La Navidadestá ya a las puertas. Las calles están adornadas e iluminadas, y todos los comercios nos recuerdan que ya es tiempo de hacer regalos...
En este contexto, dentro de poco empezará a programarse en televisión un particular género televisivo que podríamos denominar películas navideñas. Estas cintas incorporan algunos de los valores más típicamente cristianos: el sentido de la Navidad, la conversión a lo "Scrooge" (el personaje de Dickens), los deseos de felicidad, el reencuentro familiar, o el anhelo de retornar a la inocencia y a la infancia.
Como sugerencia para ver en casa durante estas próximas semanas "las diez mejores películas sobre la Navidad": incluye filmes familiares, y cintas clásicas junto a películas más recientes. Todas ellas son fáciles de encontrar.
1. ¡Qué bello es vivir! (1946), de Frank Capra.
La víspera de Navidad, George Bailey está con el agua al cuello.
Toda su vida ha renunciado a proyectos personales para ayudar a su comunidad; pero ahora el banco que ha creado para socorrer a la gente está al borde la quiebra, y Bailey va a un puente dispuesto a arrojarse al agua, pensando que todos sus esfuerzos han sido en balde.
La repentina aparición de Clarence, un ángel que todavía no se ha ganado las alas, le hará ver cómo hubiera sido la vida de su familia y sus amigos si él no hubiese existido.
Número uno indiscutible del género, que sigue transmitiendo esperanza y optimismo a públicos de todas las culturas.
2. La Natividad (2006), de Catherine Hardwicke.
Recrea con acierto los escenarios, costumbres y utillaje de la época en que nació Cristo.
Bien ambientada y narrada, aunque falla un poco en el retrato de la Virgen, que aparece siempre tímida e introvertida.
Con todo, una buena preparación para vivir el sentido religioso de la Navidad.
3. Las Crónicas de Narnia (2005), de Andrew Adamson.
Todo un clásico de la literatura infantil, escrito por C. S. Lewis. Durante la II Guerra Mundial, cuatro hermanos ingleses son enviados a una casa de campo para huir de los bombardeos alemanes.
Un día, mientras juegan al escondite, la pequeña Lucy se esconde en un armario y de repente aparece en Narnia, un mundo fantástico que vive un invierno perpetuo. Cuando vuelva al caserón, nadie creerá su increíble aventura.
Pero Narnia lanzará más mensajes a los niños, porque necesita de su inocencia para ser redimido. Y en esa misión encontrarán al majestuoso león Aslan, una respetuosa analogía del personaje de Jesucristo.
Filme brillante, con excelente dirección artística, que gustará a niños y adultos, y que aúna simbolismo cristiano junto a una gran aventura épica.
4. Maktub (2011), de Paco Arango.
Manolo atraviesa una grave crisis en su matrimonio. Un día, cercano a la Navidad, conoce a Antonio, un chico con cáncer que tiene unas extraordinarias ganas de vivir, y eso le cambia la vida.
Esta película familiar, con formato de cuento navideño, logra divertir y conmover, apelando a los buenos sentimientos.
El director propone una fábula con enseñanzas claras sobre el sentido de la vida y la enfermedad, hablando sin complejos de la muerte, la trascendencia, el amor, la familia, la capacidad de perdonar, la fidelidad y las relaciones entre padres e hijos.
Una gran opción para jóvenes y adultos.
5. Milagro en la ciudad - (1994) "Miracle on 34th Street"
Cercana la Navidad, la jefa de unos grandes almacenes contrata a un viejecito barbudo y simpático para que haga de Santa Claus.
El anciano acapara pronto la atención de todos por su derroche de simpatía, y también porque afirma que es el verdadero Santa Claus.
Aprovechando esa afirmación y su creciente popularidad, la jefa quiere devolver a todos los ciudadanos el auténtico sentido de la Navidad, incluyendo a su hija, muy reacia al optimismo navideño.
Cinta entrañable, nominada a los Oscar, donde se hace una dura crítica al consumismo que, en ocasiones, se antepone al verdadero significado de la Navidad.
6. Mujercitas (2019), de Greta Gerwig.
Amy, Jo, Beth y Meg son cuatro hermanas, en plena adolescencia, que viven con su madre en las Navidades de 1863 y sienten la ausencia del padre, en el frente de la Guerra de Secesión.
Con sus variadas vocaciones artísticas y anhelos juveniles, descubrirán el amor y la importancia de los lazos familiares.
Sexta adaptación del clásico literario, que actualiza la historia original, creando una historia dentro de otra historia y destacando sus raíces autobiográficas.
Inmortal relato navideño que gustará a grandes y a adolescentes.
7. Cuento de Navidad (2009), de Robert Zemeckis.
Scrooge es un comerciante avaro, malhumorado y gruñón que trata con desprecio a su fiel empleado Bob y a su alegre sobrino.
El día de Nochebuena, enfadado porque la gente compra regalos para los demás en vez de ahorrar, recibe la visita la visita de 3 espíritus (las Navidades pasadas, las futuras y las presentes) que le llevan a un prodigioso viaje hacia su corazón en el que descubre las verdades que siempre se ha negado a ver.
Su alma se convierte al fin, y se abre a los demás y al mensaje alegre de la Navidad. Adaptación del clásico de Charles Dickens en una fantástica versión animada.
Ideal para ver en familia con los hijos.
8. Polar Express (2005), de Robert Zemeckis.
Un niño que ha perdido la ilusión de la Navidad se ve metido en un tren rumbo al Polo Norte, para conocer a Santa Claus.
A través del viaje, plagado de increíbles aventuras, misterios y canciones , el protagonista viajará a un lugar mucho más escondido e importante, el de su propio corazón.
Excelente película de animación en 3 D.
9. Solo en casa(1990), de Chris Columbus.
Kevin, un niño de ocho años de una familia numerosa, se queda accidentalmente abandonado en su casa cuando toda la familia se marcha a pasar las vacaciones a Francia.
Kevin aprende a valerse por sí mismo e incluso a protegerse de dos ladrones que se proponen asaltar todas las casas vacías de su vecindario.
En cuanto su madre lo echa en falta, regresa apresuradamente a Chicago para recuperar a su hijo.
La Navidad –ese es el mensaje– es para vivirla en familia ,y en esa fecha nadie debería quedarse “solo en casa”.
10. Feliz Navidad (2005), de Christian Carion.
Narra lo que sucedió el 24 de diciembre de 1914 en el frente de Ypres (Bélgica), durante la Primera Guerra Mundial.
Se decretó una tregua para esa noche que implicaba permanecer en los puestos sin disparo alguno, pero las tropas alemanas iniciaron un villancico, y las tropas británicas respondieron con "Adeste fideles".
Luego intercambiaron gritos de alegría y deseos de una feliz Navidad para todos. Al poco, hubo encuentros de unos y otros en la tierra de nadie, y allí se intercambiaron regalos y recuperaron a los caídos.
Celebraron funerales con soldados de ambos bandos, llorando las pérdidas y ofreciéndose mutuamente el pésame.
De Nazaret a Belén – El agotador viaje de María y José
El camino, en no muy buenas condiciones, lo harían en cuatro o cinco jornadas, con un borrico que cargaba con las vituallas y la ropa; a veces llevaría a la Virgen sobre sus lomos. Se unirían a alguna pequeña caravana que se dirigía a Jerusalén, última etapa antes de llegar al lugar de sus antepasados.
Un periplo 156 kilómetros que representó una auténtica prueba para la pareja en una época en la que los caminos no estaban pavimentados –aunque sí lo estuvieran en buena parte del Imperio romano– y cuando el único medio de transporte disponible era el asno o el camello.
EL EMPADRONAMIENTO DE CIRINO
San Lucas tuvo un gran interés en situar el nacimiento de Cristo, el acontecimiento más grande de la humanidad, en un lugar preciso –en Belén de Judá– y en un momento de la historia determinado: como no dispone de otra referencia, nos dirá que nació en tiempos de César Augusto, emperador de Roma, reinó del 30 a.C. al 14 d.C..
En concreto, en los días en que se promulgó un edicto del emperador para que se empadronase todo el mundo. Este censo fue un acontecimiento social y político y era bien conocido en los años en que escribe el evangelista.
Existían razones muy diversas para que la administración del Imperio quisiera disponer de un censo al día de la población. Entre otras, para el cobro de los impuestos. En Judea, este primer empadronamiento fue hecho cuando Cirino era gobernador de Siria:
El censo a que se refiere el evangelio se debe, como en él se dice, a un intento general de empadronar la población del Imperio, al menos en su zona oriental, de acuerdo con las disposiciones del emperador Augusto. En él entraban también los Estados asociados, como era el reino de Herodes.
Debió comenzar hacia el año 7 a.C., siendo Saturnino gobernador de Siria, y continuó después bajo el gobierno de Varo al final del reinado de Herodes, para concluir en los tiempos de P. Sulpicio Cirino (año 6 d.C.) con el cambio de administración. Se urgió y extremó minuciosamente su realización, ya que a partir de ese momento serviría de referencia para el tributo personal; esto motivó que los judíos se lo tomaran más en serio.
Este censo llevó, por tanto, en Judea el nombre de Cirino, y así lo cita el evangelio, aunque de hecho hubiera comenzado con anterioridad, incluso algunos años antes del nacimiento de Jesús.
El hecho de que el evangelio de Lucas lo señale como motivo del viaje desde Nazaret a Belén supone, en efecto, que se trataba de un censo anterior al directamente relacionado con el tributum capitis, puesto que afectaba por igual a los habitantes de Judea y Galilea (J. GONZÁLEZ ECHEGARAY, Arqueología y evangelios, pp. 69-70).
Roma, por otra parte, respetaba los censos locales. Por eso el empadronamiento se llevaría a cabo según la costumbre judía por la cual cada cabeza de familia iba a empadronarse al lugar de origen.
Dios se sirvió de este decreto del emperador romano para que María y José se encaminaran a Belén y allí naciera el Mesías, como había sido anunciado por los profetas.
La Virgen comprendió enseguida que aquel empadronamiento era providencial en su vida: las palabras del ángel, guardadas en su corazón como un tesoro, la movían a meditar las Escrituras de un modo nuevo, como nadie antes lo había hecho. El mensaje del ángel iluminaba los pasajes oscuros o incompletos del texto sagrado.
Había vivido tres meses en casa de Isabel y de Zacarías, quien, como sacerdote, poseía una cultura que le permitía acceder directamente al texto sagrado. María, Isabel y él mismo tenían profundas razones para buscar en ellas un sentido más pleno. La Virgen comprendería a su vez cómo en las Escrituras se hablaba siempre de una mujer en relación directa con la llegada del Mesías.
Al comienzo del Génesis se dice que de la descendencia de una mujer saldría quien aplastará la cabeza de la serpiente. Por su parte, Isaías había profetizado: Una virgen concebirá y alumbrará un hijo, que se llamará Emmanuel. Y casi al mismo tiempo, el profeta Miqueas señala al Mesías con estas palabras: la que ha de parir, parirá... Siempre se habla de una mujer, jamás de un varón.
Y eso en un pueblo para el que la figura del padre lo era todo o casi todo, y donde las mujeres carecían de importancia en el mundo social e, incluso, religioso. La Virgen sabía que su Hijo debía nacer en Belén. Habría leído y escuchado muchas veces los textos del profeta Miqueas:
Y tú, Belén, tierra de Judá, de ninguna manera eres la menor entre las tribus de Judá, pues de ti saldrá un caudillo que apacentará a mi pueblo, Israel...
Pocos meses después, los entendidos en la Ley consultados por Herodes, a la llegada de los Magos, sobre el lugar en el que según las Escrituras debería nacer el Mesías, contestaron sin vacilar que vendría al mundo en Belén de Judá.
María sabía que su Hijo era también Hijo de David. Este apelativo se convirtió en el más popular de los títulos mesiánicos. Los enfermos y las multitudes lo repetirán con frecuencia en el curso de la vida pública de Jesús. Y Él lo aceptará; únicamente añadirá que es también el Hijo de Alguien más grande que David.
María tenía puesto su corazón en Belén, donde había de nacer su Hijo.
Y allí se dirigió con José, llevando lo imprescindible. El camino, en no muy buenas condiciones, lo harían en cuatro o cinco jornadas, con un borrico que cargaba con las vituallas y la ropa; a veces llevaría a la Virgen sobre sus lomos. Se unirían a alguna pequeña caravana que se dirigía a Jerusalén, última etapa antes de llegar al lugar de sus antepasados.
En esta ciudad entrarían en el Templo, pues ningún israelita piadoso dejaba de hacerlo. ¡Quién podrá imaginar la oración de la Virgen en aquel Santuario, llevando en su seno al Hijo del Altísimo!
Casi dos horas más de camino y ya estaban en Belén. Pero allí no encontraron dónde instalarse. Hemos de pensar en el cansancio –la Virgen está ya a punto de dar a luz–, en el polvo de aquellas rutas, en las comidas hechas al paso muchas veces... No hubo lugar para ellos en la posada, dice San Lucas con frase escueta.
En las catacumbas de los primeros cristianos pueden encontrarse imágenes del Nacimiento. Pero a San Francisco de Asís se le considera el primer impulsor de las representaciones.
El Papa invita a hacer el Nacimiento en casa
“En 1223, San Francisco pidió permiso al Papa Honorio III para representar la imagen del nacimiento de Jesús. Aunque no se le puede considerar un Nacimiento ya que sólo estaba el Niño, el buey y el asno”.
Ante el gran número de personas que no sabían leer ni escribir en su época, San Francisco encontró esta solución para explicar el significado de la Navidad. Sin embargo, fue una representación viviente y no un nacimiento con figuras. Hubo que esperar 67 años para ver el primero.
“El primero al que históricamente se le considera un Nacimiento con figuras que se destacan de la escenografía es el del arquitecto Arnolfo de Cambio, en el año 1290”.
El Concilio de Trento impulsó la instalación de los Nacimientos en las iglesias durante la Navidad. Paulatinamente también se empezó a hacer en familia y las figuras se fueron personalizando con los rasgos y trajes de cada país.
Hoy es considerado también un arte impulsado y protegido por asociaciones culturales. Se organizan incluso cursos para aprender a construirlos. Pueden ser tan originales como éste o más tradicionales, pero lo importante es cuidar detalles como el musgo, las rocas o la luz para crear el efecto de que las figuras cobren vida.
Se trata de un “Evangelio vivo” –inspirado en los relatos evangélicos– que nos conduce a la contemplación de la Navidad. Y a la vez, “nos invita a ponernos espiritualmente en camino, atraídos por la humildad de Aquel que se ha hecho hombre para encontrar a cada hombre”. Así, “descubrimos que Él nos ama hasta el punto de unirse a nosotros, para que también nosotros podamos unirnos a Él”.
Muchos de nosotros recordamos, en efecto, cuando preparábamos con nuestros padres “el nacimiento”, o “el belén”. Los niños lo preferíamos grande y, como a veces no había una mesa grande, estábamos dispuestos incluso a utilizar una puerta sobre unas banquetas.
Era realmente, como dice el Papa, “un ejercicio de fantasía creativa”, lleno de belleza: “Se aprende desde niños: cuando papá y mamá, junto a los abuelos, transmiten esta alegre tradición, que contiene en sí una rica espiritualidad popular”. “Espero –continúa Francisco– que esta práctica nunca se debilite; es más, confío en que, allí donde hubiera caído en desuso, sea descubierta de nuevo y revitalizada”.
Ternura de Dios e implicación nuestra
Aquel pesebre, que acogía y alimentaba a los animales, acogió entonces a “el pan bajado del cielo” (Jn 6, 41) para alimentarnos a nosotros, según san Agustín (cf. Serm 189,4). Fue San Francisco de Asís en el s. XIII quien por primera vez representó el nacimiento de Jesús en Greccio antes de celebrar la Eucaristía, en un ambiente de gran alegría.
¿Porqué –se pregunta Francisco– el belén sigue suscitando tanto asombro y nos conmueve? Primero, porque manifiesta la ternura de Dios. Jesús se presenta como un hermano, como un amigo, como el Hijo de Dios que se hace Niño para perdonarnos y salvarnos del pecado.
En segundo lugar, porque nos ayuda a revivir la historia que aconteció en Belén, a “sentirnos implicados en la historia de la salvación, contemporáneos del acontecimiento que se hace vivo y actual en los más diversos contextos históricos y culturales”.
¿En qué sentido podemos implicarnos? En la imitación y seguimiento de la humildad, de la pobreza, del desprendimiento que escogió Jesús desde Belén hasta la Cruz. “Es una llamada a encontrarlo y servirlo con misericordia en los hermanos y hermanas más necesitados (cf. Mt 25,31-46).
Benedicto XVI: Felicitar la Navidad es recordar que Dios nos ama
Hace unos años Benedicto XVI nos recordaba que felicitar las navidades es recordar que Dios nos ama. Ante la inminente celebración del Nacimiento de Jesús puede ser buena ocasión pensar estas palabras del Papa Emérito.
Benedicto XVI “Las fiestas que se avecinan están perdiendo progresivamente su valor religioso, es importante que los signos externos de estos días no nos alejen del significado genuino del misterio que celebramos.”
El Papa dijo que la Navidadno es sólo un aniversario, sino la celebración de un misterio que ha marcado y sigue marcando la historia del hombre. Además, recordó a quienes en estas fechas estarán alejados de sus familias o no podrán celebrar la Navidad por problemas económicos.
Benedicto XVI “Que en estos días santos, la caridad cristiana se muestre singularmente activa con los más necesitados.”
Fue una audiencia muy musical. Una estudiantina de Querétaro le regaló esta canción mexicana. Y los clásicos músicos navideños de Italia le trajeron esta melodía.
Estamos en Adviento, tiempo fuerte en la Iglesia, con el que nos preparamos para la Navidad. Este año me serviré de las visiones que tuvo la italiana María Valtorta sobre la Navidad. Estas letras -sin entrar a valorar si los acontecimientos que se narran sucedieron así o no- en cualquier caso nos ayudarán a preparar la Navidad contemplando de forma muy viva el Nacimiento del Señor.
"Veo un camino principal. Viene por él mucha gente. Borriquillos cargados de utensilios y de personas. Borriquillos que regresan. La gente los espolea. Quien va a pie, va aprisa porque hace frío. El aire es limpio y seco. El cielo está sereno, pero tiene ese frío cortante de los días invernales.
La campiña sin hojas parece más extensa, y los pastizales apenas si tienen hierba un poco crecida, quemada con los vientos invernales.
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El terreno tiene ondulaciones que cada vez son más claras. Es en realidad un terreno de colinas. Hay concavidades con hierba lo mismo que valles pequeños. El camino pasa por en medio de ellos y va al sureste.
María viene montada en un borriquillo gris. Envuelta en un manto pesado. Delante de la silla está el arnés que llevó en el viaje a Hebrón, y sobre el cofre van las cosas necesarias. José camina a su lado, llevando la rienda. ¿Estás cansada?« ¿ Tienes frío? » pregunta José, porque sopla el aire. « No. Gracias. »
Pero José no se fía. Le toca los pies que cuelgan al lado del borriquillo, calzados con sandalias y que apenas si se dejan ver a través del largo vestido. Debe haberlos sentido fríos, porque sacude su cabeza y se quita una especie de capa pequeña, y la pone en las rodillas de María, la extiende sobre sus muslos, de modo que sus manitas estén bien calientes bajo ella y bajo el manto.
Encuentran a un pastor que atraviesa con su ganado de un lado a otro. José se le acerca y le dice algo. El pastor dice que sí, José toma el borriquillo y lo lleva detrás del ganado que está paciendo. El pastor toma una rústica taza de su alforja y ordeña una robusta oveja. Entrega a José la taza que y se da a María. « ¿ Venís de lejos? » « De Nazaret» responde José. « ¿Y vais?» « A Belén. » « El camino es largo para la mujer en este estado. ¿Es tu mujer? » «Sí.» «¿ Tenéis a donde ir?» « No. »
« ¡Va mal todo! Belén está llena de gente que ha llegado de todas partes para empadronarse o para ir a otras partes. No sé si encontréis alojo. ¿Conoces bien el lugar? » « No muy bien. » « Bueno.. . te voy a enseñar... Buscad el alojo. Estará lleno. Te lo digo para darte una idea. Está en una plaza. Es la más grande. Se llega a ella por este camino principal. No podéis equivocaros. Delante de ella hay una fuente. El albergue es grande y bajo con un gran portal. Estará lleno.
Pero si no podéis alojaros en él o en alguna casa, dad vuelta por detrás del albergue, como yendo a la campiña. Hay apriscos en el monte. Algunas veces los mercaderes que van a Jerusalén los emplean como albergue. Son apriscos húmedos, fríos y sin puerta, pero siempre son un refugio, porque la mujer... no puede quedarse en la mitad del camino. Tal vez allí encontréis un lugar... y también heno para dormir y para el asno. Que Dios os acompañe. » « La paz sea contigo. »
Visiones de María Valtorta (Escrito el 5 de junio de 1944)
El 24 de diciembre de 2024, la apertura de la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro del Vaticano marcará el comienzo al Jubileo 2025, extendiéndose hasta el 6 de enero de 2026.
Bajo el lema Peregrinos de esperanza, el Jubileo fue anunciado por el Papa Francisco ya en febrero de 2022 con el objetivo de "recuperar la fuerza y la certeza de mirar al futuro con mente abierta" y "ayudar a restablecer un clima de esperanza" que se percibe como "urgente", según definió el pontífice en la convocatoria.
Qué es el Jubileo de 2025 "Peregrinos de la esperanza"
El Jubileo, también llamado Año Santo, es un periodo de aproximadamente un año que se celebra cada 25 años en Roma y cada otro intervalo de tiempo según criterios específicos de cada lugar, como es Jerusalén, Santiago de Compostela, Santo Toribio de Liébana o Caravaca de la Cruz, que actualmente se celebra su cuarto Año Jubilar: comenzó el pasado 7 de enero y se celebra cada 7 años desde 2003 por iniciativa de San Juan Pablo II.
Orígenes judíos del Año Jubilar
Sus orígenes se remontan al libro del Levítico del Antiguo Testamento, donde cada 50 años se llamaba a proclamar la liberación de los esclavos, el descanso y la restitución de la tierra, la condonación de las deudas o el regreso a la familia. El objetivo era aportar esperanza y reducir las desigualdades. También se dejaba descansar a la tierra sin sembrados durante ese año.
La palabra Jubileo tiene una etimología hebrea: la palabra hebrea «jobel» (yobel) se refiere, de hecho, al macho cabrío, cuyo cuerno se tocaba para indicar el inicio del Jubileo.
El primer Jubileo romano: el año 1300
El primer Jubileo de la tradición católica fue proclamado en 1300 por el Papa Bonifacio VIII: por primera vez (que se sepa) se concedía la indulgencia plenaria a quienes visitaran las basílicas de San Pedro y San Pablo Extramuros. A los romanos se les pedía visitarlas 30 veces, a los peregrinos de otros lugares sólo 15. Fue un fruto del Perdón Celestino de 1294 e impulsado por las multitudes poco frecuentes de peregrinos que llegaban a Roma desde finales de 1299.
Este Jubileo es recordado como un gran acontecimiento por Dante en la Divina Comedia, que describe el enorme flujo de peregrinos que se producía con un doble sentido de marcha en el puente frente al Castillo de Sant’Angelo.
El Jubileo actual y la bula que lo convoca
A día de hoy, el Jubileo se asocia a un camino de peregrinación y celebración por el que se obtiene la indulgencia plenaria y remisión de los pecados, lo que generalmente aparece reflejado en la Bula papal de convocatoria del Jubileo.
Tal y como se indica en la bula del Jubileo de 2025 Spes non confundit, firmada por el Papa Francisco el 9 de mayo de 2024, el tema central será el de fomentar "la esperanza cierta de la salvación en Cristo", pero también el de prepararse para "otro aniversario fundamental para todos los cristianos", como son los dos mil años de la pasión, muerte y resurrección de Jesús que se cumplirán en 2033.
Entre algunos de los signos de esperanza que se propone impulsar Francisco, Spes non confundit destaca la paz para un mundo que vuelve a encontrarse sumergido en la tragedia de la guerra, "tener una visión de la vida llena de entusiasmo para compartir con los demás", la "apertura a la vida", devolver a los presos la esperanza a través de formas de amnistía, condonación de la pena o itinerarios de reinserción y la cercanía con los enfermos y jóvenes, entre otros.
Cuándo es el Jubileo 2025 en Roma
El Jubileo 2025 comenzará con la apertura de la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro el 24 de diciembre, la de la Catedral de San Juan de Letrán el 29, la de la Basílica papal de Santa María la Mayor el 1 de enero de 2025 y la de la Basílica papal de San Pablo extramuros el 5 de enero.
El Jubileo se clausurará con el cierre de la Puerta Santa de la Basílica papal de San Pedro en el Vaticano, el 6 de enero de 2026.
El arzobispo Rino Fisichella, Presidente del Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización, declaró que el lema "Peregrinos de esperanza" fue elegido para expresar la necesidad de dar sentido al presente y así reconocer y responder a los diversos desafíos que plantean los tiempos.
Cómo inscribirse al Jubileo 2025
El portal oficial del Jubileo 2025 para ir a Roma ofrece dos formas de formalizar la inscripción, la grupal y la individual.
Respecto a la modalidad grupal, las inscripciones están abiertas desde principios de noviembre y se dirigen a la visita de las Puertas Santas de las cuatro citadas basílicas de Roma.
Se hace una distinción en base a si la composición de los grupos es con más o menos de 60 personas.
Si el grupo no supera los 60 integrantes, tan solo es necesario indicar la fecha y el horario de la peregrinación y se recuerda que los ya inscritos en la modalidad individual podrán entrar por la Puerta Santa directamente en esos días, sin necesidad de volver a inscribirse.
San Sebastián vivió en Roma en el siglo III y fue martirizado cuando se descubrió que era cristiano.
No se sabe mucho con certeza sobre San Sebastián, uno de los primeros mártires cristianos, pero su historia de vida ha sido compartida y admirada durante milenios.
Se lo consideraba santo mucho antes de que se estableciera el proceso oficial de canonización. La historia de fe profunda de San Sebastián frente a la persecución ha inspirado a los cristianos desde su martirio por orden del emperador romano Diocleciano.
Este santo patrono de los atletas y soldados es el tema de la última entrega de "The Saints", del legendario cineasta Martin Scorsese, que ahora se transmite en Fox Nation .
Martin Scorsese ilumina a los santos más audaces de la historia en una serie que "no sabía que se podía hacer".
"Las historias de los primeros santos se transmitieron de persona a persona y gradualmente se convirtieron en leyenda, es decir, el reino donde la verdad histórica da paso a una verdad espiritual", narra Scorsese.
Desde su martirio, San Sebastián "ha vivido como una especie de prototipo, un ejemplo supremo de fe absoluta e inmortal", dice también.
El episodio lleva a los espectadores a las calles de la Roma del siglo III, en una época en la que los cristianos estaban a punto de sufrir una intensa persecución por parte del emperador romano Diocleciano.
Diocleciano "quería recuperar los días de gloria de la Pax Romana, hacer que Roma volviera a ser grande", dijo Scorsese.
Entre las medidas adoptadas por Diocleciano estuvo el retorno a la religión pagana de Roma, con un panteón de dioses.
Martin Scorsese dice que su nueva serie fue una historia que siempre quiso contar.
Anteriormente, señaló Scorsese, se habían tolerado las creencias cristianas , "pero Diocleciano volvió a las viejas costumbres. Gobernó por derecho divino de los dioses romanos, convirtiendo en una amenaza para su poder a cualquiera que se negara a adorarlos".
Sebastián, que en ese momento era comandante de la Guardia Pretoriana, una cohorte de soldados de élite encargada de proteger al emperador, guarda un secreto: es cristiano.
Mientras tanto, los hermanos gemelos y diáconos, Marcelo y Marceliano, habían sido capturados y estaban encarcelados.
En su celda, les dijeron que si hacían un sacrificio a los dioses romanos, serían liberados sin más castigos.
Sus padres, Tranquillinus y Martia, no son cristianos. Los padres no conocían previamente la fe de sus hijos, y les dicen que hagan el sacrificio.
Sebastián le dice al guardia Nicostrato que desea hablar a solas con Marcelo y Marceliano. Les revela a los hermanos que él también es cristiano y los anima a permanecer firmes en su fe.
—Hermano, ¿no crees? —pregunta Sebastián—. Entonces debes saber que sólo respondemos ante el único Dios verdadero. No ante nuestros antepasados, ni ante nuestros mayores , ni ante nuestro padre, ni ante nuestra madre, sino ante Dios.
Seguir a Dios, como recuerda Sebastián a los hermanos, es el "único camino de salvación" y, aunque puedan ser torturados o asesinados, sus perseguidores "no pueden tocar su alma".
Al escuchar el mensaje de Sebastián a Marcelo y Marceliano, Nicóstrato los confronta, antes de dejar caer su espada y caer de rodillas, abrumado por la emoción.
"Era imposible, impensable", dijo Scorsese. "Nicóstrato, el terror de todos los cristianos romanos, se había convertido al cristianismo. Liberó a todos sus prisioneros y bautizó a toda su familia".
Éste fue el comienzo de "conversiones masivas" que estaban sucediendo en toda Roma, dijo Scorsese. "Y Sebastián estaba en el corazón secreto de todo".
Sin embargo, no todo iba a quedar bien: Nicostrato, Marcelo y Marceliano pronto serían martirizados y se descubriría el cristianismo de Sebastián.
También Sebastián correría la misma suerte que sus compañeros cristianos, pero no se rendiría en silencio.
"Los Santos" sigue la vida y el legado de santos como San Sebastián, quienes sirven como ejemplos de tenacidad, coraje y rectitud frente a la adversidad. Los ocho episodios exploran las vidas de Juana de Arco, Juan el Bautista, Sebastián, Maximiliano Kolbe, Francisco de Asís, Tomás Becket, María Magdalena y Moisés el Negro, con Scorsese y su equipo viajando a lo largo de 2.000 años de historia para centrarse en estas figuras extraordinarias y sus actos extremos de bondad, altruismo y sacrificio.
12 DICIEMBRE
NUESTRA SEÑORA
DE GUADALUPE
En diciembre de 1531, diez años después de tomada la ciudad de Méjico por Cortés. Caminando el indito Juan Diego por el rumbo del Tepeyac—colina que queda al norte de la metrópoli—, oyó que le llamaban dulcemente. Era una hermosísima Señora, que le habló con palabras de excepcional ternura v delicadeza; que le dijo: "Yo soy la siempre virgen Santa María Madre del verdadero Dios, por quien se vive", y le pidió que fuera al obispo (Zumárraga) para contarle cómo ella deseaba que allí se le alzara un templo.
El obispo, con muy católica prudencia, le respondió que pidiera a la Señora alguna prueba de su mensaje. Obtúvola Juan Diego: unas rosas y otras flores que en pleno invierno y en la cumbre estéril cortó él por mandato de la Señora y recogió en su tilma o ayate—suerte de capa de tela burda que, atada al cuello, usaban los indios más humildes—; y, al extender ante el obispo Zumárraga la tilma, cayeron las flores y apareció en ella pintada la imagen de la Virgen.
Ese mismo ayate es el que se venera en nuestra basílica de Gaudalupe. Sus dos piezas están unidas verticalmente al centro por una tosca costura: lo menos adecuado y elegible humanamente para pintar una efigie de tan benigna y encantadora suavidad, que por cierto mal puede apreciarse en las múltiples copias que corren por el mundo.
Lo mejor es, modernamente, la directa fotografía a colores. Técnicos en ésta y otras novísimas especialidades afines han estudiado con asombro, en nuestros días, la pintura original, como antaño la estudiaron el célebre pintor Miguel Cabrera o el cauteloso investigador Bartalache.
Un contemporáneo de las apariciones, don Antonio Valeriano, indio de noble ascendencia y de relevante categoría intelectual y moral, alumno fundador del colegio franciscano de Tlalateloco hacia 1533, narra el milagro según lo conocemos. Su relato, en lengua náhuatl, desígnase—como las encíclicas—por las palabras con que empieza: Nican Mopohua.
El manuscrito autógrafo perteneció a don Fernando de Alba Ixtlixóchitl, pasó luego a poder del sabio Sigüenza y Góngora—quien da memorable testimonio jurado de su autenticidad—y fue reproducido en letra de molde por Lasso de la Vega en 1649, incorporándolo en el volumen náhuatl que conocemos por sus primeras palabras: Huei Tlamahuizoltica.
Este volumen fue traducido en su integridad al castellano, en 1926, por don Primo Feliciano Velázquez y publicado a doble página—fotocopia de la edición azteca y versión española—por la Academia Mejicana de Santa María de Guadalupe.
Hay nueva edición, de 1953, bajo el título de mi estudio Un radical problema guadalupano, donde se escudriña con rigor la autenticidad del Nican Mopohua, el más antiguo relato escrito de la "antigua, constante y universal" tradición mejicana.
Esta, lejos de obscurecerse o arrumbarse al paso del tiempo, se ha robustecido con los modernos y exigentes estudios críticos, que, sobre todo a partir del cuarto centenario (1931), han desvanecido objeciones y confirmado la historidad de lo que el pueblo mejicano viene proclamando, desde los orígenes hasta hoy, con un plebiscito impresionante.
Porque el caso de nuestra Virgen de Guadalupe es singular. En otros países católicos hay diversas advocaciones de gran devoción—digamos las Vírgenes del Pilar, o de Covadonga, o de Montserrat en España—, pero que tienen mayor o menor ímpetu y arraigo según las zonas geográficas o las inclinaciones personales; mas ninguna de ellas concentra la totalidad de la nación en unidad indivissible, y ninguna de ellas—como tampoco la de Lourdes, en Francia, por ejemplo—viene a ser el símbolo indiscutido de la patria.
Y en Méjico así es. A tal punto que hasta un liberal tan notorio como don Ignacio Manuel Altamirano llegó a estampar:
"El día en que no se adore a la Virgen del Tepeyac en esta tierra, es seguro que habrá desaparecido no sólo la nacionalidad mejicana, sino hasta el recuerdo de los moradores de la Méjico actual".
Por otra parte, la Iglesia, siempre tan prudente y parsimoniosa en estas cuestiones, así como ha corregido o eliminado ciertas lecciones inspiradas en vetustos relatos píos, pero inseguros, ha obrado al contrario tratándose del caso del Tepeyac; y así, al aproximarse la esplendorosa coronación de nuestra Virgen en 1895, y habiéndose recibido y considerado en Roma los estudios y gestiones del grupito que a la sazón ponía en tela de juicio la historicidad del milagro, fue el sapientísimo León XIII quien concedió para nuestra fiesta del 12 de diciembre nuevo oficio litúrgico, en que se narra el prodigio
"tal como nárralo la antigua y constante tradición (uti antiqua et constanti traditione mandatur); y el 12 de octubre de 1945, al celebrarse el cincuentenario de dicha coronación, fue el docto y santo Pío XII quien, hablando por radio, en lengua española, desde el Vaticano para Méjico, afirmó rotundamente el milagro: "en la tilma del pobrecito Juan Diego, pinceles que no eran de acá abajo dejaban pintada una imagen dulcísima", y llamó a nuestra Patrona no sólo "Reina de Méjico", sino, con anchura continental sin restricción, "Emperatriz de América": de toda América.
Y ahora cabe dilucidar un problema sugeridor: el de la identidad del nombre de la Virgen de Guadalupe de Méjico y de la Virgen de Guadalupe de Extremadura.
A cuenta de ello, y por manera sumamente explicable y natural, muchos españoles y aun escritores distinguidísimos han sufrido larga confusión, entendiendo que se trata, si no de la misma cosa, al menos de una especie de prolongación o trasplante a América de la Virgen extremeña.
Y, al encontrar la proliferación del nombre de Guadalupe en documentos, lugares y templos del Nuevo Mundo, han supuesto que todo toma su origen en la advocación peninsular, cuando en la enorme mayoría de los casos lo toma en la devoción mejicana
Y huelga decir que el esclarecer y precisar una distinción de orden rigurosamente histórico no implica, por el más remoto y furtivo de los asomos, la tontería pueblerina y anticatólica de poner como en pugna o emulación dos advocaciones de la mismísima Señora del cielo. Se trata sólo de que los hechos se conozcan y difundan como son.
Por lo demás, y acá de tejas abajo, tan gloriosa puede sentirse la Madre española como la Hija mejicana de aquel portento del Tepeyac, que nos dejó la única imagen en el orbe no pintada por humano pincel. Lo cual arrancó al Pontífice Benedicto XIV aquella memorable aplicación de la palabra de la Escritura: Non fecit taliter omni nationi.
Expongamos sintéticamente el fruto de una dilatada reflexión.
De venerable antigüedad, la imagen extremeña, escondida para salvarla cuando la invasión sarracena, fue encontrada a fines del siglo XIII por el pastor Gil Cordero. Ello dió origen a la fundación de la iglesia y más tarde del estupendo monasterio de Guadalupe. Una intensa devoción halló centro en aquella casa espléndida donde el arte, la ciencia y la caridad resplandecieron.
Allá en vísperas de su aventura oceánica, fue Cristóbal Colón, y por la Virgen extremeña puso nombre a la isla de Guadalupe, en las Antillas. Hernán Cortés, cuando volvió a España (antes de 1531), llevó como exvoto al monasterio un alacran de oro, Y como el propio don Hernando y otros conquistadores traían en el alma y en la costumbre aquella devoción, lógico y fácil era que la hubiesen trasplantado a nuestras tierras de América. Y de hecho la trasplantaron.
Explícase así sobradamente que, desde lejos y sin particularísimo estudio del caso del Tepeyac, se haya formado y difundido en España la impresión de que la Virgen de Guadalupe mejicana es la misma Virgen de Guadalupe extremeña, o siquiera su proyección más o menos modificada. Pero no es así.
En Méjico todos sabemos cómo en 1531 la Virgen se mostró varias veces al indito Juan Diego, cómo le hizo cortar unas rosas por seña de su embajada al obispo y cómo al extender el indio su tilma ante Zumárraga, apareció misteriosamente impresa en ella la Señora del Tepeyac.
Esas apariciones y esa tilma prodigiosamente pintada no tienen la más leve relación con la preexistente imagen de Extremadura. Trátase absolutamente de otra cosa. Es un hecho distinto y nuevo, como nuevo y distinto era el hecho del descubrimiento y mestizaje de América.
Así como por su origen y su historia, también por su imagen y su culto son perfecta y radicalmete distintas la Virgen de Extremadura y la Virgen del Tepeyac.
La extremeña es una escultura: lleva al Niño en el brazo izquierdo y representa la maternidad de María; la tepeyacense es una pintura: sin Niño, las manos juntas, representa la Inmaculada Concepción. No hay en las efigies ni la más remota semejanza.
Y, en cuanto al culto, el mejicano nació y se ha engrandecido durante cuatro siglos única y precisamente al pie de la tilma del milagro, sin la más tenue conexión con la imagen de Extremadura, cuya existencia misma es evidente que ignoran millones y millones de indígenas y otros compatriotas no ilustrados que vierten su dolor y su ternura ante la Madre del Tepeyac.
Pero ¿por qué entonces, si se trata de casos tan absolutamente apartados y autónomos, ambas imágenes se designan con el mismísimo nombre de Guadalupe?
Que se llame así la de Extremadura es natural: tomó el nombre del sitio en que fue encontrada y donde se le alzó templo: Guadalupe, vocablo arábico que -siempre la divergencia entre etimologistas- significa río de luz, o río de lobos, o río encendido.
Pero ¿por qué se llama de Guadalupe la Virgen mejicana? No se nombraba así, sino Tepeyac, el sitio donde Ella apareció y donde se levantó su ermita primera. La Virgen no tomó el nombre del lugar; más tarde el lugar tomó el nombre de la Virgen.
Lo que parece insoluble y a muchos despista tiene, no obstante, un motivo muy claro y muy concreto: la Virgen misma, al mostrarse a Juan Bernardino, tío de Juan Diego le dijo: "Que bien la nombraría, así como bien había de nombrarse su bendita imagen, la siempre virgen Santa María de Guadalupe".
Así consta textualmente en el Nican Mopohua la más vetusta relación del milagro, escrita no en castellano ni por un español, sino en lengua azteca y por un indio ilustre, don Antonio Valeriano. El cual, en su texto náhuatl original, incorpora en castellano las palabras Santa María de Guadalupe".
La Señora del Tepeyac quiso, pues, ser designada con el nombre de Guadalupe. ¿Por qué? Esto no lo sabemos. Pero, aunque no lo sabemos, creo que razonablemente podemos avanzar una plausible conjetura.
Podemos nosotros conjeturar que quiso la Señora darse un nombre que fuera familiar y atrayente para los españoles, sobre todo extremeños como Cortés, que consumaron la conquista, y que, al favorecer con predilección a Juan Diego, representante de los vencidos, quiso al propio tiempo atraer con dulzura a los vencedores, y a unos y a otros hermanarlos en la misma devoción.
No vino Ella a abrir abismos entre vencedores y vencidos: vino a cerrarlos. Y, al sublimar con un privilegio excepcional a los postergados, halló un medio suavísimo de que a los dominadores sonara a tradición la novedad y a cosa propia y familiar la extrañeza.
Y de hecho, como históricamente consta, se dió el caso extraordinario de que, desde los años primerísimos, conquistados y conquistadores fraternizaran a los pies de la Virgen del Tepeyac. Ella, que—contra lo comúnmente repetido—no muestra fisonomía ni color de india, sino de mestiza, anunció el beso de las razas que fundaría la nacionalidad que estaba amaneciendo.
Y así como juntó plásticamente en el milagro al español Zumárraga y a Juan Diego el aborigen, y así como con rosas de Castilla se estampó para siempre en el ayate sublimado del indio, quiso en todo ser nuncio. ejemplo y símbolo de la fusión amorosa que forjaría a Méjico. De la fusión amorosa que forjaría a toda Hispanoamérica y traería al mundo este coro magnifico de pueblos que hoy llamamos la Hispanidad.
Por eso, en expansión cargada de sentidos, ha rebasado las fronteras nuestra Virgen de Guadalupe.
Ella, en Méjico, se identifica con la substancia de la patria. Presidió el nacimiento de nuestra nacionalidad. Aceleró la propagación del Evangelio. Fue lábaro de nuestra independencia. Congrega en tumultuoso plebiscito a todas las almas y conquista el respeto o la ternura aun de los descreídos y renuentes. Ella ha amparado y reverdecido nuestra fe después de más de un siglo de ataques insidiosos o brutales.
A ella van nuestras lágrimas, nuestras alegrías, nuestras esperanzas. Ella es emblema autóctono, negación de exotismos desintegradores, vínculo sumo de unidad nacional. En los cimientos del Tepeyac están los cimientos de la Patria.
Pero la Madre y Patrona de Méjico es también, por viva instancia de los países indoibéricos que el santo Pío X sancionó en 1910, Madre y Patrona de toda la América hispana. Pío XI, en 1935, incluye en el patronato a las islas Filipinas, hondamente vinculadas con el mundo español. Y en 1945 Pío XII la proclama a boca llena Emperatriz de América.
Y—sin contar repercusiones impensadas y sorprendentes en el corazón de los Estados Unidos, y de Francia, y de otros países ilustres—en 1950 la vieja madre de la estirpe, al coronar espléndidamente en Madrid a nuestra Virgen de Guadalupe, coronó espléndidamente el ciclo de esa expansión providencial. El sentido histórico del mensaje cobró así su plenitud.
Porque Juan Diego no era sólo Juan Diego, sino la desvalida encarnación de todas las razas aborígenes. Zumárraga no era solo Zumárraga, sino la ardiente personificación de todos los evangelizadores hispanos.
Y las rosas de Castilla exprimieron la policromía de sus jugos, símbolo de la savia toda de España, para embeberse en el ayate del indio, fundirse con él y estampar en sus fibras, transfiguradas y extasiadas para siempre, la imagen celeste de María.
Y por eso el milagro de Santa María de Guadalupe maravillosamente simboliza, resume y señorea este humano milagro de la Hispanidad. Y ambos portentos, lejos de encerrarse en un ámbito exclusivo, se dilatan por todos los horizontes y abren los brazos en un anhelo universal—católico—de amor.
Las mejores secuencias para 14 episodios del Nacimiento
Se acerca la Navidad, tal vez el momento de la vida de Jesús más celebrado en todas las culturas; y, sin embargo, es un pasaje muy breve de los Evangelios: apenas sale en unos 20 versículos de S. Lucas y otros tantos de S. Mateo. En comparación con el total de los 4 Evangelios (cerca de 4.000 versículos: entre los 678 de S. Marcos y los 1.151 de S. Lucas), es verdaderamente muy poco.
Parece claro que los evangelistas quisieron centrar la redacción de sus libros en la vida pública del Señor: sus discursos y enseñanzas, su atención a los enfermos, sus milagros y prodigios, y –más extensamente- su pasión, muerte y resurrección.
Ciertamente, esa parte es la más importante, pues expone la doctrina cristiana y habla de un Dios Redentor, que nos da ejemplo de conducta y nos ama hasta dar la vida en el mayor de los suplicios. Pero esa imagen todopoderosa, divina y trascendente de Jesús se completa maravillosamente con la imagen de un Dios Niño, que se humilla por amor nuestro y se hace hombre para darnos ejemplo de vida. No se puede decir cuál de las dos imágenes nos conmueve más, ni cuál muestra mayor afecto a la humanidad.
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Lo cierto es que ese Dios inerme e indefenso, que es concebido –milagrosamente– en las entrañas de una virgen, que pasa nueve mese en el seno de su Madre, y que nace en la más absoluta pobreza, es el más vivo ejemplo de Amor y de Humildad.
Y no sólo eso: también es la muestra más clara de que Jesús es hombre como nosotros, en todo igual a nosotros (concepción, gestación, nacimiento) y, por tanto, verdaderamente un Dios hecho hombre: el auténtcio Mediador entre nosotros y Dios. Por eso hacía falta que los Evangelios recogieran también esa parte. Y por eso los hombres contamos los días desde su nacimiento: paradójicamente, desde aquel en que no le dimos cobijo en nuestra posada.
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SIGNIFICADO SIMBÓLICO DE LA NAVIDAD
El cine ha reflejado extensamente esas escenas del Nacimiento de Jesús. Cada película ha puesto el acento en una u otra secuencia, y en uno u otro aspecto: la actitud contemplativa de María, el papel decisivo de José, la audacia y generosidad de los Magos, la crueldad y arrogancia de Herodes.
Casi todas las películas sobre Jesús han contado la escena de su Nacimiento. Pero hay una que nos ha dejado una clara interpretación simbólica de este hecho. La historia más grande jamás contada (G. Stevens, 1965), comienza con la imagen de un fresco en una iglesia cualquiera: Jesús, con los brazos abiertos en señal de acogida (y también como Maestro en actitud de enseñar), abre el filme de modo simbólico.
Pero más aún que esta imagen, lo que adelanta el carácter simbólico de este arranque cinematográfico es el texto que oímos en off: los primeros versículos del Evangelio de S. Juan. “En Él estaba la Vida, y la Vida era la Luz de los hombres”. Ese símbolo –la luz– llena de significado todas las imágenes que siguen. Primero vemos una Estrella (la luz que guía hacia Belén). Después, la estrella se convierte en una vela que ilumina una gruta a oscuras. Entonces oímos las siguientes palabras de S. Juan: “Y la Luz resplandece en las tinieblas, pero las tinieblas no la comprendieron”.
Al mismo tiempo, nos damos cuenta de que esa tenue luz (como es tenue la vida de un recién nacido) está en la mano de José y está iluminando un mundo a oscuras: el interior de la cueva de Belén. Finalmente, la luz ilumina la mano de un Niño –intuimos que es la de Jesús– que tiene ya el gesto de enseñar. Esa mano se convirete en una esfera luminosa (¿el Sol? ¿la Sagrada Forma?) hasta que unas fanfarrias anuncian no se sabe si la llegada del Mesías o la arrogancia del Rey Herodes, al que inmediatamente vamos a ver.
Una preciosa representación simbólica de todo el pasaje de la Navidad, que da pie a una interesante reflexión teológica.
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Los capítulos que vamos a poder ver son los siguientes:
“En las próximas semanas el árbol de Navidad será motivo de alegría […] Su forma en punta, su color verde y las luces de sus ramas son símbolos de vida. Además, nos remiten al misterio de la Nochebuena. Cristo, el Hijo de Dios, trae al mundo oscuro, frío y no redimido, al que viene a nacer, una nueva esperanza y un nuevo esplendor.
Si el hombre se deja tocar e iluminar por el esplendor de la verdad viva que es Cristo, experimentará una paz interior en su corazón y será constructor de paz en una sociedad que tiene mucha nostalgia de reconciliación y redención” (Benedicto XVI, Audiencia, 12 de diciembre de 2008).
EL ÁRBOL DE LA VIDA, EL AMOR Y LA PAZ
Muchas de las leyendas y antiguas tradiciones que hacen referencia al árbol de Navidad se remontan a tiempos muy antiguos, pero la documentación histórica acerca del árbol tal y como lo conocemos y decoramos hoy en día, sólo apareció en los últimos siglos.
No hay duda, sin embargo, que estas leyendas y tradiciones muestran la convergencia de muchas costumbres, algunas de ellas nacidas fuera de la cultura cristiana y otras de origen estrictamente cristiano. Vamos a considerar aquí algunas que podrían ser precursoras del árbol de Navidad.
Árbol de Navidad en la Plaza de San Pedro
ORIGEN HISTÓRICO
Desde tiempos muy antiguos, los pueblos primitivos introducían en sus chozas las plantas de hojas perennes y flores, viendo en ellas un significado mágico o religioso.
Los griegos y los romanos decoraban sus casas con hiedra. Los celtas y los escandinavos preferían el muérdago y muchas otras plantas de hoja perenne (como el acebo, el rusco, el laurel y las ramas de pino o de abeto) pues pensaban que tenían poderes mágicos o medicinales para las enfermedades.
En la cultura de los celtas, el árbol era considerado un elemento sagrado. Se sabe de árboles adornados y venerados por los druidas de centro-Europa, cuyas creencias giraban en torno a la sacralización de diversos elementos y fuerzas de la naturaleza.
Se celebraba el cumpleaños de Frey (dios del Sol y la fertilidad) adornando un árbol perenne, cerca de la fecha de la Navidad cristiana. El árbol tenía el nombre de Divino Idrasil (Árbol del Universo): en cuya copa se hallaba el cielo, Asgard (la morada de los dioses) y el Valhalla (el palacio de Odín), mientras que en las raíces profundas se encontraba el Helheim (reino de los muertos).
Cuando se evangelizó el centro y norte de Europa, los primeros cristianos de esos pueblos tomaron la idea del árbol para celebrar el nacimiento de Cristo, cambiando su significado pagano.
SAN BONIFACIO, OBISPO DEL SIGLO VIII
Una interesante tradición -en parte historia, en parte leyenda-, popular en Alemania, afirma que el árbol de Navidad se remonta al siglo VIII.
San Bonifacio (675-754) era un obispo inglés que marchó a la Germania en el siglo VIII (concretamente a Hesse), para predicar la fe cristiana.
San Bonifacio cortando el roble de Odín
Después de un duro período de predicación del Evangelio, aparentemente con cierto éxito, Bonifacio fue a Roma para entrevistarse con el papa Gregorio II (715-731).
A su regreso a Alemania, en la Navidad del año 723, se sintió profundamente dolido al comprobar que los alemanes habían vuelto a su antigua idolatría y se preparaban para celebrar el solsticio de invierno sacrificando a un hombre joven en el sagrado roble de Odín. Encendido por una ira santa, como Moisés ante el becerro de oro, el obispo Bonifaciotomó un hacha y se atrevió a cortar el roble sagrado. Hasta aquí lo que está documentado históricamente.
El resto pertenece a la leyenda que cuenta cómo, en el primer golpe del hacha, una fuerte ráfaga de viento derribó al instante el árbol. El pueblo sorprendido, reconoció con temor la mano de Dios en este evento y preguntó humildemente a Bonifacio cómo debían celebrar la Navidad.
El Obispo, continúa la leyenda, se fijó en un pequeño abeto que milagrosamente había permanecido intacto junto a los restos y ramas rotas del roble caído. Lo vio como símbolo perenne del amor perenne de Dios, y lo adornó con manzanas (que simbolizaban las tentaciones) y velas (que representaban la luz de Cristo que viene a iluminar el mundo).
Como estaba familiarizado con la costumbre popular de meter en las casas una planta de hoja perenne en invierno, pidió a todos que llevaran a casa un abeto. Este árbol representa la paz, y por permanecer verde simboliza también la inmortalidad; con su cima apuntando hacia arriba, se indica, además, el cielo, la morada de Dios.
OBRAS TEATRALES RELIGIOSAS MEDIEVALES
También ofrecen pistas importante sobre el origen del árbol de Navidad, tal como lo conocemos, las obras de teatro medievales que representaban los misterios y pasajes de la Biblia.
En concreto el árbol del Bien y del Mal en el Paraíso Terrenal. Su propósito era enseñar la religión a los feligreses, que en su mayoría eran analfabetos. Para difundir y mantener viva la fe y dar a conocer las Sagradas Escrituras, la predicación era esencial, pero no suficiente.
Se pensó que las obras teatrales completaran esa predicación y pronto se hicieron populares en toda Europa. En la Nochebuena, el 24 de diciembre, se representaba -con grandísimo éxito popular- el episodio del pecado original de Adán y Eva. El árbol del Paraíso terrenal era el centro del escenario.
El árbol debería haber sido un manzano, pero no habría sido adecuado en invierno. Se ponía un abeto en el escenario con algunas manzanas en sus ramas, y obleas preparadas con galletas trituradas en moldes especiales, así como dulces y regalos para los niños. Incluso cuando se abandonaron estas obras teatrales religiosas, el árbol del Paraíso siguió estando asociado a la Navidad.
LOS ORÍGENES MÁS RECIENTES DEL ÁRBOL DE NAVIDAD
La opinión más generalizada entre los expertos es que el árbol de Navidad, tal como lo conocemos hoy, decorado e iluminado con luces, deriva de este árbol del Paraíso. Como su lugar de nacimiento se sugiere la orilla izquierda del Rhin, y concretamente la Alsacia.
Uno de los primeros testimonios de esto son los registros de la ciudad de Schlettstadt (1521), en los que fue establecida una especial protección para los bosques en los días previos a la Navidad; los guardabosques eran los responsables de castigar a cualquiera que cortara un árbol para decorar su casa .
Otro documento nos informa de que, en Estrasburgo, la capital de Alsacia, los abetos se vendían en el mercado, para llevar a casa y decorarlos. De Alsacia, la tradición de los árboles de Navidad se propaga a toda Alemania y al conjunto de Europa, y pronto, al resto del mundo cristiano.
ASPECTOS SIMBÓLICOS DEL ÁRBOL
Los árboles han tenido a lo largo de la historia un significado muy especial: en todas las culturas poseen aspectos simbólicos de carácter antropológico, místico o poético.
La idea extendida de los aspectos benéficos de los árboles para el hombre ha dado lugar a distintas leyendas y lo ha relacionado con sentidos mágicos y rituales.
En varias culturas el árbol representa el medio y la unión del cielo y la tierra: ahonda sus raíces en la tierra y se levanta hacia el cielo; por ello en ciertas religiones, sobre todo orientales, el árbol es signo de encuentro con lo sagrado, punto de encuentro entre el ser humano y la divinidad.
Otros significados ampliamente extendidos sobre los atributos mágicos del árbol concernían a la fecundidad, al crecimiento, a la sabiduría y a la longevidad.
SENTIDO CRISTIANO
El árbol de Navidad recuerda, como hemos visto, al árbol del Paraíso de cuyos frutos comieron Adán y Eva, y de donde vino el pecado original; y por lo tanto recuerda a Jesucristo que ha venido a ser el Mesías prometido para la reconciliación. Pero también representa el árbol de la Vida o la vida eterna, por ser de hoja perenne.
En palabras de Juan Pablo II: “En invierno, el abeto siempre verde se convierte en signo de la vida que no muere […] El mensaje del árbol de Navidad es, por tanto, que la vida es ‘siempre verde’ si se hace don, no tanto de cosas materiales, sino de sí mismo: en la amistad y en el afecto sincero, en la ayuda fraterna y en el perdón, en el tiempo compartido y en la escucha recíproca” (Juan Pablo II, Audiencia, 19 de diciembre de 2004).
La forma triangular del árbol (por ser generalmente una conífera), simboliza a la Santísima Trinidad. A las oraciones que se realizan durante el Adviento se les atribuye por un color determinado, y cada uno simboliza un tipo:
• El azul, para las oraciones de reconciliación.
• El plateado, para las de agradecimiento.
• El dorado, para las de alabanza.
• El rojo, para las de petición.
• Estos colores, junto con el verde del árbol mismo, tal vez sean los más tradicionales para los adornos navideños.
Árbol de Navidad con los tradicionales adornos
El árbol de Navidad y los regalos propios de estas fechas, son un modo de recordar que del árbol de la Cruz proceden todos los bienes… Por eso tiene un sentido cristiano la tradición de poner bajo el árbol los regalos de Navidad para los niños:
“Generalmente, en el árbol decorado y a sus pies se colocan los regalos de Navidad. El símbolo se hace elocuente también desde el punto de vista típicamente cristiano: recuerda al ‘árbol de la vida’ (Cf. Génesis 2, 9), representación de Cristo, supremo don de Dios a la humanidad” (Juan Pablo II, Ídem).
LOS ADORNOS NAVIDEÑOS
Los adornos más tradicionales del árbol de Navidad son:
• Estrella: colocada generalmente en la punta del árbol, representa la fe que debe guiar la vida del cristiano, recordando a la estrella que guió a los Magos hasta Belén.
• Bolas: en un principio San Bonifacio adornó el árbol con manzanas, representando con ellas las tentaciones. Hoy día, se acostumbra a colocar bolas o esferas, que simbolizan los dones de Dios a los hombres.
• Lazos: Tradicionalmente los lazos representan la unión de las familias y personas queridas alrededor de dones que se desea dar y recibir.
• Luces: en un principio velas, representan la luz de Cristo.
Como nos dice Benedicto XVI “al encender las luces del Nacimiento y del árbol de Navidad en nuestras casas, ¡que nuestro ánimo se abra a la verdadera luz espiritual traída a todos los hombres y mujeres de buena voluntad! …
Frente a una cultura consumista que tiende a ignorar los símbolos cristianos de las fiestas navideñas, preparémonos para celebrar con alegría el nacimiento del Salvador, transmitiendo a las nuevas generaciones los valores de las tradiciones que forman parte del patrimonio de nuestra fe y cultura”. (Benedicto XVI, 21 de diciembre de 2005).