"Una de ellas, llamada Lidia, vendedora de púrpura de la ciudad de Tiatira y temerosa de Dios, nos escuchaba. El Señor abrió su corazón para que comprendiese lo que Pablo decía" (Hch 16, 14-15)
La riqueza se cita a menudo como uno de los principales obstáculos al crecimiento espiritual. Se nos advierte que "es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el Reino de los Cielos". Eso no significa, sin embargo, que ser pobre te haga mejor automáticamente.
Una persona pobre que acumula unas pocas posesiones no es mejor que una persona rica que acumula muchas. No hay indicaciones de que Lidia abandonara su negocio tras convertirse al cristianismo. Pero hay muchas pruebas de que utilizó su fortuna sabiamente.
Entendió que el valor real de la riqueza reside en el modo en que la usas, no en cuánto tienes.
Ser el primero en hacer algo es un modo seguro de hacer que tu nombre figure en el libro de los récords. Y eso es lo que le pasó a nuestra santa de hoy, porque ella y su familia fueron los primeros en Europa en convertirse al cristianismo. Lidia era originaria de la ciudad de Tiatira, pero vivía en Filipos (Macedonia) donde se ganaba la vida con la preparación de vestidos de púrpura.

Eso podría no significar mucho para nosotros hoy en día, pero en el siglo I eso significaba que era una mujer muy rica. Fue por la predicación de san Pablo por la que se convirtió esta mujer. Y el apostol permaneció en su casa todo el tiempo que duró su predicación en aquella ciudad. No podemos decir más de ella pero, como suele ocurrir con estos primeros cristianos, no hacen falta más datos.
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Íñigo López de Loyola nació en 1491 en Azpeitia, en Guipúzcoa (España). Su aspiración era ser caballero. Por eso, su padre lo envió a Castilla, junto a don Juan Velázquez de Cuéllar, ministro del rey Fernando el Católico.
La vida en la corte formó el carácter y los modales del joven, que comenzó a leer poemas y a cortejar a las damas. Al morir don Juan, Íñigo se trasladó a la corte de don Antonio Manrique, duque de Nájera y virrey de Navarra. Siguiéndolo participó en la defensa de la ciudad de Pamplona. Allí, el 20 de mayo de 1521, fue herido por una bala de cañón que lo dejó cojo para toda la vida.

Durante su larga convalecencia, tuvo ocasión de leer la Leyenda Áurea de Jacopo da Varagine, y la Vida de Cristo de Lodolfo Cartusiano. Ambos textos influyeron enormemente en su personalidad, convenciéndolo de que el único Señor al que valía la pena seguir era Jesucristo.
Decidido a peregrinar a Tierra Santa, Íñigo llegó hasta el santuario de Montserrat, donde hizo voto de castidad y cambió sus ricos vestidos por los de un mendigo. Barcelona, desde cuyo puerto debía embarcarse hacia Italia, padecía una epidemia de peste, e Íñigo tuvo que detenerse en Manresa, donde vivió un largo periodo de aislamiento que dedicó a la meditación y a la escritura de una serie de consejos y reflexiones que, reelaborados más tarde, formaron la base de los Ejercicios Espirituales.
Llegó por fin a Tierra Santa deseando establecerse allí, pero el superior de los franciscanos se lo impidió, considerando que sus conocimientos teológicos eran demasiado pobres. Íñigo regresó entonces a Europa y comenzó estudios de gramática, filosofía y teología, primero en Salamanca y después en París.
En la capital francesa cambió su nombre por el de Ignacio, en homenaje al santo de Antioquía, a quien admiraba por su amor a Cristo y su obediencia a la Iglesia. Estos rasgos serían más tarde pilares fundamentales de la Compañía de Jesús. Para 1534, tenía seis seguidores: Francisco Javier, Pedro Fabro, Alfonso Salmerón, Diego Laínez, Nicolás Bobedilla y Simón Rodrigues.

El día 15 de agosto de 1534, los siete juran en Montmartre servir a nuestro Señor, dejando todas las cosas del mundo, y fundan la Sociedad de Jesús, que luego sería llamada la Compañía de Jesús. Deciden viajar a Roma para ponerse a las órdenes del Papa. El Papa Pablo III les dio la aprobación y les permitió ordenarse sacerdotes.
La Compañía de Jesús estuvo animada desde el principio por el celo misionero: los sacerdotes Peregrinos o Reformados (solo más adelante asumieron el nombre de Jesuitas) fueron enviados por toda Europa, y luego a Asia y al resto del mundo, llevando por todas partes su carisma de pobreza, caridad y obediencia absoluta a la voluntad del Papa.
Uno de los principales problemas que Ignacio tuvo que afrontar fue la preparación cultural y teológica de los jóvenes. Por esta razón, formó un cuerpo de docentes y fundó diversos colegios que, con los años, adquirieron fama internacional gracias al elevado nivel científico y a un programa de estudios que fue tomado como modelo incluso por instituciones no religiosas.
Por obediencia al Papa, Ignacio permaneció en Roma para coordinar las actividades de la Compañía y ocuparse de los pobres, los huérfanos y los enfermos, hasta el punto de que se le conoce como “el apóstol de Roma”. Dormía tan solo cuatro horas por noche, y continuaba su trabajo con esfuerzo a pesar de los sufrimientos causados por la cirrosis hepática y los cálculos biliares.
Murió en su pobre celda en 31 de julio de 1556. Fue canonizado en mayo de 1622 por el Papa Gregorio XV. Sus restos se conservan en la iglesia de Jesús en Roma, uno de los más bellos monumentos del barroco romano.
En el Apocalipsis, p. ej., se dice por tres veces que Dios y Jesucristo son el alfa y la omega (Apc 1, 8; 21, 6; 22, 13). Y, como explica el mismo autor sagrado en dichos textos, la expresión significa que Dios y Jesucristo son «el comienzo y el fin» (Apc 1, 8), «el primero y el último» (Apc 22, 13), «el que es, el que era, el que viene, el todopoderoso» (Apc 1, 8). En Apc 22, 13, Jesucristo se aplica a sí mismo claramente estos títulos divinos que ya antes (Apc 1, 8; 21, 6) habían sido atribuidos a Dios.

En efecto, la expresión Yo soy el alfa y la omega es propia del Apocalipsis (v.), pero la idea se encuentra ya en el Antiguo Testamento, en donde Yahwéh dice por Isaías: «Yo soy el primero y el último» (Is 44, 6; cfr. 43, 10).
Cristo, al proclamarse el α y la Ω., afirma evidentemente su divinidad, atribuyéndose los títulos que dan los profetas al Dios verdadero, del que procede toda vida y al que todo retorna. Cristo, pues, es Dios, igual al Padre y, por consiguiente, tiene poder para mantener sus promesas y sus amenazas.
Puede, además, juzgar a los hombres como Señor soberano de toda la creación. El Apocalipsis todavía explica y aclara más el concepto de «el primero y el último», implícito en la fórmula α y Ω, recurriendo a la expresión «el que es», nombre que el A. T. da al Dios de Israel, completándola con la frase «el que era y el que viene» (Apc 1, 8).
Esta última expresión, «el que viene», que hace referencia a la Parusía (v.), une a la afirmación de la trascendencia y perfección ontológica de la divinidad, la de su acción por la que consuma la historia de la realidad creada.
La expresión «el primero y el último» se encuentra en el A. T., como ya dijimos (cfr. Is 41, 4; 44, 6; 48, 12), pero el traductor griego de Isaías, no atreviéndose a dar a Dios el apelativo de último, recurre a una perífrasis: «no hay otro Dios fuera de mí», «yo soy por los siglos de los siglos». En cambio, el Apocalipsis emplea el texto en su tenor primitivo, tal como lo hará el rabinismo.
La literatura cristiana antigua ve expresada en la frase «Yo soy el alfa y la omega», la divinidad de Cristo y la trascendencia divina, en sus atributos de infinidad, eternidad, causalidad (eficiente y final) universal, de la que procede toda vida (v. DIOS Iv, 3). En este sentido decía el poeta Prudencio:
«A et St cognominatus: ipse fons et clausula Omnium, quae sunt, fuerunt, quaeque post futura sunt».
También Tertuliano (De monogamia, c. 5: PL 2, 935) y S. jerónimo (Contra jovinianum, lib. I: PL 23, 237) lo interpretan en este mismo sentido. Los cristianos de los primeros siglos se sirvieron de este símbolo del Apocalipsis para expresar el acto de fe en la divinidad de su Maestro,, escribiendo o grabando en las tumbas y en las iglesias antiguas el A y la fZ a ambos lados de la cruz: AifZ, y también acompañando al chrismon o monograma de Cristo ADft.

La liturgia ha conservado también el recuerdo de este famoso símbolo y da al mismo tiempo un comentario que, si bien a veces no corresponde a su significación primitiva, resulta por lo demás interesante. En la liturgia mozárabe es donde encontramos más alusiones. P. ej., en el Breviario mozárabe se halla esta oración:
«A et fi, initium et f inis, Deus et homo, inf initus et praefinitus; in quo et principium Deitatis, et ultimum sentitur humanitas, excedens omnia, vivificans cuncta, et continens universa, miserere nobis qui manes et nobis appares...» (cfr. PL 86, 176).
Y algo después encontramos en el mismo Breviario mozárabe una antífona y una oración sobre el A y la ft (cfr. PL 86, 182). En el Libellus orationum mozarábico, la oración es seguida de la siguiente bendición:
«Benedicat nobis A et ft cognominatus, omnipotentis Dei Patris unigenitus f ilius: qui est initium et finis, ipse vos secum victores adtollat...».
El Misal mozarábico nos ofrece igualmente otra oración post nomina en el domingo antes de Epifanía (cfr. PL 85, 225). La abundancia de oraciones sobre el símbolo A y 11 en la liturgia mozarábica tal vez se explique por el hecho de que, en esta Iglesia, el Apocalipsis parece ocupar un lugar más importante que en las demás liturgias. Por eso mismo, los Padres y escritores españoles han comentado más veces estos pasajes del Apocalipsis.
La designación simbólica de la divinidad por medio de la primera y de la última letra del alfabeto griego pudiera ser una imitación de procedimientos semejantes empleados por los rabinos. Éstos conocen varias combinaciones de la primera y de la última letra del alfabeto. Así, p. ej., «observar la Ley (Torah) desde el alef hasta la tau», significaba observar toda la Ley.

En el siglo III nos es conocido el sistema alfabético de Atbash que alternaba la primera y la última letra (aleftau), la segunda y la penúltima (betshin), la undécima y la duodécima (kaflamed).
Este y otros sistemas parecidos se corresponden con los sistemas alfabéticos de la astrología helenística.
En la literatura rabínica también se dice que el sello de Dios es el 'emet, es decir, «la verdad, la fidelidad, la firmeza», porque dicha palabra está compuesta de la primera letra del alfabeto hebreo (Alef='), de la mediana (M) y de la última (T).
Los testimonios más antiguos que poseemos de este procedimiento son del s. III d. C., pero probablemente sea más antiguo. La interpretación alfabética de «verdad» es claramente judaica y hace referencia a Is 44, 6. La Shekinah («Presencia»), es decir, Dios, era designada por los cabalistas como el aleftau.
También en el helenismo se encuentran símbolos alfabéticos. Los helénicos indicaban con las letras del alfabeto griego las festividades religiosas de los egipcios y las 12 constelaciones del zodiaco. Y todo el sistema indicaba también el universo, el cosmos, el Aión.

La expresión de S. Juan "Yo soy el alfa y la omega" pudiera tener relación con esta mística helenística de las letras.
Sin embargo, es probable que el autor del Apocalipsis haya tomado el simbolismo no directamente del helenismo, sino indirectamente a través del pensamiento palestinense o judío, como parece demostrarlo la alusión a Is 44, 6, en conformidad con la especulación rabínica, y el hecho de que siga el sentido del texto hebreo de Isaías y no el de la versión de los Setenta.
I. SALGUERO GARCÍA (GER)
En la época de Diocleciano, se intensificaron las persecuciones contra los cristianos. Los hermanos de Beatriz, Simplicio y Faustino, fueron asesinados por ser cristianos, y sus cuerpos fueron arrojados al río Tíber desde el puente Emilio, a la altura de la isla Tiberina.
El dolor y el miedo debían haber invadido el corazón de Beatriz, que sin embargo siguió buscando los cuerpos de sus hermanos para darles una digna sepultura. Gracias a la ayuda de dos sacerdotes, logró rescatarlos de la corriente del río. Los sepultó en el mismo lugar donde después fue llevado también su cuerpo.

En efecto, Beatriz sufrió la misma suerte de sus hermanos: fue denunciada como cristiana, encarcelada y, a pesar de las amenazas, perseveró en la fe hasta morir mártir. Otra mujer, Lucina, dio sepultura a Beatriz en la cantera de puzolana donde habían sido enterrados sus hermanos.
La catacumba llamada “de Generosa” surgía en la vía Portuense; así, a los santos de esa catacumba se les llamó los Mártires Portuenses.
En ella se descubrió una pintura del siglo VI, llamada “Coronatio Martyrum”, en la que se pueden apreciar cinco personajes: en el centro Cristo, que da la corona del martirio a Simplicio, a cuyo lado está Beatriz; a la izquierda se pueden apreciar las figuras de Faustino, con la palma del martirio en una de sus manos, y Rufo.

Las reliquias de la Santa Beatriz y sus hermanos fueron trasladadas al Oratorio de la Iglesia de Santa Bibiana aproximadamente en el año 682, por orden del Papa León II.
Cuando esta iglesia fue restaurada, el arca de mármol con los restos de los mártires fue llevada a Basílica de Santa María la Mayor. Parte de las reliquias se encuentran en otras zonas de Europa, la más significativa en Alemania. Posteriormente serían trasladadas a la basílica de San Nicolás "in Carcere", en cuyo altar mayor se veneran actualmente, salvo una porción que Inocencio X donó a Ana de Austria.
El nombre de Beatriz se ha difundido y amado gracias al culto a la mártir romana.

Su difusión creció también a causa de la fama de diversas figuras, como Beatriz Portinari, la mujer que amó Dante Alighieri.
No se sabe nada de cierto acerca de estos mártires de Roma. Según la leyenda, Simplicio y Faustino, que eran hermanos, se negaron a ofrecer sacrificios a los dioses. Por ello fueron golpeados, torturados, decapitados y sus cadáveres fueron arrojados al Tíber.
Otra versión afirma que perecieron ahogados en ese río. Su hermana Beatriz recuperó los cadáveres y los sepultó en el cementerio de Generosa, en el camino de Porto. En 1868 se descubrió junto al camino de Porto el cementerio de Generosa; en él había una pequeña basílica de la época del papa san Dámaso, con algunos frescos y fragmentos de inscripciones.
En las inscripciones están los nombres de Simplicio, Faustiniano, Viatrix y Rufiniano o Rufo, del que las leyendas no hablan.
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Un antiguo y enigmático texto ha sido descubierto durante excavaciones arqueológicas en la Iglesia número 1 de la legendaria ciudad de Olimpo, situada en el distrito de Kumluca, Antalya (Turquía). Este hallazgo se suma al extraordinario patrimonio de la zona, conocida por su teatro semicircular tallado en la roca, sus sofisticadas termas con mosaicos y calefacción, y por las míticas Yanartas: las chimeneas de fuego eterno que brotan desde las entrañas del monte Olimpo.
Durante las excavaciones lideradas por el Ministerio de Cultura y Turismo de Turquía en la ciudad antigua de Olimpo, los arqueólogos han desenterrado una inscripción cristiana única en su tipo: un mosaico con un mensaje espiritual colocado justo frente a la entrada principal de una iglesia bizantina.

La advertencia, escrita en griego antiguo y formada con teselas de piedra, dice: “Solo los que siguen el camino recto pueden entrar aquí”. Según los expertos, esta frase habría servido como guía moral para los primeros cristianos que asistían al templo, y también como una forma de exclusión simbólica para quienes no compartían la fe.
El hallazgo no solo aporta información sobre la arquitectura religiosa de la región, sino que también ofrece una mirada directa a los códigos éticos y sociales del cristianismo primitivo en Anatolia.
Según los expertos, las inscripciones, tanto la principal que se creó con baldosas de colores dispuestas sobre la tierra, formando un círculo, como otras halladas en los laterales de la iglesia, presentan elaborados motivos geométricos y botánicos en las que se exponen también los nombres de los mecenas o benefactores que financiaron dicha construcción.
“Estos hallazgos confirman a Olimpo como una de las ciudades antiguas más ricas de la región de Licia en cuanto a suelos de mosaico”, explicó Gokcen Kutulus Oztaskin, profesor asociado de la Universidad de Pamukkale y director de excavación.

Nuevos hallazgos en Olimpo incluyen una vivienda civil, un templo desconocido y monumentos con mosaicos de alta calidad (VASILIS VERVERIDIS)
Además de la iglesia, los arqueólogos descubrieron los restos de una vivienda civil construida sobre lo que antiguamente fue una necrópolis o cementerio de la época romana.
La vivienda, erigida en el siglo V sobre un firme suelo de piedra, fue restituida en el VI a imagen de su diseño original tras sufrir un incendio. Entre los hallazgos destaca un pithos -una enorme jarra o vasija de arcilla destinada al almacenaje o al transporte de mercancías, que fue desenterrada en el asentamiento civil- y que actualmente se exhibe junto a otros artefactos recuperados de la ciudad en el Museo Arqueológico de Antalya.
Aparte de la iglesia n º1, también se ha hallado una zona que probablemente contenga la estructura de un templo previamente desconocido, así como un complejo en la entrada, el mausoleo del gobernante licio Marco Aurelio, el Palacio Episcopal, un puente romano, tumbas monumentales en el puerto y edificios todos ellos hermosamente decorados con mosaicos.
Los arqueólogos esperan completar el proyecto en el norte de la ciudad durante los próximos dos años y luego centrarse en la región sur de Olimpo. Conocida como una de las regiones antiguas con mayor riqueza de mosaicos de Turquía, los investigadores pretenden encontrar más inscripciones que ayuden a contar la historia de la antigua ciudad de Olimpo.
Olympos u Olimpo, fue una de las principales ciudades de la antigua Licia. Con orígenes que se remontan al período helenístico, la ciudad se convirtió posteriormente en un importante asentamiento romano y conservó su importancia hasta bien entrada la era bizantina en la que se transformó en un importante centro cristiano.
Respecto a su etapa cristiana, el cristianismo surgió por primera vez en la región de la actual Turquía en el siglo I d. C., poco después de la muerte y resurrección de Jesucristo según las creencias cristianas.
Olimpo, u Olympos, surgió como núcleo destacado de Licia en la época helenística, ganando importancia bajo el dominio romano y permaneciendo relevante en la etapa bizantina. La expansión del cristianismo en Anatolia desde el siglo I d.C. transformó a la ciudad en un centro de referencia para la nueva religión, con abundantes iglesias y mosaicos que sirven de testimonio de la influencia cristiana en su desarrollo histórico y social.

Las excavaciones en Olimpo continúan revelando detalles sobre la historia, la religión y la cultura de la antigua Turquía (VASILIS VERVERIDIS)
El equipo arqueológico prevé concluir el trabajo en la zona norte de la ciudad en los próximos dos años y posteriormente trasladarse a la región sur. Esperan hallar más inscripciones y restos que permitan profundizar en la reconstrucción histórica de Olimpo.
Asimismo, este lugar reúne una de las colecciones de mosaicos más ricas de Turquía, y cada nuevo descubrimiento aporta información clave sobre la vida religiosa, social y cultural en la antigua Anatolia.
Era Lázaro un judío de buena posición social, perteneciente a una familia muy conocida en toda Palestina y muy relacionado con familias distinguidas de Jerusalén. Vivía en Betania, pequeña aldea situada a quince estadios de Jerusalén, junto al camino que unía la capital teocrática con el valle del Jordán. La familia componíase de tres miembros: Lázaro y sus dos hermanas, Marta y María.
Nunca se habla de sus padres ni de otros familiares, señal de que aquellos habían pasado a mejor vida y de que los tres hermanos vivían solos en la casa. De vez en cuando se aumentaba la familia con la llegada de Cristo y de sus apóstoles, que encontraban en casa de Lázaro amplio y cariñoso acogimiento.

En sus viajes de Jericó a Jerusalén pasaba Jesús junto a Betania y no dejaba nunca de entrar a saludar a su familia amiga. Otras veces, cansado de luchar en Jerusalén contra los escribas y fariseos, tomaba al anochecer el camino de Betania y descansaba allí de sus fatigas apostólicas. No era Lázaro el jefe de familia, o, al menos, no era él el encargado de obsequiar a los visitantes y de llevar el peso de la casa. Estas funciones de amo y dueño de casa las ejercía su hermana Marta, acaso porque Lázaro fuera mucho más joven que ella o porque la enfermedad le imposibilitaba ejercerlas por sí mismo.
Entre la familia de Lázaro y Jesús existía una amistad sincera y profunda. No especifican los evangelistas en qué radicaba esta confraternidad, pero una piadosa tradición afirma que ello se debía a que Lázaro llevaba una vida profundamente religiosa, ajustando su conducta a las prescripciones de la ley mosaica, de manera que podían aplicársele las palabras que pronunció Cristo a propósito de Natanael: He aquí un verdadero israelita, en quien no hay dolo (Jn 1,47).
Apenas hubo oído hablar del Salvador y le hubo visto, se prendó del mismo, convirtiéndose en su verdadero discípulo. Tanto Lázaro como sus hermanas formaban parte, muy probablemente, de un grupo de piadosos israelitas que esperaban la redención de Israel. Eran muchos los que anhelaban oír la voz del Mesías, tantas veces preanunciado por los profetas, para deshacerse de la antigua ley, desfigurada por los fariseos, y abrazar !a ley de gracia.
Es también posible que la familia de Lázaro formara parte del movimiento religioso capitaneado por un grupo monástico residente en la región de Qumrán, al noroeste del mar Muerto, que se obligaba, entre otras cosas, a ejercer la hospitalidad.
El mejor elogio que puede hacerse de Lázaro lo hallamos en una frase que nos ha legado el evangelista San Juan al relatar las incidencias de la enfermedad de Lázaro. Afirma el evangelista que, habiendo enfermado Lázaro, sus hermanas enviaron un recado a Jesús, diciéndole: Señor, el que amas está enfermo (Jn 11,3).

Cristo en casa de Marta y María (Vermeer)
La mencionada frase entraña un profundo contenido. El amor que sentía Jesús hacia Lázaro está patente en las pocas palabras que pronuncia. No es posible que el divino Maestro tuviese predilección por él si no hubiese atesorado Lázaro en su corazón el fascinante talismán de la santidad. Entre Jesus y las almas podría establecerse este paralelismo: Jesús ama a las almas en la medida que éstas atesoran más grados de perfección, de tal manera que a mayor santidad, más predilección por parte de Cristo.
El amor que Jesús profesaba a Lázaro aparece visiblemente en el diálogo mantenido entre Él y las hermanas del Santo. Informado el Maestro de la enfermedad que aquejaba a Lázaro por los mensajeros que le mandaron Marta y María, no partió inmediatamente a la cabecera del enfermo, sino que, como afirma San Juan, permaneció en el lugar en que se hallaba dos días más, pasados los cuales dijo a los discípulos: Vamos otra vez a Judea (Jn 11,7). Enterada Marta de que Jesús estaba por llegar, voló a su encuentro, se arrodilló a sus pies y, anegada en lágrimas, le dijo:
—Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que cuanto pidieras a Dios te lo concederá.
Respondióle Jesús:
—Tu hermano resucitará.
—Sé—dícele Marta—que resucitará en la resurrección en el ultimo día.
Jesús dijo entonces:
—Yo soy la resurrección y la vida. Quien cree en mí aun cuando hubiera muerto, vivirá, y quien vive y cree en mí no morirá jamás. ¿Crees esto?
—Sí, Señor—dijo Marta—; yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo, el que viene al mundo.
Y dicho esto se fue a llamar a su hermana, diciéndole secretamente:
—Está aquí el Maestro y te llama.
Apenas María oyó estas palabras, se levantó apresurademente, abandonando a los asistentes, y, rápida como el entusiasmo de su corazon, salió al encuentro del Maestro. Los judíos que estaban con ella, viendo que María se levantaba y salía de prisa, la siguieron creyendo que iba a la tumba para llorar allí. Cuando María llegó a donde estaba Jesús, viéndole, postróse a sus pies, diciendo:
—Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano.
Jesús, al ver llorar a María y a los judíos, se estremeció en su espíritu y se conturbó.
—¿Dónde lo habéis puesto?—dijo.
Contestáronle:
—Señor, ven y velo.
Y Jesús lloró. Y, al presenciar los judíos cómo gruesas lágrimas brotaban de sus ojos, exclamaron:
—¡Cómo le amaba!
Jesús, frente a la tumba de Lázaro, se estremece y llora. Las lágrimas son palabras del corazón. Manda Jesús que se quite la losa del sepulcro y con voz fuerte exclama: Lázaro sal fuera. Salió el muerto atado de pies y manos y el rostro envuelto en un sudario. El Dominador de la muerte, ante la estupefacción de los presentes, añadió: Soltadle y dejadle ir (Jn 11,17-44). Las delicadas manos de sus dos hermanas apresúranse a cumplir el mandato de Cristo, soltando las trabas que oprimían el cuerpo redivivo del que hacía cuatro días que había muerto.
El milagro tuvo gran resonancia; el nombre de Lázaro corría de boca en boca y su persona habíase convertido en signo de contradicción. "De la misma manera que el sol brilla sobre el barro y lo endurece, y brilla sobre la cera y la ablanda, así este gran milagro de nuestro Señor endureció algunos corazones para la incredulidad y ablandó a otros para la fe" (Fulton Sheen).
El pueblo sencillo acudía a Betania llevado por la curiosidad de ver a un ser redivivo, saludar a la familia y congratularse con ella del gran milagro que en su favor había obrado Cristo. "Muchos de los judíos que habían venido a María y vieron lo que había hecho (Jesús) creyeron en El" (Jn 11,45).
Debió convertirse Betania en meta de peregrinaciones, porque, según el Evangelio, una gran muchedumbre de judíos supo que Jesús estaba allí, y vinieron no sólo por Jesús, sino por ver a Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos (Jn. 12,9). Para los que le habían visto muerto y cerrado durante cuatro días en el sepulcro, era Lázaro una prueba irrefutable del poder taumatúrgico de Cristo.

Betania - Tumba de Lázaro
çLo comprendieron así los príncipes de los sacerdotes, los cuales, alarmados por el número creciente de conversiones, resolvieron matar a Lázaro. Pero aún más: viendo que Jesús multiplicaba sus milagros y temiendo que todos creyeran en Él, reuniéronse en consejo y determinaron hacerle morir.
Como no había llegado todavía su hora, Jesús ya no andaba en público entre los judíos, antes se retiró a una región próxima al desierto de Judá, donde moró con sus discípulos. En Jerusalén se le buscaba afanosamente, preguntando si subiría a la fiesta de la Pascua. Muchos temían que Jesus no asistiría a la misma, pues los príncipes de los sacerdotes y los fariseos habían dado órdenes para que, si alguno supiese dónde estaba, lo indicase, a fin de echarle mano (Jn 11,57).
Buscaban los hombres la manera de dar muerte al que era la resurrección y la vida, creyendo que de ellos dependía el momento y el día de su ejecución. Sin embargo, al prenderle (Mt 26,53-56), hízoles saber Cristo que se entregaba voluntariamente en sus manos y que ofrecía su vida para la redención del mundo porque era ésta la voluntad del Padre celestial. La resurrección de Lázaro fue lo que selló su muerte. Puesto que una piedra acababa de ser quitada de su sepulcro y Lázaro era llamado para que volviera a la vida. Caifás, en representación de las autoridades, profetizó que Jesús había de morir por el pueblo, y no solo por el pueblo, sino para reunir en uno todos los hijos de Dios (Jn 11,51-52).
La resurrección de Lázaro puso en ridículo a las autoridades judías. Todas sus acusaciones contra Jesús se derrumbaban estrepitosamente. Los hechos eran patentes: un hombre había muerto y Jesús lo resucitó al cabo de cuatro días. ¿Habéis oído cosa semejante? No se atrevieron las autoridades a negar la veracidad del hecho; no podían, porque muchos hombres de Jerusalén y Betania habían sido testigos oculares de los acontecimientos, siguieron el curso de la enfermedad de Lázaro, le vieron morir, asistieron a la conducción de su cadáver y divisaron el movimiento de la piedra, que, girando sobre sí misma, cerró la boca del sepulcro.
Al cuarto día, cuando el cadáver presentaba señales evidentes de putrefacción—Ya hiede, decía su hermana Marta—, la voz imperiosa de Cristo le grita: Lázaro, sal fuera. Lo que no hicieron entonces los enemigos de Jesús, lo han intentado sus sucesores, los racionalistas modernos. Para Paulus, Lázaro sufrió un síncope; creyéndole muerto, lo llevaron al sepulcro. Al llegar Cristo y mandar abrirlo, una ráfaga de aire fresco penetró en la caverna, reanimando al que equivocadamente habían dado por muerto.

La Resurrección de Lázaro (Giotto)
Renán propone otra explicación no menos grotesca: cuando Jesús llegó a Betania, Lázaro estaba curado; pero sus dos hermanas, ruborizadas por haber molestado a Jesús al haberle obligado a venir, quisieron reparar la falta proporcionándole la ocasión de obrar un milagro. Prestóse Lázaro a dejarse vendar brazos y piernas, envolver su cabeza con un sudario y tenderse como un muerto en el sepulcro de familia.
No tuvo Cristo gran trabajo en reanimar al que estaba realmente vivo. Otros racionalistas eliminan el milagro recurriendo a la tesis de la alegoría: descartada la realidad histórica del milagro, dicen, la resurrección de Lázaro no es otra cosa que una composición literaria, o sea, un símbolo que pretende desarrollar el conocido tema, tan del agrado de Cristo, y que enuncia el evangelio de San Juan con las palabras Yo soy la resurrección y 1a vida (Jn 11,25). Para ellos la tesis crea el hecho.
Después de su resurrección llevó Lázaro una vida normal. Seis días antes de la Pascua fue Jesús a Betania, donde estaba Lázaro, a quien Jesús había resucitado de entre los muertos (lo. 12,1). La familia amiga le dispuso una cena, en la cual Marta servía, y Lázaro era de los que estaban a la mesa con Él. Los judíos se enteraron que Cristo estaba en Betania y fueron allí.
Al día siguiente continuaba en Jerusalén el entusiasmo por Jesús. Le rendía testimonio la muchedumbre que estaba con Él cuando llamó a Lázaro del sepulcro y le resucitó de entre los muertos. Por esto le salió al encuentro la multitud, porque habían oído que había hecho este milagro. Entre tanto los fariseos se decían: Ya veis que no adelantamos nada, ya veis que todo el mundo se va en pos de El (Jn. 12,17-19). Esto último cabe decir de las hipótesis que los racionalistas han forjado para eliminar el milagro de la resurrección de Lázaro.
Una hipótesis sucede a otra, sin que el pueblo se entere de su existencia. El alma popular, limpia del orgullo intelectual, sigue creyendo en la realidad del milagro y abriga la persuasión de que todo lo puede Aquel que es la resurrección y la vida. Sabe que Cristo vino al mundo para que todos tengan vida, y la tengan abundante (Jn 10,10). A Lázaro, junto con la vida del alma, devolvió Cristo la vida del cuerpo.
LADISLAO GUIM CASTRO, O. F. M.
Podemos convertir el día 26 de julio en la fiesta del agradecimiento: gracias a nuestros abuelos vinieron a la vida nuestros padres. Gracias a ellos nosotros hemos vivido muchas cosas.
Darles las gracias, compartir cada año un día de alegría, proporcionar unas horas de cariño, ternura, amor en sus soledades de personas mayores, logrando la sonrisa de su ancianidad, la chispa de viveza en sus ojos fatigados por su vejez, con-sumidos por sus años, pero siempre generosos con todos.
Día de acción de gracias por la vida, por los cuidados, por los desvelos, por los sufrimientos, por los sacrificios, por el derroche de amor y cariño de nuestros abuelos hacia nuestros padres y hacia nosotros. Por la indescriptible ayuda en nuestra educación y en la formación de nuestra personalidad.
Los abuelos de nuestra sociedad vuelven a vivir y a dar por segunda vez los mimos y los castigos que en su día ejercitaron con nuestros padres, rectificando y mejorando en todo aquello que para ellos, desde la óptica de la sabiduría que dan los años, han visto que es lo mejor para sus nietos. Su sensibilidad nos permite amarles más, y por ello nuestro agradecimiento ha de ser mucho mayor.
Celebrar la fiesta de los abuelos, es como un deber de agradecimiento, un acto de amor, una devolución de ternura y sobre todo, una acción de gracias respetuosa y alegre, para hacerles arrancar su mejor sonrisa en esta celebración íntima y familiar, donde vuelven a ser protagonistas en este día de los abuelos. Es una extensión justa, y cada día más necesaria, del cuarto mandamiento: honrarás a tu padre y a tu madre.

Sagrada Familia con San Joaquín y Santa Ana - Joseph Paelink (Getti Museum, Los Angeles)
La sensibilidad de la sociedad actual nos pide que se establezca un reconocimiento público, universal y particular de cada nieto por sus abuelos –los padres de nuestros padres–.
Ensalzar la figura de la abuela y del abuelo es tributar un cariño particular por la persona importante de nuestros recuerdos de infancia, personajes simpáticos a los que más de una vez hemos hecho rabiar», al igual que recordamos que les hemos hecho llorar de emoción y alegría. Su gran corazón se lo me-rece todo.
Los abuelos son un factor integrador de la vida familiar, a la que intentan sostener y fortalecer, siendo elementos creadores de afectividad, cariño y comprensión; su equilibrio emocional y de convivencia permite mantener un clima de tranquilidad y de sosiego en el hogar, que ayuda, colaborando con los padres, a obtener la madurez en la formación de los nietos.
Pero también las personas mayores precisan mantener relaciones intergeneracionales para renovar sus conocimientos. Por eso, armonizar todos los sectores demográficos de la sociedad, resulta necesario para obtener vivencias complementarias, que llenan la vida en sociedad.
La soledad de los abuelos suele ser su mayor pobreza, pues produce la sensación de vacío, difícil de sustituir. Esto se puede comprobar, si acudes a una residencia: observarás cómo esperan anhelantes la visita de un familiar.
Terminamos con estas bellas palabras de Juan Pablo II:
«¡Nuestros abuelos! La Biblia les reserva el calificativo de ricos en sabiduría, maestros de la vida, testigos de la tradición de la fe y personas llenas de respeto a Dios... Es importante que se conserve, o se restablezca donde se haya perdido, un pacto entre las generaciones, de modo que los padres ancianos, llegados al término de su camino, puedan encontrar en sus hijos la acogida y la solidaridad que ellos les dieron cuando nacieron» (Juan Pablo II, Evangelium vitae).
«Ponte en pie ante las canas y honra el rostro del anciano» (Lv 19, 32). Honrar a los ancianos supone un triple deber hacia ellos: acogerlos, asistirlos y valorar sus cualidades. En muchos ambientes eso sucede casi espontáneamente, como por costumbre inveterada. En otros, especialmente en las naciones desarrolladas, parece obligado un cambio de tendencia para que los que avanzan en años puedan envejecer con dignidad, sin temor a quedar reducidos a personas que ya no cuentan nada.
Es preciso convencerse de que es propio de una civilización plenamente humana respetar y amar a los ancianos, porque ellos se sienten, a pesar del debilitamiento de las fuerzas, parte viva de la sociedad. Ya observaba Cicerón que "el peso de la edad es más leve para el que se siente respetado y amado por los jóvenes". Mientras hablo de los ancianos, no puedo dejar de dirigirme también a los jóvenes para invitarles a estar a su lado. Os exhorto, queridos jóvenes, a hacerlo con amor y generosidad. Los ancianos pueden daros mucho más de cuanto podáis imaginar (Carta de Juan Pablo II a los ancianos).
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La elevación de Pedro a la dignidad de obispo de Rávena tuvo lugar probablemente entre los años 424-429. Desde el año 404 Ravena era residencia imperial de Occidente. Se explica que, a instancias del emperador romano, el Papa confiriera a esta sede la dignidad de metropolitana. Pedro fue el primer arzobispo, "antistes", como se decia entonces.
En el 431 Teodoreto de Ciro, y más tarde, a principiosdel 449, Eutiques, le escriben para pedir su protección en la polémica suscitada por las cuestiones cristológicas, tan debatidas en Oriente. Se ha conservado la respuesta de Pedro a Eutiques, la cual es un preclaro testimonio en favor de la sumisión debida al sumo jerarca de la Iglesia, el Papa, máxime en cuestiones de fe.
"En todo te exhortamos, honorable hermano —escribe—, a que acates con obediencia todas las decisiones escritas por el santísimo Papa de la ciudad de Roma, ya que San Pedro, que continúa viviendo y presidiendo en su propia sede, brinda a los que la buscan la verdadera fe. Nosotros, en cambio, para el bien de la paz y de la fe, no podemos asumir las funciones de juez sin el consentimiento del obispo de Roma".
Como prelado, Pedro se distinguió por su actividad como constructor de edificios sagrados y como consejero de la emperatriz regente, Gala Placidia. Ambos se estimularon en la devoción hacia la memoria de los santos. En 445 expiró en brazos de Pedro el obispo de Auxerre, San Germán, a quien, de paso por Ravena, llamó a la gloria.

Pero sobre todo sobresalió Pedro como predicador. Su celebridad, el titulo de "Doctor de la Iglesia" que el papa Benedicto XIII le otorgó en 1729, proviene de sus sermones, que han llegado hasta nosotros.
Su sermonario clásico consta de 176 piezas, de las cuales hay que rechazar ocho como no auténticas (las números 53, 107. 119, 129, 135, 138, 149 y 159); en cambio, a la colección de los sermones genuinos hay que añadir otros catorce, editados en lugares muy distintos. La mayor parte de estos discursos sagrados son homilías sobre determinadas pericopes evangélicas.
Seis sermones comentan otros tantos salmos (son los únicos textos del Antiguo Testamento a los que nuestro predicador ha dedicado expresamente unos comentarios). Doce explican varios pasajes de las epístolas de San Pablo. Siete son explanaciones del símbolo de la fe y seis de la oración dominical; están dirigidos, por consiguiente, a los catecúmenos.
Hay, además, algunas series de sermones heortásticos, parte homiléticos, parte no, mezclados con exhortaciones al ayuno, panegíricos de santos y otros discursos circunstanciales, principalmente los pronunciados con motivo de consagraciones episcopales.
El estilo de Pedro es retórico, académico. Sus discursos acusan una preparación esmerada; Pedro no decía nada que antes no hubiese escrito, estudiado, aprendido. Le falta la espontaneidad, la naturalidad de un Agustín, por ejemplo.
A pesar de todo, en sus frases, llenas de figuras retóricas y de sentencias, de juegos de palabras, de redundancias y pleonasmos, terminadas siempre con cláusulas rítmicas, se refleja el talento del orador. El retoricismo, sin duda decadente, de Pedro, que en la primera mitad de la Edad Media le mereció el sobrenombre de "Crisólogo" (palabra de oro o también el que dice oro), no es suficiente para ahogar el calor humano y el fervor divino que desprenden las palabras de nuestro santo predicador.
San Pedro Crisólogo predicó entre los concilios de Efeso y de Calcedonia. Por eso es natural que sus discursos estén saturados de las preocupaciones cristológicas de la época. Creemos que este aspecto es el más interesante de los sermones. Mas no hay que olvidar que Crisólogo no es teólogo propiamente dicho. En las exhortaciones se refleja, ante todo, la preocupación pastoral del obispo de Ravena. En este sentido sus palabras son realmente el espejo de su santidad.
Si algún epíteto hubiese que darse a este orador, el más apropiado seria el de "Doctor del amor paternal de Dios". Es característica, por ejemplo, la afición que manifiesta por la idea, que continuamente está repitiendo, de que Dios prefiere ser amado que temido. Su mariología está impregnada de un verdadero lirismo; lo que él dice de la Santísima Virgen, con unas exuberarcias de conceptos que parecen preanunciar las bizantinas, no tienen parangón en la literatura patrística.
Pedro murió el 3 de diciembredel año 450. Según la tradición, fue a morir a su patria, junto al sepulcro del mártir San Casiano. De hecho, actualmente su sepulcro se venera en la cripta llamada de San Casiano, de la catedral de Imola.
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Alejandro Olivar
El Apóstol Santiago es el hijo mayor de Zebedeo y María Salomé. Hermano de Juan, el Evangelista. Vivian en la ciudad de Betsaida, junto al Mar de Galilea, donde tenían una pequeña empresa de pesca.
El nombre de Santiago proviene de las palabras Sant Iacob, del hebreo Jacob. Durante las batallas los españoles solían gritar «Sant Iacob, ayúdenos» y al decirlo rápido repetitivamente sonaba a Santiago.
Después de presenciar la pesca milagrosa, al oír que Jesús les decía: «Desde ahora seréis pescadores de hombres», Santiago dejó sus redes, a su padre y a su empresa pesquera y se dispuso a seguir a Jesucristo.
Santiago el Mayor fue uno de los doce discípulos. Junto con Pedro y Juan, acompañaron a Jesús en momentos muy importantes de su vida. Tales como la Transfiguración del Señor, la pesca milagrosa y la oración de Jesús en el Huerto de Getsemaní, entre otros.
Los Hechos de los Apóstoles, relatan que Santiago fue el primer Apóstol martirizado, degollado por orden de Herodes Agripa hacia el año 43 en Jerusalén.

Santiago Mayor
Santiago llegó hasta España a proclamar el Evangelio. La Catedral de Santiago de Compostela es su principal Santuario, donde están las reliquias del Apóstol. Miles de personas peregrinan allí cada año, deseosas de recorrer el Camino de Compostela. A Santiago Apóstol, se le representa vestido de peregrino o como un soldado montado en un caballo blanco en actitud de lucha.
En 1982, cuando San Juan Pablo II visitaba esta Catedral española, hizo un llamado a Europa a reavivar “aquellos valores auténticos” que proclamaba Santiago.
El apóstol Santiago es conocido también por haber preparado el camino para que la Virgen María sea reconocida como «Pilar» de la Iglesia.
El Papa Francisco, en febrero de 2014, al reflexionar sobre los conflictos armados, señaló que Santiago nos da un consejo sencillo: “Acérquense a Dios y Él se acercará a ustedes”.
Pese a que desde el siglo IX los reyes de la reconquista reconocían a Santiago Apóstol como su patrón, no fue hasta el siglo XVII cuando el patronato de España le fue concedido al santo.
El papa Urbano VIII, en 1630 declaro, bajo el reinado de Felipe IV, que Santiago Apóstol fuera reconocido oficialmente como único patrón de España (que desde 1627 compartía con Santa Teresa de Jesús).
Esta decisión se hizo conjuntamente con el reconocimiento por parte de la Iglesia de que sus restos estaban enterrados en Compostela y estableciendo además que la festividad de Santiago Apóstol se celebrara cada 25 de julio.

«El Camino de Santiago despierta uno de los deseos más profundos del corazón del hombre, el anhelo de purificarse, de mejorar; en fin, el deseo de Dios». San Josemaría Escrivá Imagen de Almudena Cuesta
Desde 1646, por obra de Felipe IV, está institucionalizado el Voto de Santiago que consistía en una ofrenda por parte de los reyes, príncipes y del arzobispo de Compostela a la Catedral de Santiago cada 25 de julio. Esta ofrenda sigue teniendo lugar a día de hoy, aunque de forma simbólica, en una de las partes de la Misa de la celebración en el Día del Apóstol.
Es el día 25 de julio cuando se celebra la Festividad del Apóstol Santiago y el día de Galicia. Esta es una celebración cristiana que tiene lugar en múltiples localidades españolas y puntos de todo el mundo.
Este día celebramos la muerte del Santo, su muerte por martirio, un final que junto a su carácter de discípulo muy próximo a Jesucristo le confiere su nombre de apóstol y de santo. Existen datos y referencias que señalan el año 44 como la fecha del martirio de Santiago, aun que la elección del día 25 de julio no parece basarse en ningún dato histórico.
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En todo caso, la celebración del día de Santiago es una celebración muy antigua, una fiesta instaurada en Roma aproximadamente hacia el siglo X o XI cuando tenemos noticia de su celebración en la basílica romana de San Pedro.

Además, el día de Santiago se pueden conseguir indulgencias plenarias, es decir, la posibilidad de obtener el perdón de los pecados para los peregrinos o fieles. Para poder ganar el Jubileo, y obtener la indulgencia plenaria, se necesitan cumplir tres condiciones:
- Visitar la tumba del Apóstol Santiago en la Catedral
- Rezar una oración
- Recibir el Sacramento de la confesión quince días antes o quince días después de visitar la tumba y comulgar
Hoy día, en pleno siglo XXI, la fiesta del día de Santiago se celebra más que nunca en Galicia en la ciudad de Santiago de Compostela. Representa los aspectos religiosos y de perdón que unen y congregan en los diferentes espacios de la ciudad a peregrinos llegados de todos los rincones del mundo.
Dentro de la celebración actual están los magníficos fuegos artificiales que tienen lugar en la plaza del Obradoiro durante la noche del 24 que en los últimos años ha ido acompañándose de proyecciones y espectáculos audiovisuales sobre las fachadas de la catedral y otros edificios históricos de la plaza.

«…de Santiago podemos aprender muchas cosas: la prontitud para acoger la llamada del Señor incluso cuando nos pide que dejemos la «barca» de nuestras seguridades humanas, el entusiasmo al seguirlo por los caminos que él nos señala más allá de nuestra presunción ilusoria, la disponibilidad para dar testimonio de él con valentía, si fuera necesario hasta el sacrificio supremo de la vida.
(…) Siguiendo a Jesús como Santiago, sabemos, incluso en medio de las dificultades, que vamos por el buen camino.»
Benedicto XVI, Audiencia General Junio 2006
El Apóstol Santiago es uno de los santos más importantes del cristianismo. Tras el descubrimiento de su sepulcro alrededor del año 813, donde descansan sus restos, numerosos cristianos del norte de la geografía comenzaron a peregrinar a lo que hoy es Santiago de Compostela para mostrar su devoción.
Esta costumbre se convirtió en tradición, expandiéndose el fenómeno del Camino de Santiago a toda Europa, por lo que la ciudad se convirtió en uno de los centros de peregrinación más importantes de la cristiandad, junto a Roma y Jerusalén.
Además los peregrinos a Compostela podían obtener el perdón general de todos sus pecados, un perdón que podía extenderse a todo el año cuando dicha fiesta coincidía en domingo, es decir, cuando era un Año Santo Compostelano.
Dios Todopoderoso y misericordioso,
que escogiste doce apóstoles para evangelizar al mundo entero.
Entre ellos, tres fueron favorecidos de manera especial por Tu Hijo Jesucristo,
quien se dignó a contar con el Apóstol Santiago en este selecto número.Que por su intercesión seamos dignos de obtener la gloria del Cielo,
donde Tú vives y reinas por los siglos de los siglos.Amén.
Este santo tiene mucha relación con Zaragoza ya que se sabe que Santiago Apóstol «llegó con sus nuevos discípulos a través de Galicia y de Castilla, hasta Aragón, donde está situada la ciudad de Zaragoza, en las riberas del Ebro.

En la noche del 2 de enero del año 40, Santiago se encontraba con sus discípulos junto al río Ebro cuando «oyó voces de ángeles que cantaban Ave María, Gratia Plena y vio aparecer a la Virgen Madre de Cristo, de pie sobre un pilar de mármol».
La Santísima Virgen, que aún vivía en carne mortal, le pidió al Apóstol que se le construyese allí una iglesia, con el altar en torno al pilar donde estaba de pie y prometió que:
«permanecerá este sitio hasta el fin de los tiempos para que la virtud de Dios obre portentos y maravillas por mi intercesión con aquellos que en sus necesidades imploren mi patrocinio».
Desapareció la Virgen y quedó ahí el pilar de jade. El Apóstol Santiago y los ocho testigos del prodigio comenzaron inmediatamente a edificar una iglesia en aquel sitio.
La Basílica de la Virgen del Pilar en Zaragoza.
En honor del apóstol, una de las torres del Pilar, la puerta alta de la Plaza, lleva el nombre de Santiago.
Además, Zaragoza es también una de las paradas del Camino de Santiago y cuenta con una iglesia con el nombre del apóstol: la Iglesia de Santiago el Mayor, donde se celebra la Santa Misa del día de Santiago.
La obra del Maestro Mateo encierra gran simbolismo, con referencias al Antiguo y al Nuevo Testamento.
La Fundación Barrié nos ofrece la oportunidad de contemplar virtualmente El Pórtico de la Gloria con un nivel de detalle técnico que nos permite disfrutar como nunca de esta auténtica joya de la escultura románica en España.
Desde la web (y desde la app móvil, de momento solo para iOS) se puede contemplar la digitalización en súper-alta resolución –gigapíxel– de los aproximadamente 200m2 que componen el monumento tras la restauración del Pórtico de la Gloria, acometida entre 2006 y 2018.
Tiene las siguientes características:


