Pocas son las noticias que tenemos de su vida: los primeros sucesores de San Pedro en la sede de Roma fueron, según testimonia la Tradición, Lino (hasta el año 80) y Anacleto, también llamado Cleto (80-92). “Después de ellos, cuenta San Ireneo, en tercer lugar desde los Apóstoles, accedió al episcopado Clemente, que no sólo vio a los propios Apóstoles, sino que con ellos conversó y pudo valorar detenidamente tanto la predicación como la tradición apostólica”.
Fue San Clemente, por tanto, el cuarto de los Papas. Como parece querer indicar San Ireneo, este santo Vicario de Cristo fue un eslabón muy importante en la cadena de la continuidad, por su conocimiento y por su fidelidad a la doctrina recibida de los Apóstoles.

Nada dicen los más antiguos escritores eclesiásticos sobre su muerte, aunque el Martyrium Sancti Clementis, redactado entre los siglos IV y VI, refiere que murió mártir en el Mar Negro, entre los años 99 y 101. Poco antes debió redactar su Carta a los Corintios, que es uno de los escritos mejor testimoniados en la antigüedad cristiana, pues fue muy célebre y citado en los primeros siglos.
El motivo de esta carta fue una disputa surgida entre los fieles de Corinto, en la que se llegó incluso a deponer a varios presbíteros. La carta pretende llamar a la paz a los cristianos de Corinto; y quiere inducir a la penitencia y el arrepentimiento de aquellos desconsiderados que injustamente se habían rebelado contra la legítima autoridad, fundada sobre la tradición de los Apóstoles.
Además, constituye un documento de capital importancia para el conocimiento de la Teología y de la Liturgia romana. Grave debía de ser la situación creada en aquella antigua iglesia a la que San Pablo dedicó sus mayores cuidados y reprensiones paternales con motivo de otros desórdenes, que años después parecían volver a reproducirse.

El tono de la carta combina la dulzura y energía de un padre; pero es precisosubrayar que el Papa Clemente no escribe como si fuera una voz autorizada cualquiera, sino como quien es consciente de tener una especial responsabilidad en la Iglesia.
Incluso comienza disculpándose por no haber intervenido con la prontitud debida,a causa de “las repentinas y sucesivas desgracias y contratiempos” que habían afectado a la Iglesia de Roma: muy probablemente se refiere a la cruel persecución de Domiciano. Se trata de un testimonio antiquísimo sobre la primacía de Roma como cabeza de la Iglesia universal.
Además, la epístola presenta el testimonio más antiguo que poseemos sobre la doctrina de la sucesión apostólica: Jesucristo, enviado por Dios, envía a su vez a los apóstoles, y éstos establecen a los obispos y diáconos.
Los corintios han hecho mal al deponer la jerarquía y nombrar a otras personas; la raíz de estas discusiones es la envidia, de la que da muchos ejemplos, bíblicos en especial, y Clemente les exhorta a la armonía, de la que también da muchos ejemplos, sacados hasta del orden que se observa en la naturaleza. Incidentalmente, la epístola nos atestigua la estancia de San Pedro en Roma, la muy probable de San Pablo en España, el martirio de ambos, y la persecución de Nerón.
La resurrección de la carne ocupa también un lugar muy importante en la epístola. Se distingue además claramente entre laicado y jerarquía, a cuyos miembros llama obispos y diáconos y, a veces, presbíteros, nombre con el que parece englobarlos a unos y a otros; la función más importante de éstos es la litúrgica. Recoge también una oración litúrgica, muy interesante, que termina con una petición a favor de los que detentan el poder civil.
Según la Tradición, las reliquias de San Clemente Romano fueron llevadas a Roma por San Cirilo, apóstol de los Eslavos, y depositadas en una basílica construida en el monte Celio, imperando Constantino.
Mártir romana cuya fiesta se celebra el 22 de noviembre. A pesar de ser una de las santas más populares de todos los tiempos y de haber suscitado la atención de los hagiógrafos más prestigiosos, es muy poco lo que realmente se conoce sobre ella.
Según una “passio legendaria” (y poco fiable históricamente) compuesta en el S. VI, la noble cristiana romana Cecilia, en la noche de su boda con el joven pagano Valeriano, revela a éste que un ángel custodia su virginidad, invitándole al mismo tiempo a creer en un sólo Dios y a bautizarse como único medio para ver al ángel.
Bautizado Valeriano en la vía Apia por el papa Urbano vuelve junto a su esposa, a la que encuentra en compañía del ángel que corona a los esposos con rosas y lirios.

Santa Cecilia, de Guido Renil
Convertido también Tiburcio, hermano de Valeriano, y bautizado por el mismo Urbano, ambos hermanos se ocupan de enterrar a los mártires de la persecución de Turco Almaquio. Denunciados por esta práctica, son decapitados.
El corniculario Máximo les da sepultura, por lo que también es ejecutado. Cecilia recoge sus restos y los deposita junto a los de su esposo y cuñado; es denunciada a su vez y condenada a ser arrojada al fuego de las termas de su propia casa, pero sale ilesa.
EntoncesAlmaquio ordena que sea degollada. El papa Urbano, ayudado por sus diáconos, entierra a la mártir y consagra su casa como basílica.
Las contradicciones cronológicas de esta passio no permiten fijar la fecha del martirio. Sin embargo, el descubrimiento del primer sepulcro de Cecilia en el junto a la cripta de los Papas (De Rossi, 1854) hace suponer que sea una de las víctimas anteriores al S. IV
La historia, que no puede decirnos más sobre Cecilia, puede en cambio ilustrar el camino seguido por sus reliquias hasta nuestros días. En el s. IX el papa Pascual I (817-824) reformó la iglesia que dedicada a Cecilia existía en el Trastévere y trasladó a ella los restos de la mártir desde el cementerio de Calixto.
También trasladó desde el cementerio de Pretextato los restos de los santos Valeriano, Tiburcio y Máximo y los de los papas Urbano y Lucio. Todos ellos fueron colocados en tres sarcófagos bajo el altar mayor. La cabeza de Cecilia se puso, aparte, en un cofre de plata y fue trasladada después por León IV a la iglesia de los Cuatro Santos Coronados (cfr. Liber Pontificalis 11, 55-58, 116).

Santa Cecilia reparte sus bienes a los pobres (Domenichino)
En 1599, siendo papa Clemente VIII, se realizó un reconocimiento oficial de las reliquias.
Se encontraron bajo el altar mayor los tres sarcófagos mencionados por Pascual I; en el primero de ellos el cuerpo de Cecilia momificado y en una posición característica (reproducida por la escultura del Maderno que se encuentra actualmente sobre el altar mayor), con ricas vestiduras de seda y oro.
A partir del s. XV, por una mala interpretación de un párrafo de la passio, se considera a Cecilia patrona de los músicos y de los fabricantes de instrumentos musicales.
La representación más antigua es el fresco descubierto por De Rossi en S. Calixto que representa a Cecilia en actitud orante.
En el S. VI aparece en el mosaico de la Procesión de las vírgenes en S. Apolinar Nuevo (Rávena). También aparece en el mosaico absidial del s. IX en la iglesia del Transtévere. Sus atributos son la palma del martirio, el libro de los Evangelios, que guardaba junto a su corazón, la corona de rosas y lirios y, desde el Renacimiento, los instrumentos musicales, especialmente el órgano.
Entre las numerosísimas representaciones de Santa Cecilia destacan la de Rafael , que se conserva en la Pinacoteca de Bolonia, y las de Domenichino y Guido Reni en las iglesias romanas de S. Luis de los Franceses y respectivamente.
La referencia histórica más antigua sobre Cecilia se encuentra el Martyrologium Hieronymianum, lo que indica que en el siglo IV la Iglesia romana ya la conmemoraba. En este martirologio de Jerónimo su nombre se menciona el 11 de agosto, que es la fiesta del mártir Tiburcio.

Pero evidentemente se trata una adición equivocada y tardía, debido al hecho que este Tiburcio, que fue enterrado en la Vía Labicana, fue identificado erróneamente con Tiburcio, el cuñado de Cecilia mencionado en las Actas de santa Cecilia.
En el mismo martirologio se la menciona el 16 de septiembre, con una nota topográfica: «Appiâ viâ in eâdem urbe Româ natale et passio sánctæ Cecíliæ virginia» (‘en la Vía Apia de la ciudad de Roma, nació y murió la santa virgen Cecilia’). El 16 de septiembre podría ser el día del entierro de la mártir. La fiesta de la mártir que se menciona el 22 de noviembre, en cuyo día se celebra todavía, en la basílica dedicada a ella del barrio del Trastévere en Roma. Por consiguiente, su origen probablemente se remonta a esta iglesia.
Las primeras guías medievales de los sepulcros de los mártires romanos señalan su tumba en la Via Apia, al lado de la cripta de los obispos romanos del . De Rossi localizó el sepulcro de Cecilia en las Catacumbas de San Calixto , en una cripta adjunta a la capilla de la cripta de las papas; un nicho vacío en una de las paredes que probablemente contenía un sarcófago. Entre los frescos posteriores que adornan la pared del sepulcro, aparece dos veces la figura de una mujer ricamente vestida, y aparece una vezel papa Urbano I (quien —según las Actas de santa Cecilia— había tenido una estrecha relación con la mártir).
Venancio Fortunato, obispo de Poitiers muerto en el año 600, en su libro Miscellánea (1.20 y 8.6) escribió que entre el 176 y el 180 (en la época del ) había muerto una Cecilia en la isla de Sicilia. Ado (Martirologio, «22 de noviembre») sitúa el momento de la muerte de Cecilia en el (aproximadamente el 177). De Rossi (en Sotterránea de Roma, 2.147), intenta demostrar que la declaración de Venancio Fortunato es la más segura históricamente.

En otras fuentes occidentales de la baja Edad Media y en el Synaxaria griego, el martirio se sitúa en la (aunque se refiere probablemente a una mártir verdadera llamada Cecilia, africana, quien sufrió la persecución de este emperador, y su día se conmemora el 11 de febrero).
P. A. Kirsch intentó fijar la fecha en el tiempo del emperador Alejandro Severo (229-230); Aubé, en la (249-250); y Kellner, en la de Juliano el Apóstata (362).
Ninguna de estas opiniones está suficientemente establecida, ya que las Actas de santa Cecilia (única fuente disponible) no ofrecen ninguna evidencia cronológica. La única indicación temporal segura es la localización de la tumba en la catacumba de Calixto, en inmediata proximidad a la antiquísima cripta de los papas, en la fueron enterrados los papas Ponciano y Antero, y probablemente también Urbano I.
La parte más antigua de esta catacumba fecha todos estos eventos al final del siglo II; por consiguiente, desde ese momento hasta la mitad del siglo IV es el período dejado abierto para el martirio de Cecilia: 180 a 350. En las firmas del Concilio Romano de 499 se menciona al templo de Cecilia como títulus sánctæ Cæcíliæ.
Apareció en el norte de Egipto, en la ciudad de Oxirrinco, una localidad que adquirió renombre internacional cuando fue excavada en el siglo XIX, en el año 1897, por una pareja de arqueólogos británicos, Bernard Pyne Grenfell y Arthur Surridge, y extrajeron de un antiguo vertedero que se conservaba en una zona de sus arrabales un abundante conjunto de manuscritos.
Después han deparado, y todavía deparan, innumerables sorpresas a los historiadores. Este documento se conserva en la Colección John Rylands de la Universidad de Manchester, en Inglaterra, y se publicó en los años 30 del siglo anterior, pero hasta ahora había pasado con cierta discreción entre los investigadores.
Aunque se conocía su existencia no ha sido hasta este momento, al haberse transcrito su texto de nuevo de manera íntegra y enmendado errores de la traducción anterior, que todavía perduraban, cuando su importancia ha tomado mayor relieve, aunque los estudiosos sospechaban ya lo que albergaba este fragmento.
Está datado por E. Lobel en el año 250 d. C. y durante siglos se conservó bajo la arena del desierto junto a otros materiales arqueológicos. El papiro fue uno de los materiales más extendidos en la antigüedad y el soporte sobre el que se conservaron y transmitieron numerosas obras de la cultura griega y latina.
Circuló a lo largo de la cuenca del Mediterráneo, pero en el interior de Europa apenas se han conservado ejemplares debido, sobre todo, a la acción de la humedad, un elemento dañino para su preservación, lo que convierte a esta clase de documentos en unas piezas esenciales para ahondar en el pasado literario de Occidente y Oriente Medio.
Este fragmento, de hecho, se ha salvado debido a la sequedad que predomina en el Norte de África. Algo que ha hecho que también sobreviviera su secreto.
Entre sus líneas se conserva la que es hasta ahora la fórmula más primitiva del «Salve Regina». Esto lo convierte en un documento crucial para la historia del cristianismo y la religión.
Durante años se había mantenido la creencia de que el culto dedicado a la Virgen tenía unas raíces más tardías. Los historiadores consideraban que sus orígenes estaban en el concilio ecuménico de Éfeso, que se celebró entre el 22 de junio y el 16 de julio del año 431.
Fue justo en esas fechas cuando se proclamó que María era «Madre de Dios» o «theotokos», que es el nombre que recibe en griego. Siempre se había tomado este instante como el punto de partida de un culto que, aunque pudiera existir un poco antes, arraigaría a partir de ese instante de una manera plena entre los fieles y prosperó con evidente fortuna a lo largo de la Edad Media.
Esta idea se mantuvo durante siglos, y en la posterior disputa que mantuvieron católicos y protestantes salió a relucir. Estos últimos sostenían que la Iglesia había incorporado dicha devoción y que en realidad no existía ninguna mención a este respecto en la Biblia. Pero el papiro demuestra ahora que ya existía una vocación anterior hacia la Virgen.
De hecho, entre sus líneas se mantiene íntegra la oración dirigida a la Madre de Cristo más antigua que se conoce en la actualidad y está datada en un periodo más antiguo de lo que la mayoría podía imaginar.
«Durante muchos años, este documento se ha dejado de lado. Puede que uno de los motivos fue que resultaba controvertido porque contiene a una oración a la Virgen María. El texto ha descolocado a varios teólogos porque aparece en la mitad del siglo III, antes de lo que nadie podía pensar. Algunos sostenían que este título de la Virgen como “Madre de Dios” no se había hecho oficial hasta el siglo V o de ahí en adelante».
Comenta el filólogo Felipe Hernández Muñoz, del departamento de Clásicas de la Universidad Complutense, que ha traducido el texto y confirmado los que tantos intuían: su relevancia para el cristianismo, tanto para su culto como para su pasado.
«Podemos deducir que los cristianos entendieron desde el relato de la Pasión, cuando Jesús le dice a Juan: “Ahí tienes a tu madre”, que la Virgen no solo era la de Juan, sino también la Madre de toda la Iglesia y de todos los cristianos. Esto lo asumió la religión popular y las primeras comunidades de esta fe», asegura Felipe Hernández.
Aunque conocía el documento, él mismo quiso examinarlo en persona y acudió el diciembre pasado a la Rylands Collection.
«Aproveché un viaje personal para acercarme. Hablé con los responsables de la biblioteca y les pregunté si era posible verlo. Me advirtieron de antemano que se encontraba en un estado muy precario. Estos documentos suelen sufrir mucho. Por eso en un principio solo me dejaban consultar una reproducción digital de una enorme calidad. Pero –subraya–, al llegar, el responsable me sacó el papiro y permitió que lo fotografiara.
Pude consultar el catálogo que tienen disponible y es cuando reparé que el texto no estaba bien transcrito». Se lo comentó, entonces, al conservador «y le subrayé que era importante, porque lo que puede leerse en el catálogo no es lo que hay en el papiro. Por tanto, dejé una hoja con la transcripción correcta del griego y la traducción en inglés y en latín. Ahora se han puesto en contacto conmigo y lo van a actualizar».
Lo que se lee en este papiro es una oración muy sencilla, pero que cualquiera que conozca el culto cristiano reconocerá:
«Bajo tus / entrañas misericordiosas / nos refugiamos, / madre de Dios.
Nuestras / peticiones no des-/precies en el apuro /
sino que del peligro, / líbranos, / solo tú santa, / la bendita».
Uno de los aspectos que enseguida llamó la atención de Felipe Hernández fue que se usara el plural. «Percibimos una escritura cuidada. Está toda en mayúsculas y en griego, la lengua más extendida entonces. Hay rotos en el papiro, pero las letras se pueden intuir sin problema. Lo que me resultó interesante es que no usa el “líbrame del peligro”, sino el “líbranos del peligro”. Es como si ya existiera entre estas personas la conciencia de formar parte de una comunidad. No es una oración individual.
También sobresale que las primeras palabras son “bajo tus entrañas misericordiosas”. Esta expresión es similar al principio de la “Salve Regina”, comparte similitudes con la oración “Bajo tu amparo”. Esto, probablemente, se perpetuó y explique por qué los creyentes se referirían a María como Madre de la Misericordia o también “ojos misericordiosos”. La conexión entre este texto tan antiguo y nuestra “Salve” es bastante emocionante».
Pero, ¿cuál fue el contexto en el que nació la oración? Parece que el plural hace alusión a las peculiares circunstancias en las que se concretó. «Desde el punto de vista histórico se le pide a la Virgen que los libre del peligro. Este peligro común podría ser una de las persecuciones que padecieron los cristianos en el Imperio Romano.
Lo que tendría sentido porque fue una comunidad cristiana que ruega a María para que acuda y los ayude. Le están pidiendo amparo y protección. Esto nos indicaría también por qué las oraciones a la Virgen pueden ser anteriores a lo que se defendía. De hecho, conocemos representaciones de la Virgen en el arte que también son antiquísimas.
La idea de la Virgen como icono medieval hay que reconsiderarla, porque se preservan también imágenes anteriores. Este papiro –asegura– verifica que ya se había asentado su culto en el siglo III y que este título de “madre de Dios” estaba presente en los primeros cristianos. Solo es después cuando se le da un carácter oficial, pero la realidad es que ya circulaba entre las comunidades cristianas y que podría tener relación con las persecuciones de los romanos».
La oración más antigua dirigida a la Virgen - “Sub tuum praesidium”
Ver en Wikipedia
Muchos de nosotros estamos familiarizados con los símbolos cristianos típicos como la cruz o el pez. Sin embargo, es probable que no sepas que el símbolo del ancla también era muy popular entre los cristianos de los primeros siglos. ¿Cuál es la historia de este símbolo en la antigüedad y por qué terminó asociado con el cristianismo?
Antes de que el cristianismo adoptara el símbolo, se sabía que las anclas en el mundo antiguo representaban seguridad. Los viajes por mar eran muy comunes en el área mediterránea y las anclas eran un instrumento básico utilizado por cualquier marinero o pescador. Un ancla mantenía la nave firmemente plantada en un área específica y era una herramienta obligatoria.
¿De dónde surgió la idea de los cristianos de usar un ancla cómo símbolo? El ancla apareció como el emblema real de Seleuco I (358 a.C. - 281 a.C.), rey de la dinastía seléucida establecida después de las campañas de Alejandro Magno (356 a.C. - 323 a.C.).
Se dice que Seleuco eligió el símbolo porque tenía una marca de nacimiento en forma de ancla. Los judíos que vivían bajo el imperio adoptaron el símbolo en sus monedas, aunque lo eliminaron gradualmente bajo el gobernante asmoneo Alejandro Janneo (127 a.C. - 76a.C.) alrededor del año 100 a.C.

Cuenco con un grabado de un ancla seléucida invertida y un delfín / Foto: Getty
Al parecer, a partir de este momento el uso del ancla como símbolo se popularizó. Pero un hecho posterior pudo haber hecho que los cristianos adoptaran este símbolo como suyo.
Alrededor del año 100 d.C., el emperador Trajano (53-117) desterró a Clemente, líder de la iglesia de Roma, a Crimea. Sin embargo, cuando Clemente (35-99) empezó a ganar conversos allí, Trajano ordenó que ataran a Clemente a un ancla de hierro y lo ahogaran. El martirio de Clemente, cuyo símbolo evidente fue el ancla, claramente pudo haber inspirado a una iglesia que sufría persecución en ese momento.
Otra explicación posible es que el uso del ancla para los cristianos primitivos, al parecer, siempre hizo eco del pasaje de Hebreos 6:17-20 que dice:
Por lo cual Dios, deseando mostrar más plenamente a los herederos de la promesa la inmutabilidad de Su propósito, interpuso un juramento, a fin de que por dos cosas inmutables, en las cuales es imposible que Dios mienta, los que hemos buscado refugio seamos grandemente animados para asirnos de la esperanza puesta delante de nosotros.
Tenemos como ancla del alma, una esperanza segura y firme, y que penetra hasta detrás del velo, adonde Jesús entró por nosotros como precursor, hecho, según el orden de Melquisedec, Sumo Sacerdote para siempre.
La esperanza aquí mencionada obviamente no tiene que ver con lo terrenal, sino con las cosas celestiales, y el ancla como símbolo cristiano, en consecuencia, se relaciona solo con la esperanza de salvación eterna.
En los primeros siglos del cristianismo, el símbolo fue adoptado por los cristianos y utilizado a menudo en las catacumbas en la ciudad de Roma. Los epitafios sobre las tumbas de los creyentes que datan de fines del primer siglo con frecuencia mostraban anclas junto con mensajes de esperanza. Expresiones como pax tecum o pax tibi hablan de la esperanza que los cristianos sentían al anticipar el cielo.
Aunque el símbolo no era exclusivo de los cementerios, durante los siglos segundo y tercero, el ancla se reprodujo con frecuencia más en los epitafios de las catacumbas, y particularmente en las partes más antiguas de algunos cementerios.
Sin embargo, el símbolo no volvió aparecer en ninguna inscripción cristiana a partir del siglo IV, lo que siempre ha resultado enigmático. Entonces, ¿Cuáles son las posibles razones por las que el símbolo del ancla se desvaneció?
La primera explicación que los académicos han encontrado se basa en la evidencia de que sólo unos pocos ejemplos del símbolo del ancla datan de mediados del siglo III, y que no han encontrado ninguno después del 300 d.C. Su explicación más común a esto es que a medida que el Imperio pasó de perseguir a la iglesia a tomarla como suya, los cristianos ya no necesitaban símbolos secretos para identificarse. La cruz conquistadora de Constantino (272-337) reemplazó al ancla de forma definitiva.

Representación de la famosa visión de Constantino de la cruz / Imagen: Quora
La segunda explicación que otros eruditos argumentan es que el ancla perdió su uso porque el “símbolo” era en realidad un juego de palabras en griego. El juego consistía en que la palabra ankura (ἄγκυρα) o ancla, es muy parecida a kurios (κύριος), que quiere decir Señor. Al parecer este juego de palabras perdió sentido cuando los cristianos eligieron el latín sobre el griego como su idioma principal.
Cualquiera que haya sido la razón por la que se dejó de usar este símbolo, lo que sí debemos recordar es lo que significó para nuestros hermanos en el pasado: la esperanza de una resurrección final y definitiva para una eternidad con nuestro Padre. Pero, sobre todo, la seguridad que tenemos en Él de que esto es verdad.
Durante el siglo III los cristianos comienzan a dar culto litúrgico a los mártires, sus hermanos en la fe, que amaron a Dios más que a su propia vida. El culto empieza en las mismas tumbas.
La comunidad cristiana se reúne lo más cerca posible del sepulcro para conmemorar el aniversario del martirio. En estas reuniones se celebraba la santa misa y un testigo presencial relataba las vicisitudes del martirio o bien se leían las actas.
No era raro ver en primera fila al hijo, al padre o a la esposa del glorioso mártir. La tumba de un mártir constituye una gloria local, y, visitada en un principio por parientes y amigos, acaba por convertirse en centro de peregrinación.

Circo Vaticano según un grabado de Carlo Fontana, 1694
En el siglo IV, cuando la Iglesia goza de paz después del azaroso período de persecuciones, se levantan bellas basílicas en honor de los mártires, procurando siempre que el altar central (el único que había entonces en las iglesias) se asiente encima del sepulcro, aunque para ello tengan que nivelar el terreno o inutilizar otras sepulturas.
Desde la iglesia se podía descender por escaleras laterales hasta la cámara sepulcral o cripta, situada debajo del presbiterio, en donde estaba el cuerpo del mártir.
No se conservan las tumbas de los mártires de los dos primeros siglos por la sencilla razón de que aún no se les daba culto. Hay, empero, dos excepciones, y son la tumba de San Pedro, primer papa, y la de San Pablo, apóstol de los gentiles. Ambos fueron martirizados en Roma hacia el año 67, en distinta fecha, aunque la liturgia celebre su fiesta el mismo día 29 de junio.
San Pedro fue crucificado, según tradición, y los cristianos le dieron sepultura en un cementerio público de la colina Vaticana, junto a la vía Aurelia, mientras que San Pablo murió decapitado (tuvieron con él esta deferencia por tratarse de un ciudadano romano), siendo enterrado en la vía Ostiense, muy cerca del Tíber.
Tenían los dos mucha importancia en la fundación de la Iglesia romana para que los cristianos perdieran el recuerdo de sus tumbas. Efectivamente, hacia el año 200, el sacerdote romano Gayo, en una discusión con Próculo, representante de la secta montanista, le decía a éste:
"Yo te puedo mostrar los restos de los apóstoles; pues, ya te dirijas al Vaticano, ya a la vía Ostiense, hallarás los trofeos de quienes fundaron aquella Iglesia" (Eusebio, Hist. Ecl., II, 25,7.)
Cesaron las persecuciones y Constantino subió al trono imperial. Por aquellos días gobernaba la Iglesia el papa San Silvestre. Su biógrafo, en el Liber Pontificalis, dice que el emperador construyó, a ruegos del Papa, la basílica sobre la tumba de San Pedro.
La empresa no fue fácil, pues el sepulcro estaba en una pendiente bastante pronunciada de la colina. Tuvieron que levantar altos muros a un lado, ahondar el terreno en otro y nivelar el conjunto hasta obtener una gran plataforma.
El Papa la dedicó en el año 326 y, según se lee en el Breviario Romano, erigió en ella un altar de piedra, al que ungió con el sagrado crisma, disponiendo además que, en adelante, tan sólo se consagraran altares de piedra. Era una basílica grandiosa, a cinco naves, con un pórtico en la entrada, y que perduró por toda la Edad Media.
Debajo del altar, a unos metros de profundidad había la cripta con la tumba del apóstol, la cual fue recubierta con una masa de bronce y una cruz horizontal encima, toda ella de oro, de 150 libras de peso, debido a la munificencia de Constantino.
La cripta era inaccesible, pero los peregrinos para confiarse al Santo se acercaban a la ventanilla de la confesión (una abertura que había en la parte delantera del altar), y desde allí, por un conducto interior, hacían descender lienzos y otros objetos que tocaran el sepulcro. Dichos objetos eran conservados como recuerdo y venerados a modo de reliquias.
Así como la basílica de Letrán, edificada también por Constantino y dedicada en un principio al Salvador, era considerada como la catedral de Roma y fue residencia de los Papas por toda la Edad Media, la de San Pedro venía a ser la catedral del mundo.
En ella se reunían los fieles en las principales festividades del año litúrgico: Navidad, Epifanía, Pasión, Pascua, Ascensión y Pentecostés. El nuevo Papa recibía la consagración en San Pedro y allí era sepultado al morir. En ella eran ordenados los presbíteros y diáconos romanos.
Constantino cuidó también de la edificación de la basílica de San Pablo sobre la tumba de éste apóstol en la vía Ostiense. Era un edificio más bien pequeño; por eso algunos años después, en tiempo del emperador Valentiniano, construyeron otra mucho mayor a cinco naves, de orientación contraria a la anterior, sin tocar, no obstante, el altar primitivo.

Interior de la Basílica de San Pablo Extramuros
Todavía se conservan hoy, en la mesa del altar, los agujeros por los que en otros tiempos se hacían descender los lienzos y los incensarios para fumigar el sepulcro.
Desde un principio, ambas basílicas ofrecen una historia parecida. Son los dos templos más visitados de Roma y se convierten en centros mundiales de peregrinación. Desde todas partes del orbe cristiano se iba a rendir homenaje a los Príncipes de los Apóstoles (ad limina apostolorum).
Era tal la concurrencia de peregrinos que el papa San Simplicio, en el siglo v, estableció en ambas basílicas un servicio permanente de sacerdotes para administrar el bautismo y la penitencia.
Cuando Alarico sitió la ciudad de Roma en el año 410, prometió a los romanos que las tropas respetarían a quienes se refugiasen en las basílicas apostólicas.
A propósito de esto nos cuenta San Jerónimo que la noble damaMarcela huyó de su palacio del Aventino y corrió a la basílica de San Pablo "para hallar allí su refugio o su sepultura". En invasiones posteriores, los romanos no tuvieron tanta suerte, y las basílicas apostólicas fueron saqueadas más de una vez.
A fin de evitar tantos desastres, León IV, en el siglo IX, hizo amurallar la basílica vaticana y los edificios contiguos, creando la que en adelante se llamó Ciudad Leonina. Lo propio hizo luego el papa Juan VIII con la basílica de San Pablo. El nuevo recinto tomó el nombre de Joanópolis.
La confesión y el altar de San Pedro sufrieron diversas restauraciones en el decurso de los siglos. Al final de la Edad Media, la basílica vaticana, además de resultar pequeña, amenazaba ruina; por lo cual, el papa Nicolás V determinó la construcción de la actual. Tomaron parte en los trabajos los arquitectos más destacados de la época y los mejores artistas.
La obra duró varios pontificados, hasta fue fue consagrada ppr el papa Urbano VIII en 18 de noviembre de 1626, exactamente a los trece siglos de haber sido erigida la anterior. La actual basílica 'tiene la forma de cruz latina con el altar en el centro de los brazos y en el mismo sitio que ocupaba el anterior, pero en un plano más elevado.
Ocupa un espacio que rebasa los quince mil metros cuadrados. La longitud total, comprendiendo el pórtico, es de doscientos once metros y medio. La nave transversal tiene ciento cuarenta metros. La cúpula se eleva a ciento treinta y tres metros del suelo, con un diámetro de cuarenta y dos metros. No hay que decir que es la mayor iglesia del mundo.
En las recientes excavaciones llevadas a cabo por indicación del papa Pío XII, se hallaron las capas superpuestas de las distintas restauraciones; de modo que las noticias que se tenían sobre la historia de la tumba han sido admirablemente confirmadas por los vestigios monumentales que han ido apareciendo en el decurso de las excavaciones.
Debajo del altar actual apareció la confesión y el altar construido por Calixto II en el siglo xii. Debajo de éste había otro altar, el que edificó el papa San Gregorio el Magno hacia el año 600. Más abajo estaba la construcción sepulcral del tiempo de Constantino.
Y, ahondando más, dieron con el primer revestimiento de la tumba, que, según la tradición, había sido hecha en tiempo del papa Anacleto, pero que el estudio atento de los materiales empleados ha puesto en claro que fue en tiempos, del papa Aniceto, hacia el año 160.
La equivocación de estos dos nombres en documentos posteriores es por demás comprensible. Finalmente, debajo de la memoria del papa Aniceto se halló una humilde fosa excavada en la tierra y recubierta con tejas (según costumbre) con los restos del apóstol.
La basílica de San Pablo, también a cinco naves separadas por veinticuatro columnas de mármol, enriquecida con mosaicos y por los famosos medallones de todos los Papas, era considerada en la Edad Media como la basílica más bella de Roma.
Pero, en 1823, un incendió la destruyó casi por completo. León XII ordenó la reconstrucción siguiendo el mismo plano y aprovechando lo que había salvado de la antigua, entre otras cosas, el famoso mosaico del arco triunfal del tiempo de Gala Placidia.
La consagró el papa Pío IX el 10 de diciembre de 1854, con asistencia de muchos cardenales y obispos de todo el orbe que habían acudido a Roma para la proclamación del dogma de la Inmaculada, que tuvo lunar dos días antes.
Se estableció, sin embargo, que el aniversario de la consagración continuase celebrándose el 18 de noviembre.
De esta forma se ha respetado una vez más el interés de la sagrada liturgia en unir en un mismo día (29 de junio) la fiesta y la dedicación (18 de noviembre) de los dos apóstoles columnas de la Iglesia, tan dispares en su origen (el uno apóstol y el otro perseguidor), tan diversos en su apostolado (el uno representa la tradición y el otro la renovación), pero unidos ambos por el martirio bajo una misma persecución, y unidos, sobre todo, por el mismo amor ardiente y sincero a Jesús.
Enlaces que pueden visitarse:
Juan Ferrando Roig
En esta cita tan especial del Jubileo del Mundo Educativo, que siempre necesita figuras de referencia y modelos a seguir, Su Santidad ha decidido proclamar Doctor de la Iglesia a San John Henry Newman, reconociendo su contribución decisiva a la renovación de la teología y a la comprensión de la doctrina cristiana y su desarrollo.
Newman fue un presbítero anglicano que, de afirmar que el papa era el anticristo, se convirtió al catolicismo, llegando a ser cardenal.
Ahora, además de santo, también es doctor. León XIV le otorgó esta distinción pronunciando esta fórmula en latín.
Y estos aplausos vienen de profesores y estudiantes, convocados en Roma para su jubileo. Para ellos, Newman es una figura de referencia, sobre todo, en el ámbito universitario. De ahí que, además, el papa hiciese este nombramiento.
LEÓN XIV
En esta solemnidad de Todos los Santos, es una gran alegría inscribir a San John Henry Newman entre los Doctores de la Iglesia y, al mismo tiempo, con motivo del Jubileo del Mundo Educativo, nombrarlo copatrono, junto con Santo Tomás de Aquino, de todos los que participan en el proceso educativo.
Al terminar la misa, el papa quiso dirigir un saludo a la delegación anglicana, presente en la celebración. Un gesto ecuménico entre católicos y protestantes.
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LEÓN XIV
Me complace enormemente dar la bienvenida a la delegación oficial de la Iglesia de Inglaterra, encabezada por Su Excelencia Stephen Cottrell, arzobispo de York. Tras el histórico encuentro de oración con Su Majestad el rey Carlos III, celebrado hace unos días en la Capilla Sixtina, vuestra presencia hoy expresa la alegría compartida por la proclamación de San John Henry Newman doctor de la Iglesia.
Ahora, con Newman, la lista de doctores de la Iglesia suma un miembro más. Ya son 38.
El gesto. Pocas personalidades pueden ver resumida su historia en una sola acción, tan poderosa como para volverse indeleble y tan profunda que es capaz de condensar una vida. San Martín pertenece a una categoría especial. Su célebre manto es la antonomasia del hombre que nace en el año 316 o 317 en la periferia del tardo Imperio romano – en Panonia, hoy Hungría – hijo de un tribuno militar.
Martín crece en Pavía porque a su padre, veterano del ejército, le había sido donado un terreno en aquella ciudad. Sus padres son paganos, pero el muchachito sentía curiosidad por el cristianismo y ya a la edad de 12 años deseaba hacerse asceta y retirarse en el desierto. Un edicto imperial llega a entremeter el uniforme y una espada al sueño de la oración en soledad. Martín debe enrolarse y termina acuartelado en Galia.

El gesto tiene lugar alrededor del año 335. Como miembro de la guardia imperial, el joven soldado es mandado con frecuencia a realizar las rondas nocturnas. Y en una de éstas, durante el invierno, se topa mientras iba a caballo con un mendicante semidesnudo.
Martín siente compasión por él, se quita el manto, lo corta en dos y le regala una mitad al pobre. La noche siguiente se le aparece Jesús en sueños vestido con la parte del manto que dice a los ángeles: “He aquí Martín, el soldado romano que no está bautizado: él me ha vestido”. Este sueño impresiona mucho al joven soldado, que en la fiesta de la Pascua siguiente es bautizado.
Durante casi veinte años prosigue sirviendo en el ejército de Roma, testigo de la fe en un ambiente tan alejado de sus sueños de adolescente. Pero a él le queda aún una larga vida por vivir.
Apenas le es posible, se licencia del ejército y va a Poitiers para encontrarse con el Obispo Hilario, firme adversario contra la herejía del arrianismo. Esta posición le cuesta el exilio a Hilario (por ser el emperador Constancio II un secuaz de Arrio) y Martín – que mientras tanto había viajado a casa de los suyos en Panonia – al conocer la noticia se retira en una ermita cerca de Milán.
Una vez que el obispo regresa de su exilio, Martín vuelve a encontrarse con él y obtiene su autorización para fundar un monasterio cerca de Tours. Cabañas y vida austera. El ex soldado que había revestido a Cristo pobre se vuelve pobre él mismo, tal como lo había deseado. Reza y anuncia la fe recorriendo Francia donde muchos aprenden a conocerlo.
Gracias a su popularidad llega a ser obispo de Tours en el año 371. Martín acepta, pero con su estilo. Rechaza vivir como un príncipe para que la gente que está en la miseria, los presos y los enfermos siga encontrando una casa bajo su manto. Vive adosado a las murallas de la ciudad, en el monasterio de Marmoutier, el más antiguo de Francia. Decenas de monjes lo flanquean y muchos entre ellos son de clase noble.
En el año 397, en Candes-Saint-Martin, el obispo que ya tiene 80 años parte para recomponer un cisma surgido en el clero local. Logra la paz en virtud de su carisma, pero antes de partir padece fiebres violentas y muere – por su voluntad – distendido en la tierra desnuda.
A sus exequias asistió una muchedumbre que lo reconoció como hombre muy amado, generoso y solidario, como los verdaderos caballeros.
BENEDICTO XVI SOBRE SAN MARTÍN DE TOURS
La promoción del film sufrió la censura de Médiatransport, la central de publicidad de la Sociedad Nacional de Ferrocarriles de Francia y de la Dirección Autónoma de los Transportes de París, complicando la publicidad en estaciones de metro, tren y autobús.
De poco ha servido, pues en parte gracias a ese boicot se ha convertido en una obra emblemática para los defensores de la identidad cristiana de la nación, que han reaccionando haciéndola triunfar en cientos de salas.
El deseo de dificultar su difusión alcanzó cotas de censura en Marsella, cuyo alcalde, el socialista Benoît Payan, prohibió el 22 de octubre la exhibición única prevista en La Buzine, un majestuoso castillo propiedad municipal que es sede de la Casa de la Cinematografía Mediterránea. La suspensión tuvo lugar una hora antes del pase, con la gente haciendo ya cola para entrar.
La razón alegada fue que ver dicha producción en un recinto del ayuntamiento violaría la 'laicidad' republicana. Un argumento que solo parece valer para esta producción católica, pues por la sala de cine de La Buzine han pasado absolutamente todo tipo de películas de trasfondo religioso no cristiano. Y la prohibición venía de un político particularmente solícito con la comunidad musulmana de la ciudad.
Al conocer esta arbitrariedad, el consejero municipal de Marsella y senador Stéphane Ravier, que ha sido elegido en las listas del Front National y Rassemblement National (Marine Le Pen) y de Reconquête (Éric Zemmour) y aspira a la alcaldía, presentó un recurso ante el Tribunal Administrativo de Marsella.
Alegó que Sagrado Corazón tiene una autorización de explotación del Centre National du Cinéma en todos los cines del país, incluidas 386 salas municipales. Y que se trataba de un ataque a la libertad de expresión.

La Justicia fue rápida y el 25 de octubre ordenó la re-programación de la película, propinando un severo correctivo al munícipe por su "atentado grave y manifiestamente ilegal contra la libertad de expresión, la libertad de creación y la libertad de difusión artística".
Es más que eso. Christophe Geffroy, director de La Nef, afirmaba en el editorial del número 384 (noviembre de 2025) que lo sucedido, aunque anecdótico, "es revelador del estado de espíritu de una parte de nuestros dirigentes: nuestra civilización tiene el triste privilegio de alimentar en su seno una franja de población que rechaza visceralmente el fundamento de su propia cultura, con un odio tenaz a lo que nos define, el cristianismo en primer lugar pero también la larga historia nacional", que incluye como episodio de gran impacto multisecular las apariciones que refleja la película. "El mal está en nosotros mismos", lamenta Geffroy.
Con todo, y consciente del error político cometido (que le ha convertido en censor sin conseguir su objetivo y ha servido para generar una polémica que ha beneficiado a la película), el alcalde Payan ha tenido reflejos y telefoneó al director Steven Gunnell para 'hacer las paces' y prometerle que vería la película en alguno de los cines de Marsella donde la ponen.
Aparte los propios méritos de Sagrado Corazón, es este tipo de polémicas el que ha disparado el taquillazo. Un reciente comentario en el diario progresista Le Monde no disimulaba su fastidio por esa audiencia que multiplica por más de diez la asistencia prevista (250.000 frente a los 20.000 esperados) y que, con su pequeño presupuesto de 800.000 euros, "no tendría que haber salido del nicho de fieles al que iba destinado".
Pero lo ha hecho. "Las salas están llenas, estamos desbordados", comentan, felices, los Gunnell, porque se están implicando a tope en la difusión, acudiendo a numerosos estrenos.
La película suma ya 500 sesiones y en su segunda semana se coló en el décimo puesto del Top 10 en taquilla, lo que, para un docudrama religioso en Francia, es todo un hito.
De las 833 críticas de los espectadores recogidas por la página de referencia Allociné, el 77% le dan la máxima puntuación (5), logrando de media un 4,2. El propio portal especializado hace una advertencia sobre el número "inhabitual" de valoraciones extremas en algunas películas, y ésta es una de ellas. Lo que refleja que Sagrado Corazónestá gustando mucho en ese nicho del que algunos querrían que no hubiese salido.
Antes de la Oración del Ángelus Francisco explicó que la Catedral de Roma san Juan de Letrán hace de madre de todas las iglesias de la ciudad y del mundo. “Con el termino madre nos referimos no tanto al edificio sagrado de la Basílica material –dijo-, cuanto a la obra del Espíritu Santo, que en este edificio se manifiesta, fructificando mediante el ministerio del Obispo de Roma, en todas las comunidades que permanecen en unidad con la Iglesia que él preside”.
Con la fiesta de hoy afirmó el Papa “profesamos en la unidad de la fe, el vínculo de comunión que todas las Iglesia locales, esparcidas sobre la tierra, tienen con la Iglesia de Roma y con su Obispo, sucesor de Pedro”.
El templo material hecho de ladrillos –reflexionó, es signo del templo espiritual del cual Cristo es la piedra viva y donde cada cristiano, por el bautismo, forma parte del edificio de Dios.
Después de la oración del Ángelus y la bendición, Francisco recordó que 25 años atrás caía el muro de Berlín, que por tanto tiempo partió en dos la ciudad y fue símbolo de la división ideológica de Europa y el mundo entero.

Vista de la fachada de la Basílica de San Juan de Letrán.
La caída fue posible gracias al fatigoso empeño de tantas personas, entre ellos Juan Pablo II. Y pido rezar para que con la ayuda del Señor y la colaboración de todos los hombres de buena voluntad, se difunda siempre más la cultura del encuentro, capaz de hacer caer todos los muros que todavía dividen al mundo y no suceda mas que personas inocentes sean perseguidas y asesinadas a causa de fe y de su religión.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!,
Hoy la liturgia recuerda la Dedicación de la Basílica de Letrán, que es la catedral de Roma y que la tradición define “madre de todas las iglesias de la ciudad y del mundo”. Con el término “madre” nos referimos no tanto al edificio sagrado de la Basílica, cuanto a la obra del Espíritu Santo que en este edificio se manifiesta, fructificando mediante el ministerio del Obispo de Roma, en todas las comunidades que permanecen en la unidad con la Iglesia que él preside.
Cada vez que celebramos la dedicación de una iglesia, se nos recuerda una verdad esencial: el templo material hecho de ladrillos es un signo de la Iglesia viva y operante en la historia, esto es, de aquel “templo espiritual”, como dice el apóstol Pedro, del cual Cristo mismo es “piedra viva, rechazada por los hombres, pero elegida y preciosa delante de Dios” (1 Pedro 2,4-8).
Jesús, en el Evangelio de la liturgia de hoy, hablando del templo ha revelado una verdad asombrosa, esto es: que el templo de Dios no es solamente el edificio hecho con ladrillos, sino que es su Cuerpo, hecho de piedras vivas.
En virtud del Bautismo, cada cristiano, forma parte del “edificio de Dios”(1 Cor 3,9), es más, se convierte en la Iglesia de Dios. El edificio espiritual, la Iglesia comunidad de los hombres santificados por la sangre de Cristo y por el Espíritu del Señor resucitado, pide a cada uno de nosotros ser coherentes con el don de la fe y cumplir un camino de testimonio cristiano.
Y no es fácil - lo sabemos todos - la coherencia en la vida, entre la fe y el testimonio; pero nosotros debemos ir hacia adelante y tener en nuestra vida esta coherencia cotidiana. “¡Esto es un cristiano!”, no tanto por aquello que dice, sino por aquello que hace; por el modo en que se comporta. Esta coherencia que nos da vida es una gracia del Espíritu Santo que debemos pedir.
La Iglesia, en el origen de su vida y de su misión en el mundo, no ha sido más que una comunidad constituida para confesar la fe en Jesucristo Hijo de Dios y Redentor del hombre, una fe que obra por medio de la caridad - ¡van juntas! También hoy la Iglesia está llamada a ser en el mundo la comunidad que, radicada en Cristo por medio del bautismo, profesa con humildad y valentía la fe en Él, dando testimonio de ella en la caridad.
Con esta finalidad esencial deben ordenarse también los elementos institucionales, las estructuras y los organismos pastorales. Para esta finalidad esencial: testimoniar la fe en la caridad. La caridad es precisamente la expresión de la fe, y la fe, es la explicación y el fundamento de la caridad.
La Fiesta de hoy, nos invita a meditar sobre la comunión de todas las Iglesias, es decir, de esta comunidad cristiana. Por analogía nos estimula a comprometernos para que la humanidad pueda superar las fronteras de la enemistad y la indiferencia, para construir puentes de comprensión y diálogo, para hacer del mundo entero una familia de pueblos reconciliados entre sí, fraternos, y solidarios.
De esta nueva humanidad la Iglesia misma es signo y anticipación, cuando vive y difunde con su testimonio el Evangelio, mensaje de esperanza y de reconciliación para todos los hombres.
Invocamos la intercesión de María Santísima, para que nos ayude a convertirnos como ella, en “casa de Dios”, templo vivo de su amor.
Como señala Vincenzo Battaglia, experto en dogmática, la Asunción de la Virgen María en su integridad tiene una "importancia antropológica extraordinaria". Revela que, en el diseño creador de Dios, la persona humana —compuesta de cuerpo y alma— es el centro de Su amor. De este modo, la glorificación de María no es solo un privilegio personal, sino un faro de esperanza que abre una profunda reflexión sobre el valor intrínseco y el respeto incondicional que merece el cuerpo humano.
La teología que emana de este dogma se convierte en el pilar de toda la doctrina antropológica y moral que la Iglesia Católica defiende históricamente. Si el cuerpo de la criatura humana está destinado a la gloria de Dios, tal como se anticipa en la Asunción de María, su dignidad debe ser cuidada y protegida desde el momento de la concepción hasta la muerte natural.
Es en esta visión donde se fundamenta la firme postura de la moral católica. El dogma de la Asunción justifica doctrinalmente el rechazo absoluto a actos que atentan contra la vida en sus extremos: la práctica del aborto, que interrumpe la vida en su fase más vulnerable, y la eutanasia, que niega el valor de la vida al final de su curso.
Battaglia subraya esta vocación de gloria: "Toda nuestra persona humana, ya lo enseña la experiencia de la Virgen María, es llamada a ser colmada de la santidad y de la gloria de Dios". Aunque todos los cristianos "resucitaremos en el último día", María, al término de su vida terrena, fue resucitada y asunta plenamente para participar de la gloria de su hijo Jesús resucitado. Ella es, así, el icono de la plena realización humana, en cuerpo y alma.
La defensa del cuerpo humano no es una novedad del siglo XX. El texto nos recuerda que la Iglesia ha luchado desde sus inicios contra las herejías gnósticas del cristianismo primitivo. Estas doctrinas despreciaban la materia y la corporeidad, otorgando un valor absoluto y exclusivo al espíritu. Este dualismo radical fue rechazado por los Padres de la Iglesia, quienes afirmaron la bondad esencial de la creación, incluyendo el cuerpo.
Esta misma estela doctrinal fue retomada y desarrollada por pontífices posteriores. En plena "revolución sexual", Pablo VI publicó en 1968 la encíclica 'Humanae Vitae'. En ella, el Papa defendió la enseñanza tradicional sobre la sexualidad, el matrimonio y la familia, reafirmando la unión inseparable de los aspectos unitivo y procreativo del acto conyugal, principios que respetan la estructura misma de la persona y de su corporeidad.
San Juan Pablo II continuó esta enseñanza con sus famosas catequesis sobre el cuerpo humano, conocidas como la "Teología del Cuerpo", que iluminan y profundizan las implicaciones de la vocación del hombre, reflejada de manera preclara en el dogma de la Asunción.
En definitiva, la Asunción de María es mucho más que una fiesta: es una verdad de fe que eleva al cuerpo humano a su máxima dignidad, ofreciendo una visión integral y esperanzadora de la persona que se opone a cualquier forma de desprecio, utilitarismo o violencia contra la vida.