él por mandato de la Señora y recogió en su tilma o ayate—suerte de capa de tela burda que, atada al cuello, usaban los indios más humildes—; y, al extender ante el obispo Zumárraga la tilma, cayeron las flores y apareció en ella pintada la imagen de la Virgen.
Ese mismo ayate es el que se venera en nuestra basílica de Gaudalupe. Sus dos piezas están unidas verticalmente al centro por una tosca costura: lo menos adecuado y elegible humanamente para pintar una efigie de tan benigna y encantadora suavidad, que por cierto mal puede apreciarse en las múltiples copias que corren por el mundo.
Lo mejor es, modernamente, la directa fotografía a colores. Técnicos en ésta y otras novísimas especialidades afines han estudiado con asombro, en nuestros días, la pintura original, como antaño la estudiaron el célebre pintor Miguel Cabrera o el cauteloso investigador Bartalache.
Un contemporáneo de las apariciones, don Antonio Valeriano, indio de noble ascendencia y de relevante categoría intelectual y moral, alumno fundador del colegio franciscano de Tlalateloco hacia 1533, narra el milagro según lo conocemos. Su relato, en lengua náhuatl, desígnase—como las encíclicas—por las palabras con que empieza: Nican Mopohua.
El manuscrito autógrafo perteneció a don Fernando de Alba Ixtlixóchitl, pasó luego a poder del sabio Sigüenza y Góngora—quien da memorable testimonio jurado de su autenticidad—y fue reproducido en letra de molde por Lasso de la Vega en 1649, incorporándolo en el volumen náhuatl que conocemos por sus primeras palabras: Huei Tlamahuizoltica.
Este volumen fue traducido en su integridad al castellano, en 1926, por don Primo Feliciano Velázquez y publicado a doble página—fotocopia de la edición azteca y versión española—por la Academia Mejicana de Santa María de Guadalupe.
Hay nueva edición, de 1953, bajo el título de mi estudio Un radical problema guadalupano, donde se escudriña con rigor la autenticidad del Nican Mopohua, el más antiguo relato escrito de la "antigua, constante y universal" tradición mejicana.
Esta, lejos de obscurecerse o arrumbarse al paso del tiempo, se ha robustecido con los modernos y exigentes estudios críticos, que, sobre todo a partir del cuarto centenario (1931), han desvanecido objeciones y confirmado la historidad de lo que el pueblo mejicano viene proclamando, desde los orígenes hasta hoy, con un plebiscito impresionante.
Porque el caso de nuestra Virgen de Guadalupe es singular. En otros países católicos hay diversas advocaciones de gran devoción—digamos las Vírgenes del Pilar, o de Covadonga, o de Montserrat en España—, pero que tienen mayor o menor ímpetu y arraigo según las zonas geográficas o las inclinaciones personales; mas ninguna de ellas concentra la totalidad de la nación en unidad indivissible, y ninguna de ellas—como tampoco la de Lourdes, en Francia, por ejemplo—viene a ser el símbolo indiscutido de la patria.
Y en Méjico así es. A tal punto que hasta un liberal tan notorio como don Ignacio Manuel Altamirano llegó a estampar:
"El día en que no se adore a la Virgen del Tepeyac en esta tierra, es seguro que habrá desaparecido no sólo la nacionalidad mejicana, sino hasta el recuerdo de los moradores de la Méjico actual".
Por otra parte, la Iglesia, siempre tan prudente y parsimoniosa en estas cuestiones, así como ha corregido o eliminado ciertas lecciones inspiradas en vetustos relatos píos, pero inseguros, ha obrado al contrario tratándose del caso del Tepeyac; y así, al aproximarse la esplendorosa coronación de nuestra Virgen en 1895, y habiéndose recibido y considerado en Roma los estudios y gestiones del grupito que a la sazón ponía en tela de juicio la historicidad del milagro, fue el sapientísimo León XIII quien concedió para nuestra fiesta del 12 de diciembre nuevo oficio litúrgico, en que se narra el prodigio
"tal como nárralo la antigua y constante tradición (uti antiqua et constanti traditione mandatur); y el 12 de octubre de 1945, al celebrarse el cincuentenario de dicha coronación, fue el docto y santo Pío XII quien, hablando por radio, en lengua española, desde el Vaticano para Méjico, afirmó rotundamente el milagro: "en la tilma del pobrecito Juan Diego, pinceles que no eran de acá abajo dejaban pintada una imagen dulcísima", y llamó a nuestra Patrona no sólo "Reina de Méjico", sino, con anchura continental sin restricción, "Emperatriz de América": de toda América.
Y ahora cabe dilucidar un problema sugeridor: el de la identidad del nombre de la Virgen de Guadalupe de Méjico y de la Virgen de Guadalupe de Extremadura.
A cuenta de ello, y por manera sumamente explicable y natural, muchos españoles y aun escritores distinguidísimos han sufrido larga confusión, entendiendo que se trata, si no de la misma cosa, al menos de una especie de prolongación o trasplante a América de la Virgen extremeña.
Y, al encontrar la proliferación del nombre de Guadalupe en documentos, lugares y templos del Nuevo Mundo, han supuesto que todo toma su origen en la advocación peninsular, cuando en la enorme mayoría de los casos lo toma en la devoción mejicana
Y huelga decir que el esclarecer y precisar una distinción de orden rigurosamente histórico no implica, por el más remoto y furtivo de los asomos, la tontería pueblerina y anticatólica de poner como en pugna o emulación dos advocaciones de la mismísima Señora del cielo. Se trata sólo de que los hechos se conozcan y difundan como son.
Por lo demás, y acá de tejas abajo, tan gloriosa puede sentirse la Madre española como la Hija mejicana de aquel portento del Tepeyac, que nos dejó la única imagen en el orbe no pintada por humano pincel. Lo cual arrancó al Pontífice Benedicto XIV aquella memorable aplicación de la palabra de la Escritura: Non fecit taliter omni nationi.
Expongamos sintéticamente el fruto de una dilatada reflexión.
De venerable antigüedad, la imagen extremeña, escondida para salvarla cuando la invasión sarracena, fue encontrada a fines del siglo XIII por el pastor Gil Cordero. Ello dió origen a la fundación de la iglesia y más tarde del estupendo monasterio de Guadalupe. Una intensa devoción halló centro en aquella casa espléndida donde el arte, la ciencia y la caridad resplandecieron.
Allá en vísperas de su aventura oceánica, fue Cristóbal Colón, y por la Virgen extremeña puso nombre a la isla de Guadalupe, en las Antillas. Hernán Cortés, cuando volvió a España (antes de 1531), llevó como exvoto al monasterio un alacran de oro, Y como el propio don Hernando y otros conquistadores traían en el alma y en la costumbre aquella devoción, lógico y fácil era que la hubiesen trasplantado a nuestras tierras de América. Y de hecho la trasplantaron.
Explícase así sobradamente que, desde lejos y sin particularísimo estudio del caso del Tepeyac, se haya formado y difundido en España la impresión de que la Virgen de Guadalupe mejicana es la misma Virgen de Guadalupe extremeña, o siquiera su proyección más o menos modificada. Pero no es así.
En Méjico todos sabemos cómo en 1531 la Virgen se mostró varias veces al indito Juan Diego, cómo le hizo cortar unas rosas por seña de su embajada al obispo y cómo al extender el indio su tilma ante Zumárraga, apareció misteriosamente impresa en ella la Señora del Tepeyac.
Esas apariciones y esa tilma prodigiosamente pintada no tienen la más leve relación con la preexistente imagen de Extremadura. Trátase absolutamente de otra cosa. Es un hecho distinto y nuevo, como nuevo y distinto era el hecho del descubrimiento y mestizaje de América.
Así como por su origen y su historia, también por su imagen y su culto son perfecta y radicalmete distintas la Virgen de Extremadura y la Virgen del Tepeyac.
La extremeña es una escultura: lleva al Niño en el brazo izquierdo y representa la maternidad de María; la tepeyacense es una pintura: sin Niño, las manos juntas, representa la Inmaculada Concepción. No hay en las efigies ni la más remota semejanza.
Y, en cuanto al culto, el mejicano nació y se ha engrandecido durante cuatro siglos única y precisamente al pie de la tilma del milagro, sin la más tenue conexión con la imagen de Extremadura, cuya existencia misma es evidente que ignoran millones y millones de indígenas y otros compatriotas no ilustrados que vierten su dolor y su ternura ante la Madre del Tepeyac.
Pero ¿por qué entonces, si se trata de casos tan absolutamente apartados y autónomos, ambas imágenes se designan con el mismísimo nombre de Guadalupe?
Que se llame así la de Extremadura es natural: tomó el nombre del sitio en que fue encontrada y donde se le alzó templo: Guadalupe, vocablo arábico que -siempre la divergencia entre etimologistas- significa río de luz, o río de lobos, o río encendido.
Pero ¿por qué se llama de Guadalupe la Virgen mejicana? No se nombraba así, sino Tepeyac, el sitio donde Ella apareció y donde se levantó su ermita primera. La Virgen no tomó el nombre del lugar; más tarde el lugar tomó el nombre de la Virgen.
Lo que parece insoluble y a muchos despista tiene, no obstante, un motivo muy claro y muy concreto: la Virgen misma, al mostrarse a Juan Bernardino, tío de Juan Diego le dijo: "Que bien la nombraría, así como bien había de nombrarse su bendita imagen, la siempre virgen Santa María de Guadalupe".
Así consta textualmente en el Nican Mopohua la más vetusta relación del milagro, escrita no en castellano ni por un español, sino en lengua azteca y por un indio ilustre, don Antonio Valeriano. El cual, en su texto náhuatl original, incorpora en castellano las palabras Santa María de Guadalupe".
La Señora del Tepeyac quiso, pues, ser designada con el nombre de Guadalupe. ¿Por qué? Esto no lo sabemos. Pero, aunque no lo sabemos, creo que razonablemente podemos avanzar una plausible conjetura.
Podemos nosotros conjeturar que quiso la Señora darse un nombre que fuera familiar y atrayente para los españoles, sobre todo extremeños como Cortés, que consumaron la conquista, y que, al favorecer con predilección a Juan Diego, representante de los vencidos, quiso al propio tiempo atraer con dulzura a los vencedores, y a unos y a otros hermanarlos en la misma devoción.
No vino Ella a abrir abismos entre vencedores y vencidos: vino a cerrarlos. Y, al sublimar con un privilegio excepcional a los postergados, halló un medio suavísimo de que a los dominadores sonara a tradición la novedad y a cosa propia y familiar la extrañeza.
Y de hecho, como históricamente consta, se dió el caso extraordinario de que, desde los años primerísimos, conquistados y conquistadores fraternizaran a los pies de la Virgen del Tepeyac. Ella, que—contra lo comúnmente repetido—no muestra fisonomía ni color de india, sino de mestiza, anunció el beso de las razas que fundaría la nacionalidad que estaba amaneciendo.
Y así como juntó plásticamente en el milagro al español Zumárraga y a Juan Diego el aborigen, y así como con rosas de Castilla se estampó para siempre en el ayate sublimado del indio, quiso en todo ser nuncio. ejemplo y símbolo de la fusión amorosa que forjaría a Méjico. De la fusión amorosa que forjaría a toda Hispanoamérica y traería al mundo este coro magnifico de pueblos que hoy llamamos la Hispanidad.
Por eso, en expansión cargada de sentidos, ha rebasado las fronteras nuestra Virgen de Guadalupe.
Ella, en Méjico, se identifica con la substancia de la patria. Presidió el nacimiento de nuestra nacionalidad. Aceleró la propagación del Evangelio. Fue lábaro de nuestra independencia. Congrega en tumultuoso plebiscito a todas las almas y conquista el respeto o la ternura aun de los descreídos y renuentes. Ella ha amparado y reverdecido nuestra fe después de más de un siglo de ataques insidiosos o brutales.
A ella van nuestras lágrimas, nuestras alegrías, nuestras esperanzas. Ella es emblema autóctono, negación de exotismos desintegradores, vínculo sumo de unidad nacional. En los cimientos del Tepeyac están los cimientos de la Patria.
Pero la Madre y Patrona de Méjico es también, por viva instancia de los países indoibéricos que el santo Pío X sancionó en 1910, Madre y Patrona de toda la América hispana. Pío XI, en 1935, incluye en el patronato a las islas Filipinas, hondamente vinculadas con el mundo español. Y en 1945 Pío XII la proclama a boca llena Emperatriz de América.
Y—sin contar repercusiones impensadas y sorprendentes en el corazón de los Estados Unidos, y de Francia, y de otros países ilustres—en 1950 la vieja madre de la estirpe, al coronar espléndidamente en Madrid a nuestra Virgen de Guadalupe, coronó espléndidamente el ciclo de esa expansión providencial. El sentido histórico del mensaje cobró así su plenitud.
Porque Juan Diego no era sólo Juan Diego, sino la desvalida encarnación de todas las razas aborígenes. Zumárraga no era solo Zumárraga, sino la ardiente personificación de todos los evangelizadores hispanos.
Y las rosas de Castilla exprimieron la policromía de sus jugos, símbolo de la savia toda de España, para embeberse en el ayate del indio, fundirse con él y estampar en sus fibras, transfiguradas y extasiadas para siempre, la imagen celeste de María.
Y por eso el milagro de Santa María de Guadalupe maravillosamente simboliza, resume y señorea este humano milagro de la Hispanidad. Y ambos portentos, lejos de encerrarse en un ámbito exclusivo, se dilatan por todos los horizontes y abren los brazos en un anhelo universal—católico—de amor.
Las mejores secuencias para 14 episodios del Nacimiento
Se acerca la Navidad, tal vez el momento de la vida de Jesús más celebrado en todas las culturas; y, sin embargo, es un pasaje muy breve de los Evangelios: apenas sale en unos 20 versículos de S. Lucas y otros tantos de S. Mateo. En comparación con el total de los 4 Evangelios (cerca de 4.000 versículos: entre los 678 de S. Marcos y los 1.151 de S. Lucas), es verdaderamente muy poco.
Parece claro que los evangelistas quisieron centrar la redacción de sus libros en la vida pública del Señor: sus discursos y enseñanzas, su atención a los enfermos, sus milagros y prodigios, y –más extensamente- su pasión, muerte y resurrección.
Ciertamente, esa parte es la más importante, pues expone la doctrina cristiana y habla de un Dios Redentor, que nos da ejemplo de conducta y nos ama hasta dar la vida en el mayor de los suplicios. Pero esa imagen todopoderosa, divina y trascendente de Jesús se completa maravillosamente con la imagen de un Dios Niño, que se humilla por amor nuestro y se hace hombre para darnos ejemplo de vida. No se puede decir cuál de las dos imágenes nos conmueve más, ni cuál muestra mayor afecto a la humanidad.
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Lo cierto es que ese Dios inerme e indefenso, que es concebido –milagrosamente– en las entrañas de una virgen, que pasa nueve mese en el seno de su Madre, y que nace en la más absoluta pobreza, es el más vivo ejemplo de Amor y de Humildad.
Y no sólo eso: también es la muestra más clara de que Jesús es hombre como nosotros, en todo igual a nosotros (concepción, gestación, nacimiento) y, por tanto, verdaderamente un Dios hecho hombre: el auténtcio Mediador entre nosotros y Dios. Por eso hacía falta que los Evangelios recogieran también esa parte. Y por eso los hombres contamos los días desde su nacimiento: paradójicamente, desde aquel en que no le dimos cobijo en nuestra posada.
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SIGNIFICADO SIMBÓLICO DE LA NAVIDAD
El cine ha reflejado extensamente esas escenas del Nacimiento de Jesús. Cada película ha puesto el acento en una u otra secuencia, y en uno u otro aspecto: la actitud contemplativa de María, el papel decisivo de José, la audacia y generosidad de los Magos, la crueldad y arrogancia de Herodes.
Casi todas las películas sobre Jesús han contado la escena de su Nacimiento. Pero hay una que nos ha dejado una clara interpretación simbólica de este hecho. La historia más grande jamás contada (G. Stevens, 1965), comienza con la imagen de un fresco en una iglesia cualquiera: Jesús, con los brazos abiertos en señal de acogida (y también como Maestro en actitud de enseñar), abre el filme de modo simbólico.
Pero más aún que esta imagen, lo que adelanta el carácter simbólico de este arranque cinematográfico es el texto que oímos en off: los primeros versículos del Evangelio de S. Juan. “En Él estaba la Vida, y la Vida era la Luz de los hombres”. Ese símbolo –la luz– llena de significado todas las imágenes que siguen. Primero vemos una Estrella (la luz que guía hacia Belén). Después, la estrella se convierte en una vela que ilumina una gruta a oscuras. Entonces oímos las siguientes palabras de S. Juan: “Y la Luz resplandece en las tinieblas, pero las tinieblas no la comprendieron”.
Al mismo tiempo, nos damos cuenta de que esa tenue luz (como es tenue la vida de un recién nacido) está en la mano de José y está iluminando un mundo a oscuras: el interior de la cueva de Belén. Finalmente, la luz ilumina la mano de un Niño –intuimos que es la de Jesús– que tiene ya el gesto de enseñar. Esa mano se convirete en una esfera luminosa (¿el Sol? ¿la Sagrada Forma?) hasta que unas fanfarrias anuncian no se sabe si la llegada del Mesías o la arrogancia del Rey Herodes, al que inmediatamente vamos a ver.
Una preciosa representación simbólica de todo el pasaje de la Navidad, que da pie a una interesante reflexión teológica.
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Los capítulos que vamos a poder ver son los siguientes: