LEÓN XIV
¡Vosotros sois la sal de la tierra, luz del mundo! Y hoy sus voces, su entusiasmo, sus gritos, que todos son por Jesucristo, y ¡los van a escuchar hasta el fin del mundo!!
El Jubileo de los Jóvenes fue mucho más que un encuentro con el Papa. Fue una ocasión para profundizar en la fe y experimentar la magnitud de la Iglesia católica.
Se organizaron catequesis o celebraciones penitenciales como esta, en donde la predicación corrió a cargo de un arzobispo exiliado: Rolando Álvarez. También hubo confesiones masivas.
Más que nada pedir perdón por mis pecados a Jesús y después para también sentirme mejor yo, más cómoda más limpia más feliz.
La vigilia en Tor Vergata fue un momento crucial. Y el gesto del papa de cargar con la cruz del jubileo no pasó desapercibido a nadie.
Minutos después entabló un diálogo con los jóvenes. Una de las ideas que el pontífice más repitió fue esta.
LEÓN XIV
Queridísimos jóvenes, se aprende a elegir a través de las pruebas de la vida, y ante todo recordando que nosotros hemos sido elegidos. Esta memoria debe ser explorada y educada. ¡Hemos recibido la vida gratuitamente, sin haberla elegido! En el origen de nosotros mismos no hubo una decisión propia, sino un amor que nos quiso.
No faltaron espinas en el Jubileo. Dos peregrinas fallecieron durante el viaje. Y otro joven ingresó en el hospital. El papa tuvo palabras para todos ellos.
Al día siguiente, durante la misa, el papa lanzó su último mensaje a la juventud.
LEÓN XIV
Aspirad a cosas grandes, a la santidad, allí donde estén. No se conformen con menos. Entonces verán crecer cada día la luz del Evangelio, en ustedes mismos y a su alrededor.
Y así se cerró uno de los más esperados eventos del calendario jubilar y de este año santo. Una de las semanas más esperadas. Este ha sido hasta ahora el encuentro más multitudinario que León XIV ha presidido hasta la fecha.
En este mes de julio, la Iglesia católica en Corea se ha detenido para conmemorar el centenario de la beatificación de sus primeros 79 mártires, quienes fueron canonizados en 1984. Un tesoro, el de la Iglesia triunfante, que la Iglesia en el país quiere que sea también un faro para los que peregrinan en la Tierra.
Hoy, los lugares, los descendientes y la misma tierra custodian como un tesoro la memoria de quienes, con sencilla audacia y gratuidad recibida en don, lo han dejado todo para no «separarse del amor de Cristo» (Rm 8,35). La agencia FIDES relata las distintas iniciativas llevadas a cabo.
En los últimos años, la emoción de muchos coreanos que visitan los lugares de martirio ha crecido y se ha vuelto cada vez más intensa.
En 2011, los obispos y sacerdotes responsables de estos lugares en las distintas diócesis crearon una ruta ideal titulada Santuarios del catolicismo en Corea, una iniciativa que se ha convertido en una auténtica guía para el peregrino.
Recoge y señala 167 referencias a santuarios amados por la memoria eclesial, de los cuales 69 son lugares de martirio. El folleto propone una oración para iniciar la peregrinación y otra para concluirla. En su edición revisada y publicada en 2019, la guía distingue entre santuarios, lugares de martirio y sitios de peregrinación.
Los lugares más conocidos y visitados son los itinerarios propuestos por la Arquidiócesis de Seúl como ruta de peregrinación, la cual recibió la aprobación de la Santa Sede el 14 de septiembre de 2018. Tres itinerarios, presentados como Camino de la Buena Nueva, Camino de la Vida Eterna y Camino de la Unidad, invitan a recorrer las calles de la capital visitando los hitos más importantes de la historia de la Iglesia católica en la península. Entre ellos destaca la Puerta de Gwanghuimun, por donde pasaban los cuerpos de los católicos martirizados, razón por la cual se la conoce como la Puerta de los muertos.
Otros lugares significativos son el Santuario de Jeoldusan, un promontorio rocoso donde miles de bautizados fueron martirizados, y la iglesia de Gahoe-dong, donde se celebró la primera misa en 1795. En otros puntos identificados en estos recorridos, como el lugar donde se encontraba la casa de Juan Bautista Yi Byeok - quien acogió a los primeros cristianos coreanos-, solo quedan lápidas conmemorativas, ya que siglos de destrucción y reconstrucción han transformado radicalmente el paisaje urbano.
En septiembre, la Iglesia católica de Corea conmemora a sus 103 santos y 124 beatos. Los primeros fueron canonizados por san Juan Pablo II en 1984, mientras que los segundos fueron proclamados beatos por el papa Francisco en 2014.
El pasado 2 de julio, en Seúl, se han presentado al culto público reliquias de cuatro santos coreanos. Se trata de reliquias de tres misioneros franceses de la Société des Missions Étrangères de Paris -el obispo Laurent Imbert y los sacerdotes Pierre Maubant y Jacques Chastan- junto con el primer sacerdote coreano, san Andrés Kim Tae-gon.
La Conferencia Episcopal Coreana recibió estas reliquias el pasado 19 de febrero, tras haber estado custodiadas por las Hermanas de San Benito de Olivetano en Corea. Concretamente, se trata de un fragmento de hueso del pie de san Andrés Kim y de cabellos de los demás misioneros.
San Andrés Kim fue martirizado a los 25 años, el 16 de septiembre de 1846, mientras que los tres misioneros franceses fueron decapitados el 21 de septiembre de 1839 en Saenamteo, en la orilla norte del río Han, en el distrito de Yongsan-gu, en Seúl.
La ceremonia se ha celebrado como parte de los actos conmemorativos del centenario de la beatificación de los 79 mártires coreanos.
Actualmente, la Iglesia católica coreana está llevando a cabo el proceso de beatificación de otros dos grupos de bautizados asesinados durante las persecuciones.
El primero corresponde al Siervo de Dios Juan Bautista Yi Byeok y sus 132 compañeros laicos, asesinados durante la dinastía Joseon entre 1785 y 1879. Yi Byeok desempeñó un papel fundamental en la primera comunidad cristiana coreana, junto con compañeros como Francisco Javier Kwon Il-shin y Ambrosio Kwon Cheol-shin.
El segundo grupo está formado por el obispo Francisco Borgia Hong Yeong-ho y sus 80 compañeros, algunos de los cuales murieron durante la masacre de 1901 en Jeju, mientras que otros fueron asesinados tras la división de Corea. Entre ellos se encuentran 20 sacerdotes y 3 religiosas misioneras extranjeras, como la hermana Marie Mechtilde del Santísimo Sacramento y la hermana Teresa del Niño Jesús, del monasterio de las Carmelitas de Seúl.
Junto con otras tres hermanas extranjeras, fundaron en 1940 el pequeño convento de Hyehwa-dong, impulsado por el obispo Won Larriveau. Aunque tuvieron la posibilidad de huir al extranjero, decidieron quedarse junto a las hermanas coreanas: dos de ellas fueron secuestradas y torturadas y, durante la infame «marcha de la muerte» de Pyongyang a Chunggangjin, a orillas del río Amnok, fueron martirizadas y enterradas en Corea del Norte. Las otras tres fueron repatriadas a Francia gracias a un intercambio de prisioneros.
El misionero de Maryknoll y primer obispo de Pyongyang, Patrick Byrne, originario de Estados Unidos, también decidió permanecer en Corea durante la guerra. Al negarse a denunciar a Estados Unidos, a las Naciones Unidas y al Vaticano, fue condenado a muerte por las autoridades norcoreanas, aunque logró sobrevivir pese a los malos tratos sufridos. Posteriormente, fue obligado a unirse a otros prisioneros en una marcha forzada bajo la dirección de un comandante apodado «el Tigre».
A pesar del sufrimiento y el cansancio, Byrne asistió espiritualmente a los soldados moribundos, rezando y dando bendiciones a lo largo del camino. Al tercer día de la marcha, mientras impartía la absolución general a los soldados arrodillados con él en las montañas nevadas, cayó gravemente enfermo y murió en un hospital norcoreano, helado y sin medicinas, conocido entre los prisioneros como «la morgue».
La investigación para el proceso de beatificación se completó en junio de 2022 en Corea y el material correspondiente ha sido enviado al Dicasterio para las Causas de los Santos.
Durante la dinastía Joseon, los católicos huían hacia el sur del país y buscaban refugio en las montañas. Intentaban permanecer cerca, o al menos en contacto secreto, con sus familiares encarcelados en distintos lugares. Fue así como las primeras familias cristianas llegaron a la montaña llamada Hanti, situada a 600 metros sobre el nivel del mar, al noroeste de Palgongsan y al norte de la ciudad de Daegu, en la provincia de Gyeongsang.
Tras las persecuciones de Eulhae (1815), Jeonghae (1827) y Gihae (1839), y durante un período de alivio de las tensiones a mediados de siglo, la presencia de católicos en el país se había vuelto significativa. Así lo atestigua una carta de 1862 enviada por el vicario apostólico de Corea, Siméon-François Berneux (1854-1866), a François-Antoine Albrand, superior general de la Sociedad de Misiones Extranjeras de París, donde escribía: «Fui a un pueblo muy aislado en la ladera de una gran montaña, y unos 40 cristianos recibieron la Sagrada Comunión».
Con la persecución de Byeongin (1866), que llegó después de la de Gyeongsin (1860), las tribulaciones de los católicos coreanos alcanzaron su punto álgido de violencia, convirtiéndose en un exterminio: casi 8.000 de cada 10.000 católicos fueron asesinados. Posteriormente, la persecución Mujin (1868) también afectó a los habitantes de Hanti, donde muchos fueron martirizados por negarse a apostatar.
Las primeras peregrinaciones al lugar comenzaron cien años después, y en 1988 se exhumaron y trasladaron seis tumbas de mártires. Presente en el lugar, el profesor de anatomía de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Kyeongpook, Joo-gang Thomas d'Aquino, relató en un artículo para un periódico católico: «El cuerpo que tenía delante estaba decapitado. El cuello estaba doblado a la altura de la cintura y la parte inferior del cuerpo yacía en el suelo. Examiné cuidadosamente las vértebras cervicales. No había fracturas y el número coincidía, parecía que solo la carne había sido cortada con un cuchillo afilado. Las lágrimas brotaron de mis ojos».
Hoy en día, 37 tumbas de «innumerables mártires desconocidos» descansan en la colina de Hanti, en la archidiócesis metropolitana de Daegu, testimoniando la fe inquebrantable de quienes prefirieron la cruz antes que renunciar a Cristo.
Un número similar de mártires sin nombre reposaba en la diócesis de Daejeon, a 157 kilómetros de Daegu. «En 2014, el padre Pietro Kim Dongyum se ocupó de trasladar las tumbas de mártires coreanos sin nombre, pertenecientes a la clase social más baja, asesinados en el siglo XIX en Deoksan, Haemi y Hongju, ciudades situadas en la diócesis. Esta intervención fue necesaria debido al aumento del nivel del agua, que amenazaba la integridad de las sepulturas», relata el padre Agostino Han, jefe de oficina del Dicasterio para la Evangelización.
«Las tumbas fueron trasladadas a un terreno adyacente al Santuario de Silli. Allí, San Marie-Nicolas-Antoine Daveluy, M.E.P., quinto obispo de la península coreana, ejerció en secreto su ministerio pastoral durante 21 años. Durante el traslado, Pietro Kim sintió el deber de conservar parte de la tierra que rodeaba las tumbas, convencido de que podía contener fragmentos de reliquias de los mártires, enterrados sin un rito funerario digno debido a las duras persecuciones de la época. Por ello, reservó una porción de esa tierra para elaborar crucifijos y coronas del rosario de cerámica, incorporando en ellos la tierra extraída de las tumbas de los mártires» continua explicando padre Agostino.
«Así, se puede suponer que estas coronas del rosario contienen tierra impregnada de la sangre y fragmentos óseos de aquellos mártires que ofrecieron su vida como testimonio de fe. Una forma de rendirles homenaje, de honrar su fe y de mantener viva su memoria».
Si formara parte de una cordillera, con sus 558 metros sobre el nivel del mar apenas llamaría la atención. Sin embargo, por su aislamiento y forma cónica —que sugiere la de un volcán aunque su origen sea calcáreo—, y por elevarse más de 300 metros sobre el terreno circundante, parece de una altura imponente. Destaca la notable vegetación de sus laderas, cubiertas siempre de encinas, lentiscos y plantas montaraces, y en primavera, de lirios y azucenas.
Vista panorámica sobre el valle de Esdrelón y, al fondo, la depresión del río Jordán. El complejo de la izquierda está formado por el monasterio y la iglesia greco-ortodoxa; fue construido en el siglo XIX sobre ruinas de época cruzada. En la parte más alta del monte, destacan la basílica de la Transfiguración -orientada al este- y el convento franciscano. La puerta del Viento queda fuera del encuadre. Foto: Israel Tourism (Flickr).
Desde su cumbre, una ancha meseta donde además abundan los cipreses, se divisa un hermoso panorama. Estas características convirtieron al Tabor en escenario para los cultos de los pueblos cananeos, que veneraban a los ídolos en las cimas; pero también para las fortificaciones militares, como atalaya sobre la región: de lo uno y de lo otro hubo en ese lugar, donde las huellas de la presencia humana se remontan a hace setenta mil años.
Según los relatos del Antiguo Testamento, fue en las inmediaciones del Tabor donde Débora reunió en secreto a diez mil israelitas al mando de Barac, que pusieron en fuga al ejército de Sísara (Cfr. Jc 4, 4-24); allí mataron los madianitas y amalecitas a los hermanos de Gedeón (Cfr. Jc 8, 18-19); y una vez conquistada la tierra prometida, el monte delimitó las fronteras entre las tribus de Zabulón, Isacar y Neftalí (Cfr. Jos 19, 10-34), que lo tenían por sagrado y ofrecían sacrificios en su cumbre (Cfr. Dt 33, 19).
El profeta Oseas fustigó ese culto porque, sin duda, en su tiempo no era solo cismático, sino también idolátrico (Cfr. Os 5, 1). Finalmente, encontramos una prueba de la fama del Tabor en su uso como imagen literaria: el salmista lo une al Hermón para simbolizar en los dos todos los montes de la tierra (Cfr. Sal 89, 13); y Jeremías lo compara con el descollar de Nabucodonosor sobre sus enemigos (Cfr. Jr 46, 18).
Aunque en el Nuevo Testamento no aparece citado por su nombre, la tradición enseguida identificó el Tabor con el lugar de la transfiguración del Señor: se llevó con él a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a un monte para orar. Mientras él oraba, cambió el aspecto de su rostro, y su vestido se volvió blanco y muy brillante. En esto, dos hombres comenzaron a hablar con él: eran Moisés y Elías que, aparecidos en forma gloriosa, hablaban de la salida de Jesús que iba a cumplirse en Jerusalén.
Pedro y los que estaban con él se encontraban rendidos por el sueño. Y al despertar, vieron su gloria y a los dos hombres que estaban a su lado. Cuando estos se apartaron de él, le dijo Pedro a Jesús: —Maestro, qué bien estamos aquí; hagamos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías —pero no sabía lo que decía (Lc 9, 28-33; Mt 17, 1-4; Mc 9, 2-5).
La exploración arqueológica en el Tabor ha puesto de manifiesto la existencia de un santuario en el siglo IV o V —que algunos testimonios antiguos atribuyen a santa Elena—, construido sobre los vestigios de un lugar de culto cananeo. Más adelante, las narraciones de algunos peregrinos de los siglos VI y VII se refieren a tres basílicas, en recuerdo de las tres tiendas mencionadas por san Pedro, y a la presencia de un gran número de monjes.
De hecho, se ha encontrado un pavimento en mosaico de esa época, y consta que el Concilio V de Constantinopla, en 553, erigió un obispado en el Tabor. Durante la dominación musulmana, aquella vida eremítica fue decayendo, y en el año 808 se encargaban de las iglesias dieciocho religiosos con el obispo Teófanes.
Aunque en el Nuevo Testamento no aparece citado por su nombre, la tradición enseguida identificó el Tabor con el lugar de la transfiguración del Señor
A partir del año 1101, y mientras duró el reino latino de Jerusalén, se estableció una comunidad de benedictinos en el Tabor. Restauraron el santuario y levantaron un gran monasterio, protegido por una muralla fortificada. Esta no fue suficiente para resistir los ataques sarracenos, que conquistaron la abadía y, entre 1211 y 1212, la convirtieron en un bastión de defensa. Aunque se permitió a los cristianos volver a tomar posesión del lugar algo después, la basílica fue de nuevo destruida en 1263 por las tropas del sultán Bibars.
El monte quedó abandonado hasta la llegada de los franciscanos, en 1631. Desde entonces, consiguieron mantener la propiedad no sin dificultades; estudiaron y consolidaron las ruinas existentes, pero aún debieron pasar tres siglos para que fuese construida una nueva basílica: la actual, terminada en 1924.
Basilica of the Transfiguration
Hoy en día, los peregrinos suben al Tabor por una carretera sinuosa, trazada a principios del siglo XX para facilitar el abastecimiento de materiales durante la construcción del santuario. La llegada a la cima está marcada por la puerta del Viento —en árabe, Bab el-Hawa—, un resto de la fortaleza musulmana del siglo XIII, cuyos muros rodeaban toda la planicie de la cumbre. En el lado norte de esta extensión, se encuentra la zona greco-ortodoxa; y en el lado sur, la católica, a cargo de la Custodia de Tierra Santa.
Desde la puerta del Viento, una larga avenida flanqueada de cipreses conduce hasta la basílica de la Transfiguración y el convento franciscano. Delante de la iglesia, pueden verse las ruinas del monasterio benedictino del siglo XII, aunque también hay vestigios de la fortaleza sarracena. De hecho, esta se edificó aprovechando los cimientos de la basílica cruzada, los mismos sobre los que se apoya el santuario actual, de tres naves, que ocupa el plano del precedente.
La fachada, con el gran arco entre las dos torres y los frontones triangulares de las cubiertas, transmite al mismo tiempo bienvenida e invitación a elevar el alma. Al atravesar las puertas de bronce, esta sensación se multiplica: la nave central, separada de las laterales por grandes arcos de medio punto, se convierte en una escalera tallada en la roca que desciende hasta la cripta; y encima, muy elevado, destaca el presbiterio, que tiene detrás un ábside en el que está representada la escena de la Transfiguración sobre un fondo completamente dorado.
La evocación del misterio queda subrayada por una particular luminosidad, conseguida gracias a los ventanales abiertos en la fachada, los muros de la nave central y el ábside de la cripta.
Iglesia de la Transfiguración del Señor (Galilea)
El proyecto de la basílica respetó, incluyéndolos, algunos vestigios de las iglesias anteriores: junto a la puerta, las dos torres se construyeron encima de unas capillas con ábsides medievales, hoy dedicadas al recuerdo de Moisés y de Elías; y en la cripta, aunque la bóveda primitiva cruzada fue cubierta por un mosaico, el altar es el mismo y también quedan a la vista restos de mampostería en los muros.
Además, recientemente se excavó una pequeña gruta al norte del santuario, debajo del lugar identificado como el refectorio del monasterio medieval: las paredes contenían inscripciones en griego y algunos monogramas con cruces, rastros quizá del cementerio de los monjes bizantinos que habitaron la montaña.
En la transfiguración, Jesús muestra su gloria divina, confirmando así la reciente confesión de Pedro —tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo (Mt 16, 16. Cfr. Mc 8, 29; y Lc 9, 20)-, y, de este modo, también fortalecer la fe de los Apóstoles ante la proximidad de la Pasión (Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 555 y 568), que ya ha empezado a anunciarles (Cfr. Mt 16, 21; Mc 8, 31; y Lc 9, 22).
La presencia de Moisés y Elías es bien elocuente: ellos «habían visto la gloria de Dios en la Montaña; la Ley y los profetas habían anunciado los sufrimientos del Mesías» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 555). Además, los evangelistas narran que, cuando todavía Pedro estaba proponiendo hacer tres tiendas, una nube de luz los cubrió y una voz desde la nube dijo:
—Este es mi Hijo, el Amado, en quien me he complacido: escuchadle (Mt 17, 5. Cfr. Mc 9, 7; y Lc 9, 34-35).
Glosando este pasaje, algunos Padres de la Iglesia subrayan la diferencia entre los representantes del Antiguo Testamento, Moisés y Elías, y Cristo: «ellos son siervos, Este es mi Hijo (...). A ellos los quiero, pero Este es mi Amado: por tanto, escuchadle (...). Moisés y Elías hablan de Cristo, pero son siervos como vosotros: Este es el Señor, escuchadle» (San Jerónimo, Comentario al Evangelio de san Marcos, 6).
Para Benedicto XVI, el sentido más profundo de la transfiguración «queda recogido en esta única palabra. Los discípulos tienen que volver a descender con Jesús y aprender siempre de nuevo: "Escuchadlo"» (Joseph Ratzinger/Benedicto XVI, Jesús de Nazaret. Desde el Bautismo a la Transfiguración, p. 368).
Ver en Wikipedia
Miguel Gil
He aquí que la Virgen les declara de forma maravillosa sus deseos. A Juan Patricio y a su esposa se les aparece en sueños, y por separado, la Señora para indicarles su voluntad de que se levante en su honor un templo en el lugar que aparezca cubierto de nieve en el monte Esquilino. Esto ocurría la noche del 4 al 5 de agosto, en los días más calurosos de la canícula romana.
Van los dos esposos a contar su visión al papa Liberio. Este había tenido la misma revelación que ellos. El Sumo Pontífice organiza una procesión hacia el lugar que había señalado la Madre de Dios. Todos se maravillaron al ver un trozo de campo acotado por la nieve fresca y blanca. La Virgen acababa de manifestar de este modo admirable su deseo de que allí se levantase en su honor un templo. Este templo es hoy día la basílica de Santa María la Mayor.
Parece que no tiene ninguna garantía de veracidad. El cardenal Capalti aseguraba a De Rossi que, cuando los canónigos de esta basílica terminaban en coro las lecciones de la fiesta de Nuestra Señora de las Nieves y se disponían a entrar en la sacristía para dejar sus trajes corales, había uno bastante gracioso que solía decir que en toda la leyenda únicamente encontraba verdaderas estas palabras. "en Roma, a 5 de agosto, cuando los calores son más intensos".
La leyenda no aparece hasta muy tarde. Seguramente en el siglo XI. El caso es que cuajó fácilmente en la devoción popular y un discípulo del Giotto la inmortalizó en unos lienzos que pintó para la misma basílica.
En un cuadro aparece el papa Liberio dormido, con la mitra al lado; encima, ángeles y llamas, y, delante, la Virgen que le dirige la palabra. En otro cuadro aparece Juan Patricio, a quien se le aparece también la Virgen. Otra pintura nos presenta a María haciendo descender la nieve sobre el monte Esquilino.
Nuestro Murillo inmortalizó también esta leyenda en uno de sus cuadros. En él aparece el noble y piadoso matrimonio contando la visión al Papa, y en el fondo se contempla la procesión y el campo nevado.
Otros artistas reprodujeron en sus cuadros este milagro y los poetas lo cantaron en sus versos.
La devoción a la Virgen de las Nieves arraigó fuertemente en el pueblo romano y llegó a extenderse por toda la cristiandad. En su honor se levantan hoy templos por todo el mundo, y son muchas las mujeres cristianas que llevan este bendito nombre de la Santísima Virgen.
Nuestra Señora de las Nieves es lo mismo que Santa María la Mayor, título que lleva una de las cuatro basílicas mayores de Roma. Las otras tres son: San Pedro del Vaticano, San Pablo Extramuros y San Juan de Letrán.
La basílica de Santa María la Mayor parece ser que fue la primera iglesia que se levantó en Roma en honor de María y podemos decir, lo mismo que se afirma de San Juan de Letrán en un sentido más general, que es la iglesia madre de todas cuantas en el mundo están dedicadas a la excelsa Madre de Dios.
Por esto, y por ser una de las iglesias más suntuosas de Roma, mereció el título de la Mayor. Así se la distinguía de las otras sesenta iglesias que tenía la Ciudad Eterna dedicadas a Nuestra Señora.
Esta basílica ha pasado por bastantes vicisitudes a través de los tiempos. Ocupa el Esquilino, una de las siete colinas de Roma. En tiempo de la República era necrópolis y bajo el Imperio de Augusto, paseo público. Allí tenía el opulento Mecenas unos jardines. Allí estaba la torre desde la cual contempló Nerón el incendio de Roma y allí había un templo dedicado a la diosa Juno, al cual acudían las parejas de novios para implorar sus auspicios.
Aquí quiso la Reina del Cielo poner su morada. En el corazón de la urbe penetra su planta virginal y los hijos del más glorioso de los antiguos imperios abrirán sus pechos al amor de tan tierna Madre.
La primitiva iglesia no estaba consagrada a María. Se llamaba la basílica Sociniana. En surecinto lucharon los partidarios del papa Dámaso con los secuaces del antipapa Ursino. Esto sucedió a finales del siglo IV. En este tiempo se llamó también basílica Liberiana por su fundador, el papa Liberio.
En el siglo V es reconstruida por Sixto III (432-440). Este mismo Papa es el que consagra el templo a la Virgen. Desde este momento el nombre de María se va a hacer inseparable de este templo.
El concilio de Efeso había tenido lugar el año 431. Los padres del tercer concilio ecuménico acababan de proclamar la maternidad divina de María contra el hereje Nestorio. Era el primer gran triunfo de María en la Iglesia y una crecida ola de amor Mariano recorre toda la cristiandad de oriente a occidente. La maternidad divina de María es el más grande de los privilegios de María y la raíz de todas sus grandezas.
Roma no podía faltar en esta hora de gloria Mariana. Este templo que renueva Sixto III en honor de la Theotocos es el eco romano de la definición de los padres de Efeso. La ciudad entera se apresta a levantar y hermosear esta basílica. Los pintores ponen sus pinceles bajo la dirección del Sumo Pontífice y las damas se desprenden de sus más vistosas joyas.
Ahora es cuando la antigua basílica Sociniana se adorna con pinturas y mosaicos que celebran el misterio de la maternidad divina de María. Se levanta un arco de triunfo y sobre la puerta de entrada se lee una inscripción que empieza con estas palabras:
.
Las pinturas son de tema Mariano y generalmente relacionadas con la maternidad divina de María. Representan a la Anunciación, la Visitación, María con el Niño, la adoración de los Magos, la huida a Egipto y otras escenas de la vida de la Virgen.
Las tres amplias naves de la basílica se enriquecieron con los dones de los fieles y los ábsides se adornaron de lámparas y mosaicos. Algunos de éstos son especialmente valiosos.
En el siglo VII una nueva advocación le nace a esta iglesia: Santa María ad praesepe, Santa María del Pesebre. La maternidad de María acaba por llevar la devoción de los fieles al portal de Belén, a Jesús. Como siempre, por María a Jesús.
Al lado de la basílica surge una gruta estrecha, obscura y recogida como la de Belén. Allí irán los papas a celebrar la misa del gallo todas las Nochebuenas, y para que la piedad se hiciese más viva se enseñaban los maderos del pesebre en el cual había nacido el Hijo de Dios y trozos de adobes y piedras que los peregrinos habían traído de Tierra Santa.
Esta gruta llega a ser uno de los lugares más venerandos de la Ciudad Eterna. Los Romanos Pontífices la distinguen con sus privilegios. Gregorio III (731-741) puso allí una imagen, de oro y gemas que representaba a la Madre de Dios abrazando a su Hijo. Adriano I (762-795) cubrió el altar con láminas de oro, y León III (795-816) adornó las paredes con velos blancos y tablas de plata acendrada que pesaban ciento veintiocho libras.
Son muchas las gracias que la Santísima Virgen ha concedido a sus devotos en este santo templo. Aquí organizó San Gregorio Magno unas solemnes rogativas con motivo de una terrible peste que asolaba la ciudad.
El año 653 ocurrió en esta iglesia un hecho milagroso. Celebraba misa el papa San Martín cuando, al querer matarle o prenderle por orden del emperador Constante, el enarca de Ravena, Olimpo, quedó repentinamente ciego e imposibilitado.
Basten estos hechos para demostrar el gran aprecio que los Sumos Pontífices han tenido para con este templo a través de la historia.
Hoy mismo sigue siendo Santa María la Mayor una de las cuatro basílicas patriarcales de Roma cuya visita es necesaria para ganar el jubileo del año santo. De esta forma la Virgen de las Nieves sigue recibiendo el tributo de amor de innumerables peregrinos de todo el orbe católico.
Actualmente es una de las iglesias más ricas y bellas de la ciudad de Roma. Conserva muy bien su carácter de basílica antigua. Tiene por base la forma rectangular, dividida por columnas que forman tres naves, techo artesonado, atrio y ábside.
El interior de la basílica es solemne y armonioso. Las tres naves aparecen divididas por columnas jónicas. Contiene notables monumentos y tumbas de los papas.
Tiene dos fachadas: la que mira al Esquilino, que es la posterior, y la que mira a la plaza que lleva el nombre de Santa María la Mayor. Esta, que es la principal, data del siglo VIII, y la posterior del XVII. El campanario, románico, es el más alto de Roma. Fue construido el año 1377.
Sobre el altar mayor hay una imagen de María del siglo XIII, atribuida a Lucas el Santo, y en la nave se halla el monumento a la Reina de la Paz, erigido por Benedicto XV al terminar la primera guerra mundial. Su cielo raso está dorado con el primer oro que Colón trajo de América. En la plaza de Santa María la Mayor se yergue una columna estriada de más de catorce metros de altura. En la plaza del Esquilino se alza un obelisco procedente del mausoleo de Augusto.
Santa María de las Nieves. He aquí una de las advocaciones más bellas de la Santísima Virgen. Ella, que es la Madre de Dios, Inmaculada, Asunta al cielo, Virgen de la Salud y del Rocío, es también Nuestra Señora de las Nieves.
La nieve es blancura y frescor. Pureza y alma recién estrenada, intacta. Espíritu sin gravedad. ¡Cuán hermosamente tenemos representada aquí la pureza sin mancha de María!
Nieve recién caída en el estío romano. La pureza al lado del calor sofocante de la pasión. Sólo Ella, como aquel trozo milagrosamente marcado por la nieve en la leyenda de Juan Patricio, es preservada del calor fuerte del agosto que es el pecado. Sólo Ella es sin pecado entre todos los hombres. Ella es blancura y candor. Ella refresca nuestros agostos llenos del fuego del pecado y la concupiscencia.
Ni el copo de nieve, ni el ala de cisne, ni la sonrisa de la inocencia, ni la espuma de la ola es más limpia y hermosa que María.
Verdaderamente es ésta una fiesta de leyenda y poesía, María es algo de leyenda y poesía. Es la obra de Dios.
ver en wikipedia
MARCOS MARTÍNEZ DE VADILLO
Durante la misma, el Pontífice ha dado su visto bueno al nombramiento en sintonía con la opinión al respecto de la Sesión Plenaria de Cardenales y Obispos del Dicasterio para las Causas de los Santos.
Newman es «uno de los grandes pensadores modernos del cristianismo, protagonista de un itinerario espiritual y humano que marcó a la Iglesia y al ecumenismo del siglo XIX», según Vatican News. Fue «autor de reflexiones y textos que demuestran cómo vivir la fe es un diálogo diario, de corazón a corazón, con Cristo. Una vida dedicada con energía y pasión al Evangelio, que culminó en 2019 con su canonización».
Cuando fue elevado a los altares, el Papa Francisco lo definió como impulsor del «movimiento Oxford» para renovar la Iglesia Anglicana, converso, precursor del Concilio Vaticano II, y maestro de «la santidad de los cotidiano».
Nacido en Londres en 1801 en el seno de una familia de clase media, John Henry Newman tuvo su primera experiencia real de Dios a los quince años. Se convirtió al cristianismo y comenzó sus estudios universitarios en Oxford. Era un estudiante más que capaz, y podría haber tomado muchos caminos hacia el éxito mundano, pero en lugar de ello optó por el sacerdocio en la Iglesia de Inglaterra. Newman decidió incluso permanecer célibe, algo inusual en un clérigo anglicano. Se convirtió en un pastor muy querido, al tiempo que daba clases y era tutor en el Oriel College de Oxford.
En Oriel, Newman comenzó a estudiar a los Padres de la Iglesia, esas grandes figuras de la Iglesia de los primeros siglos que articularon los fundamentos de la fe cristiana. Algo se agitó en su interior. Los Padres tenían una visión de la Iglesia viva en su fe, unificada y en crecimiento. «Algunas partes de sus enseñanzas —escribió Newman— llegaron como música a mi oído interior—.
La semilla de una misión había sido plantada. En un viaje por el sur de Europa en 1833, Newman cayó gravemente enfermo en Sicilia y casi murió. En medio de una crisis de la enfermedad, dijo a su sirviente: «No moriré… Tengo un trabajo que hacer en Inglaterra». Cuando se recuperó, regresó a su país. El viaje exterior había concluido, pero el viaje interior, duro y ardiente, se intensificó.
Newman quiso vivir en esa Iglesia de los Padres. Así que, junto a sus amigos —era un hombre de profundas amistades—, se embarcó en lo que llegaría a conocerse como el Movimiento de Oxford. Dicho movimiento fue un intento de renovar la Iglesia de Inglaterra desde dentro, recuperando elementos de la liturgia, la mentalidad y el celo de la antigua Iglesia. Dio frutos entre sus compatriotas; sin embargo, el propio Newman seguía inquieto mientas leía y ponderaba lo que los Padres habían escrito. Esta inquietud se reflejó en sus obras, que atrajeron la atención de las autoridades de Oxford por ser «poco protestantes». Newman dejó la universidad.
En 1842, se retiró al pueblo de Littlemore, orando y luchando con sus prejuicios contra la Iglesia católica. ¿Por qué enseña cosas que parecen no estar presentes en la Iglesia primitiva? Razonaba, pero no de modo abstracto, porque quería que cualquier cambio en sus opiniones estuviese basado en algo más fuerte que la razón abstracta. «Es el ser concreto quien razona». Y «todo el hombre se mueve», lo cual lleva tiempo. Durante tres años, se dedicó a la oración y al estudio.
En 1845, publicó el Ensayo sobre el desarrollo de la doctrina cristiana, que se convertiría en un clásico cristiano. En esta obra, muestra cómo la Iglesia desarrolla su comprensión y articulación del dogma a lo largo del tiempo. El dogma «cambia… para permanecer el mismo», ya que lo que los cristianos creen sobre el Dios trino, Jesucristo y la Iglesia es algo vivo y que da la vida, y lo que vive crece.
Ese mismo año, John Henry Newman, el brillante profesor y renombrado predicador, pidió a un pobre misionero italiano que escuchase su confesión, y entró en la Iglesia católica. También él estaba vivo, y para permanecer fiel a su conciencia, cambió.
Los amigos se alejaron de él, acusándolo de traición. Tuvo que abandonar su amada Oxford definitivamente. Fue, escribió, como «salir hacia el mar abierto».
Dos años después, en Roma, Newman fue ordenado sacerdote católico. Entró en el Oratorio de San Felipe Neri, y un año después llevó la forma de vida sacerdotal de esta sociedad a Inglaterra. De 1854 a 1858, trabajó en Dublín para responder a la petición de los obispos irlandeses de que iniciase una universidad allí. A su regreso a Inglaterra, se dedicó a su servicio sacerdotal atendiendo a los inmigrantes pobres y a los obreros de las fábricas que acudían al Oratorio para participar en el culto.
En 1862, respondiendo a un ataque público que cuestionaba su conversión, Newman publicó una autobiografía que sigue siendo una obra maestra de la lengua inglesa: Apologia Pro Vita Sua, «una defensa de mi vida». Entendió que solo podía responder a algunas acusaciones con el testimonio de su vida, un «argumento» encarnado.
En 1879, este converso de tan obvia integridad atrajo la mirada del Papa León XIII, que nombró a Newman cardenal, y le concedió su petición de no ser consagrado obispo. «Cor ad cor loquitur», «el corazón habla al corazón» fue el lema escogido por el cardenal Newman. El cristianismo llegó a él de una forma personal a los 15 años, cuando Dios habló a su corazón, y algo de este carácter personal marcó su predicación, sus amistades más profundas y su pensamiento durante toda su vida.
Las grandes obras llevan tiempo, y en 1890, Dios terminó de modelar a su siervo. «Guíame, Luz amable», había rezado el joven Newman. Dios lo guió: hacia fuera de los lugares, ideas y relaciones en los que se había sentido cómodo hasta que, según las palabras grabadas en su tumba, John Henry Newman salió «de las sombras y de las imágenes hacia la verdad». El Papa Francisco lo canonizó en 2019.
Lo llamativo de las nuevas piezas es su gran tamaño. El 25% de ellas supera los 30 centímetros de longitud, destacando una suela récord de 32,6 centímetros, la más grande registrada en la vasta colección de calzado romano que atesora el Vindolanda Charitable Trust, la fundación benéfica independiente que administra y es propietaria del yacimiento arqueológico romano de Vindolanda, a unos 19 kilómetros de Magna y cerca del Muro de Adriano. Además de excavar, conservar, investigar y divulgar este yacimiento, la entidad gestiona el Museo del Ejército Romano, que se encuentra precisamente en Magna.
Las piezas de calzado descubiertas ahora tienen diferencias significativas con los más de 5.000 zapatos encontrados en Vindolanda. «Esta colección incluye diminutos botines de bebé, elaboradas sandalias de verano y botas militares de marcha. Estos antiguos artefactos cautivan la imaginación sobre el tipo de gente que los llevaba hace casi 2.000 años», dicen desde la fundación. Hasta ahora, solo el 0,4% de los zapatos encontrados en este lugar alcanzan tallas que se acercan a las de las nuevas piezas de Magna.
Estos 'zapatones' fueron recuperados durante la excavación de las trincheras defensivas del lado norte de Magna que se ha llevado a cabo a lo largo de este año. Las condiciones anaeróbicas –ausencia de oxígeno en el terreno– y de humedad han permitido la conservación de materiales orgánicos como el cuero durante casi dos milenios. El primer zapato. que es excepcionalmente grande, fue registrado en el diario de la excavación el 21 de mayo pasado.
La suela de 32 centímetros llamó la atención del equipo por su tamaño y fue reconocida en el momento como una de las más grandes de la colección del Vindolanda Charitable Trust. Pero se disparó y creció cuando empezaron a aparecer otras piezas similares en la misma zanja. Al final, ocho zapatos de Magna tienen una longitud igual o superior a los 30 centímetros, entre ellos el gigante de 32,6.
Elizabeth Greene, experta en el calzado romano, ha visto y medido todos los zapatos de la colección de Vindolanda. «Creo que aquí en Magna está ocurriendo algo muy diferente. Incluso a partir de esta pequeña muestra descubierta está claro que estos zapatos son mucho más grandes de media que la mayoría de la colección Vindolanda. Son realmente muy grandes».
.
Estaba dotado de unas cualidades extraordinarias como confesor, lo cual hacía que los fieles acudiesen a él de todas partes, para escuchar sus santos consejos.
Murió el año 1859. Apoyado en una intensa vida de oración y penitencia, pronto la fama de su celo sacerdotal, centrado en la administración del sacramento de la penitencia, se extendió por toda Francia y más allá.
Santo Cura de Ars
Acudiendo miles de fieles a Ars para confesarse con él, participar en su Misa y escuchar su predicación.
Después de su muerte, Pío XI en 1929 lo declaró patrono de los sacerdotes de todo el mundo.
La Iglesia lo ha propuesto desde entonces como especial modelo e intercesor para el ministerio sacerdotal.
.
El Papa León XIV apareció por sorpresa en la Plaza de San Pedro, para saludar a los miles de participantes de la Misa de bienvenida del Jubileo de los Jóvenes, este martes 29 de julio.
Después de recorrer la abarrotada plaza, en la que miles de jóvenes agitaban las banderas de sus países, el Santo Padre les dirigió unas palabras desde el altar principal. “Buona sera, buenas tardes, good evening”, dijo León XIV, provocando el alboroto de la multitud.
Al terminar el Pontífice subió a la zona del altar para dedicar estas palabras:
¡Vosotros sois la sal de la tierra, luz del mundo! Y hoy sus voces, su entusiasmo, sus gritos, que todos son por Jesucristo, y ¡los van a escuchar hasta el fin del mundo!
Al final dedicó un saludo final en italiano y un último mensaje que pidió que se repitiera por toda la plaza.
La emoción de los jóvenes se unía al sentido llamamiento del Papa por la paz:
“Esperamos que todos vosotros seáis siempre signos de esperanza en el mundo. Hoy estamos empezando. En los próximos días tendréis la oportunidad de ser una fuerza que pueda llevar la gracia de Dios, un mensaje de esperanza, una luz a la ciudad de Roma, a Italia y al mundo entero. Caminemos juntos con nuestra fe en Jesucristo. Y nuestro grito debe ser también por la paz en el mundo. Digamos todos: ¡Queremos la paz en el mundo! Recemos por la paz”.
“Oremos por la paz -invitó el Papa- y seamos testimonios de la paz de Jesucristo, de la reconciliación, esta luz del mundo que todos estamos buscando”.
Y luego de la bendición, el Pontífice les deseó una buena semana de permanencia en Roma, y la invitación encontrarse de nuevo el próximo 2 y 3 de agosto para la vigilia y misa del Jubileo de los jóvenes: “Nos vemos en Tor Vergata”.
"Una de ellas, llamada Lidia, vendedora de púrpura de la ciudad de Tiatira y temerosa de Dios, nos escuchaba. El Señor abrió su corazón para que comprendiese lo que Pablo decía" (Hch 16, 14-15)
La riqueza se cita a menudo como uno de los principales obstáculos al crecimiento espiritual. Se nos advierte que "es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el Reino de los Cielos". Eso no significa, sin embargo, que ser pobre te haga mejor automáticamente.
Una persona pobre que acumula unas pocas posesiones no es mejor que una persona rica que acumula muchas. No hay indicaciones de que Lidia abandonara su negocio tras convertirse al cristianismo. Pero hay muchas pruebas de que utilizó su fortuna sabiamente.
Entendió que el valor real de la riqueza reside en el modo en que la usas, no en cuánto tienes.
Ser el primero en hacer algo es un modo seguro de hacer que tu nombre figure en el libro de los récords. Y eso es lo que le pasó a nuestra santa de hoy, porque ella y su familia fueron los primeros en Europa en convertirse al cristianismo. Lidia era originaria de la ciudad de Tiatira, pero vivía en Filipos (Macedonia) donde se ganaba la vida con la preparación de vestidos de púrpura.
Eso podría no significar mucho para nosotros hoy en día, pero en el siglo I eso significaba que era una mujer muy rica. Fue por la predicación de san Pablo por la que se convirtió esta mujer. Y el apostol permaneció en su casa todo el tiempo que duró su predicación en aquella ciudad. No podemos decir más de ella pero, como suele ocurrir con estos primeros cristianos, no hacen falta más datos.
Ver en Wikipedia
Íñigo López de Loyola nació en 1491 en Azpeitia, en Guipúzcoa (España). Su aspiración era ser caballero. Por eso, su padre lo envió a Castilla, junto a don Juan Velázquez de Cuéllar, ministro del rey Fernando el Católico.
La vida en la corte formó el carácter y los modales del joven, que comenzó a leer poemas y a cortejar a las damas. Al morir don Juan, Íñigo se trasladó a la corte de don Antonio Manrique, duque de Nájera y virrey de Navarra. Siguiéndolo participó en la defensa de la ciudad de Pamplona. Allí, el 20 de mayo de 1521, fue herido por una bala de cañón que lo dejó cojo para toda la vida.
Durante su larga convalecencia, tuvo ocasión de leer la Leyenda Áurea de Jacopo da Varagine, y la Vida de Cristo de Lodolfo Cartusiano. Ambos textos influyeron enormemente en su personalidad, convenciéndolo de que el único Señor al que valía la pena seguir era Jesucristo.
Decidido a peregrinar a Tierra Santa, Íñigo llegó hasta el santuario de Montserrat, donde hizo voto de castidad y cambió sus ricos vestidos por los de un mendigo. Barcelona, desde cuyo puerto debía embarcarse hacia Italia, padecía una epidemia de peste, e Íñigo tuvo que detenerse en Manresa, donde vivió un largo periodo de aislamiento que dedicó a la meditación y a la escritura de una serie de consejos y reflexiones que, reelaborados más tarde, formaron la base de los Ejercicios Espirituales.
Llegó por fin a Tierra Santa deseando establecerse allí, pero el superior de los franciscanos se lo impidió, considerando que sus conocimientos teológicos eran demasiado pobres. Íñigo regresó entonces a Europa y comenzó estudios de gramática, filosofía y teología, primero en Salamanca y después en París.
En la capital francesa cambió su nombre por el de Ignacio, en homenaje al santo de Antioquía, a quien admiraba por su amor a Cristo y su obediencia a la Iglesia. Estos rasgos serían más tarde pilares fundamentales de la Compañía de Jesús. Para 1534, tenía seis seguidores: Francisco Javier, Pedro Fabro, Alfonso Salmerón, Diego Laínez, Nicolás Bobedilla y Simón Rodrigues.
El día 15 de agosto de 1534, los siete juran en Montmartre servir a nuestro Señor, dejando todas las cosas del mundo, y fundan la Sociedad de Jesús, que luego sería llamada la Compañía de Jesús. Deciden viajar a Roma para ponerse a las órdenes del Papa. El Papa Pablo III les dio la aprobación y les permitió ordenarse sacerdotes.
La Compañía de Jesús estuvo animada desde el principio por el celo misionero: los sacerdotes Peregrinos o Reformados (solo más adelante asumieron el nombre de Jesuitas) fueron enviados por toda Europa, y luego a Asia y al resto del mundo, llevando por todas partes su carisma de pobreza, caridad y obediencia absoluta a la voluntad del Papa.
Uno de los principales problemas que Ignacio tuvo que afrontar fue la preparación cultural y teológica de los jóvenes. Por esta razón, formó un cuerpo de docentes y fundó diversos colegios que, con los años, adquirieron fama internacional gracias al elevado nivel científico y a un programa de estudios que fue tomado como modelo incluso por instituciones no religiosas.
Por obediencia al Papa, Ignacio permaneció en Roma para coordinar las actividades de la Compañía y ocuparse de los pobres, los huérfanos y los enfermos, hasta el punto de que se le conoce como “el apóstol de Roma”. Dormía tan solo cuatro horas por noche, y continuaba su trabajo con esfuerzo a pesar de los sufrimientos causados por la cirrosis hepática y los cálculos biliares.
Murió en su pobre celda en 31 de julio de 1556. Fue canonizado en mayo de 1622 por el Papa Gregorio XV. Sus restos se conservan en la iglesia de Jesús en Roma, uno de los más bellos monumentos del barroco romano.