En la llanura de Nínive, vivían en junio de 2014 más de 120.000 cristianos. Esta región permaneció ocupada por islamistas hasta 2016, pero aunque fue liberada, la población cristiana no parecía regresar

Nínive fue una vez el centro del mundo. Capital del Imperio Asirio, se cuenta en el Libro de Jonás que su recorrer su gran tamaño llevaba «tres días de recorrido». Hoy apenas quedan las ruinas de este momento de esplendor, en lo que hoy es Mosul (Irak).

Durante medio siglo, hasta más o menos el su caída en el año 612 a. C. Nínive fue la ciudad más grande del planeta. Todas las rutas comerciales del Tigris cruzaban por ella y así, ejercía como puente entre Oriente y Occidente. Cuentas las Escrituras que Jonás consiguió que esta gran urbe de pecadores hiciera penitencia.

En la llanura de Nínive, vivían en junio de 2014 más de 120.000 cristianos. Era la zona con mayor población creyente del país y tras la toma del poder del Dáesh, tuvieron que huir de su casa. Muchos de ellos, todavía no han regresado. Nínive es cuna de civilización. El cristianismo llegó en los primeros siglos y siempre ha contado con una presencia de bautizados significativa.

Esta zona permaneció ocupada por islamistas hasta 2016, pero aunque fue liberada, la población cristiana no parecía regresar. Sus casas habían sido destruidas, sus colegios y sus hospitales, también. Cuando el autodenominado Estado Islámico abandonó la región, las infraestructuras estaba completamente en ruinas, entre ellas dos importantes iglesias. La población estaba dispersa: muchos llegaron a campos de refugiados pero otros muchos tuvieron que emigrar.

Unas de las primeras en regresar a la llanura fueron unas religiosas dominicas. «La consagración es una llamada a través de la cual Dios construye el Reino de los Cielos. Allí donde llegan los monjes, pueden convertir el desierto en un paraíso, y la presencia de las monjas y su llegada a la aldea siniestrada y demolida es un signo de gran reconstrucción», dijo el entonces arzobispo caldeo Paul Thabet el día de la consagración de su monasterio recién construido.

Diez años después de la brutal conquista de los terroristas, no se tienen datos sobre los cristianos que vuelven a casa. El regreso está siendo lento, «cauteloso», lo define Michaeel Najeeb, arzobispo caldeo de Mosu. Si bien, opina que se está produciendo «un verdadero cambio».

«Tras la liberación, la gente empezó a respirar mejor y se restableció la infraestructura de Mosul y de la llanura de Nínive, junto con el orden en las calles, la construcción y, lo más importante, la seguridad», explica en una entrevista con Vatican News. Añade que ahora los ciudadanos pueden por fin caminar a medianoche o de madrugada sin ningún problema.

Las familias cristianas no regresan no porque no quieran, sino en muchos casos porque no pueden. El arzobispo caldeo de Mosul, que recibió la visita del Papa Francisco en 2021, explica que el principal obstáculo de quienes huyeron son los problemas económicos. «La gente ha perdido casi todo. Se quedaron desnudos cuando se vieron obligados a abandonar Mosul y la llanura de Nínive, llevando sólo la ropa mínima. Todo lo que tenían fue saqueado. Estas personas deben empezar desde cero», cuenta.

Muchos refugiados le consultan en busca de alguna garantía para poder volver a su casa. «Nadie puede ofrecérselas, ni siquiera la Iglesia, que también lo ha perdido todo», explica Najeeb. Esta es el impedimento retornar a la llanura: la falta de confianza en un futuro en la región.

FUENTE: www.eldebate.com

Tabor

Desde los tiempos más remotos, las caravanas han surcado la fértil llanura de Esdrelón, en Galilea

Los viajeros que bajaban desde Mesopotamia y Siria, tras costear el mar de Genesaret, la atravesaban hacia el oeste, para llegar al Mediterráneo y continuar hasta Egipto. Los que partían del sur, desde Hebrón, siguiendo la vía que pasa por Belén, Jerusalén y Samaría, la cruzaban hacia el norte cerca de Nazaret. Testigo de su marcha, solitario en medio de la planicie, se erguía el monte Tabor.

Si formara parte de una cordillera, con sus 558 metros sobre el nivel del mar apenas llamaría la atención. Sin embargo, por su aislamiento y forma cónica —que sugiere la de un volcán aunque su origen sea calcáreo—, y por elevarse más de 300 metros sobre el terreno circundante, parece de una altura imponente. Destaca la notable vegetación de sus laderas, cubiertas siempre de encinas, lentiscos y plantas montaraces, y en primavera, de lirios y azucenas. 

 

Monte Tabor - La basílica de la Transfiguración

 

Vista panorámica sobre el valle de Esdrelón y, al fondo, la depresión del río Jordán. El complejo de la izquierda está formado por el monasterio y la iglesia greco-ortodoxa; fue construido en el siglo XIX sobre ruinas de época cruzada. En la parte más alta del monte, destacan la basílica de la Transfiguración -orientada al este- y el convento franciscano. La puerta del Viento queda fuera del encuadre. Foto: Israel Tourism (Flickr).

 

Desde su cumbre, una ancha meseta donde además abundan los cipreses, se divisa un hermoso panorama. Estas características convirtieron al Tabor en escenario para los cultos de los pueblos cananeos, que veneraban a los ídolos en las cimas; pero también para las fortificaciones militares, como atalaya sobre la región: de lo uno y de lo otro hubo en ese lugar, donde las huellas de la presencia humana se remontan a hace setenta mil años.

 

Imagen literaria

Según los relatos del Antiguo Testamento, fue en las inmediaciones del Tabor donde Débora reunió en secreto a diez mil israelitas al mando de Barac, que pusieron en fuga al ejército de Sísara (Cfr. Jc 4, 4-24); allí mataron los madianitas y amalecitas a los hermanos de Gedeón (Cfr. Jc 8, 18-19); y una vez conquistada la tierra prometida, el monte delimitó las fronteras entre las tribus de Zabulón, Isacar y Neftalí (Cfr. Jos 19, 10-34), que lo tenían por sagrado y ofrecían sacrificios en su cumbre (Cfr. Dt 33, 19).

 

transfiguración

 

 

El profeta Oseas fustigó ese culto porque, sin duda, en su tiempo no era solo cismático, sino también idolátrico (Cfr. Os 5, 1). Finalmente, encontramos una prueba de la fama del Tabor en su uso como imagen literaria: el salmista lo une al Hermón para simbolizar en los dos todos los montes de la tierra (Cfr. Sal 89, 13); y Jeremías lo compara con el descollar de Nabucodonosor sobre sus enemigos (Cfr. Jr 46, 18).

Aunque en el Nuevo Testamento no aparece citado por su nombre, la tradición enseguida identificó el Tabor con el lugar de la transfiguración del Señor: se llevó con él a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a un monte para orar. Mientras él oraba, cambió el aspecto de su rostro, y su vestido se volvió blanco y muy brillante. En esto, dos hombres comenzaron a hablar con él: eran Moisés y Elías que, aparecidos en forma gloriosa, hablaban de la salida de Jesús que iba a cumplirse en Jerusalén.

Pedro y los que estaban con él se encontraban rendidos por el sueño. Y al despertar, vieron su gloria y a los dos hombres que estaban a su lado. Cuando estos se apartaron de él, le dijo Pedro a Jesús: —Maestro, qué bien estamos aquí; hagamos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías —pero no sabía lo que decía (Lc 9, 28-33; Mt 17, 1-4; Mc 9, 2-5).

 

 Iglesia de la Transfiguración del Señor (Galilea)

 

 

La exploración arqueológica en el Tabor ha puesto de manifiesto la existencia de un santuario en el siglo IV o V —que algunos testimonios antiguos atribuyen a santa Elena—, construido sobre los vestigios de un lugar de culto cananeo. Más adelante, las narraciones de algunos peregrinos de los siglos VI y VII se refieren a tres basílicas, en recuerdo de las tres tiendas mencionadas por san Pedro, y a la presencia de un gran número de monjes.

De hecho, se ha encontrado un pavimento en mosaico de esa época, y consta que el Concilio V de Constantinopla, en 553, erigió un obispado en el Tabor. Durante la dominación musulmana, aquella vida eremítica fue decayendo, y en el año 808 se encargaban de las iglesias dieciocho religiosos con el obispo Teófanes.

Aunque en el Nuevo Testamento no aparece citado por su nombre, la tradición enseguida identificó el Tabor con el lugar de la transfiguración del Señor

A partir del año 1101, y mientras duró el reino latino de Jerusalén, se estableció una comunidad de benedictinos en el Tabor. Restauraron el santuario y levantaron un gran monasterio, protegido por una muralla fortificada. Esta no fue suficiente para resistir los ataques sarracenos, que conquistaron la abadía y, entre 1211 y 1212, la convirtieron en un bastión de defensa. Aunque se permitió a los cristianos volver a tomar posesión del lugar algo después, la basílica fue de nuevo destruida en 1263 por las tropas del sultán Bibars.

 

Abandonado hasta el siglo XVII

El monte quedó abandonado hasta la llegada de los franciscanos, en 1631. Desde entonces, consiguieron mantener la propiedad no sin dificultades; estudiaron y consolidaron las ruinas existentes, pero aún debieron pasar tres siglos para que fuese construida una nueva basílica: la actual, terminada en 1924.

 

Iglesia de la Transfiguración del Señor (Galilea)

Basilica of the Transfiguration

 

 

Hoy en día, los peregrinos suben al Tabor por una carretera sinuosa, trazada a principios del siglo XX para facilitar el abastecimiento de materiales durante la construcción del santuario. La llegada a la cima está marcada por la puerta del Viento —en árabe, Bab el-Hawa—, un resto de la fortaleza musulmana del siglo XIII, cuyos muros rodeaban toda la planicie de la cumbre. En el lado norte de esta extensión, se encuentra la zona greco-ortodoxa; y en el lado sur, la católica, a cargo de la Custodia de Tierra Santa.

Desde la puerta del Viento, una larga avenida flanqueada de cipreses conduce hasta la basílica de la Transfiguración y el convento franciscano. Delante de la iglesia, pueden verse las ruinas del monasterio benedictino del siglo XII, aunque también hay vestigios de la fortaleza sarracena. De hecho, esta se edificó aprovechando los cimientos de la basílica cruzada, los mismos sobre los que se apoya el santuario actual, de tres naves, que ocupa el plano del precedente.

La fachada, con el gran arco entre las dos torres y los frontones triangulares de las cubiertas, transmite al mismo tiempo bienvenida e invitación a elevar el alma. Al atravesar las puertas de bronce, esta sensación se multiplica: la nave central, separada de las laterales por grandes arcos de medio punto, se convierte en una escalera tallada en la roca que desciende hasta la cripta; y encima, muy elevado, destaca el presbiterio, que tiene detrás un ábside en el que está representada la escena de la Transfiguración sobre un fondo completamente dorado.

La evocación del misterio queda subrayada por una particular luminosidad, conseguida gracias a los ventanales abiertos en la fachada, los muros de la nave central y el ábside de la cripta.

 

Monte Tabor - La basílica de la Transfiguración

Iglesia de la Transfiguración del Señor (Galilea)

 

El proyecto de la basílica respetó, incluyéndolos, algunos vestigios de las iglesias anteriores: junto a la puerta, las dos torres se construyeron encima de unas capillas con ábsides medievales, hoy dedicadas al recuerdo de Moisés y de Elías; y en la cripta, aunque la bóveda primitiva cruzada fue cubierta por un mosaico, el altar es el mismo y también quedan a la vista restos de mampostería en los muros.

Además, recientemente se excavó una pequeña gruta al norte del santuario, debajo del lugar identificado como el refectorio del monasterio medieval: las paredes contenían inscripciones en griego y algunos monogramas con cruces, rastros quizá del cementerio de los monjes bizantinos que habitaron la montaña.

 

Jesús fortalece la fe de los Apóstoles

En la transfiguración, Jesús muestra su gloria divina, confirmando así la reciente confesión de Pedro —tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo (Mt 16, 16. Cfr. Mc 8, 29; y Lc 9, 20)-, y, de este modo, también fortalecer la fe de los Apóstoles ante la proximidad de la Pasión (Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 555 y 568), que ya ha empezado a anunciarles (Cfr. Mt 16, 21; Mc 8, 31; y Lc 9, 22).

La presencia de Moisés y Elías es bien elocuente: ellos «habían visto la gloria de Dios en la Montaña; la Ley y los profetas habían anunciado los sufrimientos del Mesías» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 555). Además, los evangelistas narran que, cuando todavía Pedro estaba proponiendo hacer tres tiendas, una nube de luz los cubrió y una voz desde la nube dijo:

—Este es mi Hijo, el Amado, en quien me he complacido: escuchadle (Mt 17, 5. Cfr. Mc 9, 7; y Lc 9, 34-35).

Glosando este pasaje, algunos Padres de la Iglesia subrayan la diferencia entre los representantes del Antiguo Testamento, Moisés y Elías, y Cristo: «ellos son siervos, Este es mi Hijo (...). A ellos los quiero, pero Este es mi Amado: por tanto, escuchadle (...). Moisés y Elías hablan de Cristo, pero son siervos como vosotros: Este es el Señor, escuchadle» (San Jerónimo, Comentario al Evangelio de san Marcos, 6).

Para Benedicto XVI, el sentido más profundo de la transfiguración «queda recogido en esta única palabra. Los discípulos tienen que volver a descender con Jesús y aprender siempre de nuevo: "Escuchadlo"» (Joseph Ratzinger/Benedicto XVI, Jesús de Nazaret. Desde el Bautismo a la Transfiguración, p. 368).

 

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LA TRANSFIGURACIÓN 

 

Ver en Wikipedia

 

Miguel Gil

 

"Éste es mi Hijo elegido, escuchadle"

Según algunos autores antiguos, esta fiesta surgió en la iglesia de Armenia durante el siglo IV, como cristianización de una antigua celebración pagana. Sin embargo, los testimonios más antiguos proceden de la liturgia siro-oriental, a comienzos del siglo VI. Parece probable que, en cualquier caso, la fiesta nació como una conmemoración anual de la dedicación de la iglesia alzada en el monte Tabor.

Los primeros vestigios de su celebración en occidente proceden de fuentes hispánicas del siglo X, si bien en el siglo XI ya se conmemoraba por toda la iglesia latina. En 1457 se incluyó en el calendario universal de la Iglesia romana, en recuerdo de la liberación de Belgrado de manos de los turcos el 22 de julio de 1456. Por último, el Misal Romano de San Pío V (1570) unificó la fecha de su celebración el día 6 de agosto.

 

La Transfiguración

Los evangelios sinópticos(según San Mateo, San Marcos y San Lucas) relatan que Jesús subió a un monte a orar con algunos de los apóstoles, y mientras oraba se transformó el aspecto de su rostro, y su vestido se volvió blanco y resplandeciente. Aparecieron junto a él Moisés y Elías.

Los apóstoles dormían mientras tanto, pero al despertar vieron a Jesús junto a Moisés y Elías. Pedro sugirió que hicieran tres tiendas: para Jesús, Moisés y Elías. Entonces apareció una nube y se oyó una voz celestial, que dijo: "Éste es mi Hijo elegido, escuchadle". Los discípulos no contaron lo que habían visto.

 

transfiguración

 

 

A los pocos días ocurrió la Transfiguración. Desde que Jesús comenzó su vida pública sus triunfos y gloria han ido en aumento.

Tras el discurso del Pan de vida se ha producido un giro notable; los milagros serán menos frecuentes, su predicación menos popular, y las cosas que se dicen tendrán un mayor contenido. Jesús hablará varias veces de su muerte y vivirá, de ordinario, retirado con los suyos. La transfiguración se realiza sólo ante los más íntimos: Juan, Pedro y Santiago, pero tiene un gran valor de revelación en muchos aspectos.

"Sucedió unos ocho días después de estas palabras, que tomó consigo a Pedro, a Juan y a Santiago, y subió a un monte para orar. Mientras él oraba, cambió el aspecto de sus rostro y su vestido se volvió blanco, resplandeciente. Y he aquí que dos hombres estaban conversando con él: eran Moisés y Elías que, aparecidos en forma gloriosa, hablaban de la salida de Jesús que había de cumplirse en Jerusalén. Pedro y los que estaban con él se encontraban rendidos por el sueño. Y al despertar, vieron su gloria y a los dos hombres que con él estaban.

Cuando éstos se apartaron de él, dijo Pedro a Jesús: Maestro, qué bien estamos aquí, hagamos tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías; no sabiendo lo que decía. Mientras decía esto, se formó una nube y los cubrió con su sombra. Al entrar ellos en la nube, se atemorizaron. Y salió una voz desde la nube, que decía: este es mi Hijo, el elegido, escuchadle. Cuando sonó la voz, se quedó Jesús solo. Ellos guardaron silencio, y a nadie dijeron por entonces nada de lo que habían visto"(Lc). El monte estaba lejos de Cesarea de Filipo, van caminando al lugar de gran belleza con las vistas a la llanura de Esdrelón.

La oración de Jesús era siempre intensa y, muchas veces, en silencio. Esta oración llevaba a Jesús a una unión con el Padre especial. Era hablar y escuchar. Darse y recibir. Amar y ser amado, unión total en todos los niveles del ser de Cristo. Jesús adora con toda su humanidad. Pero pocas veces se manifiesta esa unión al exterior. Ahora, cuando las batallas más duras están a punto de empezar, conviene que lo interno se manifieste exteriormente.

Y la gloria de la divinidad se manifiesta en su rostro: "brillante como el sol", y en los mismos vestidos, "resplandecientes de luz". No parece que se trate de una visión espiritual, sino una realidad palpable en el cuerpo de Jesús. Los apóstoles ven a Cristo glorioso como nunca le habían visto. Es un preludio del reino que ha venido a traer, de la resurrección que ya ha anunciado, de la gloria del cielo para los que crean en Él y sean fieles.

La reacción es de estupor: se despiertan sorprendidos de lo que están viendo. Un gozo inexplicable, como un reflejo del de Jesús, les invade. "Qué bien se está aquí" es el comentario, como intentando detener el tiempo en situación tan feliz.

Pero hay más; junto a Jesús aparecen Moisés y Elías. Ambos habían tenido una especial revelación de Dios en el monte Sinaí. Moisés recibe la revelación de Dios, de su nombre y de su Ley y con ella el mandato de liberar y formar un pueblo según la alianza de los padres; y lo hizo. Elías, mucho más tarde, recibe la misión de recuperar la fidelidad del pueblo a esa Alianza.

Moisés, al final de su vida, pide a Dios ver su rostro, y ahora le es manifiesto su rostro humano, en Jesucristo. Elías busca a Dios, y le encuentra en una suave brisa; ahora está ante Él de un modo humano, humilde y real. Sorprende el tema de su conversación: la muerte de Jesús en Jerusalén. La antigua Alianza alcanzará su plenitud en la Pasión de Jesús. Las profecías del Mesías como Siervo doliente son certeras.

 

transfiguracion

 

El amor llegará al límite de no detenerse ante nada. Todo lo anterior era figura de lo que había de suceder. Sin embargo, no deja de ser sorprendente la mezcla de cruz y muerte con la gloria de Jesús en esta Transfiguración. Una lógica nueva se está desarrollando. Entenderla requerirá una fe espiritual, una fe que permita conocer al mismo Dios que manifiesta su gloria en la humildad.

Y la máxima humildad es ser humillado, poder defenderse y, aún más, vencer, pero aceptar la derrota para triunfar de un modo superior a un enemigo como el pecado que tiene su raíz en el orgullo y la rebeldía.

La voz del Padre resuena en la transfiguración, como se oyó en el Jordán: "Este es mi Hijo el predilecto, escuchadle". El Amado que va a demostrar que el hombre puede también amar al máximo, y les pide fe. Una fe que deberá actualizarse también cuando no entiendan su conducta y que deberá agudizarse cuando le vean derrotado.

Y pasó la transfiguración. Breve, como todo lo dichoso, menos en el cielo que será para siempre. La referencia de Pedro a las tres tiendas quizá tiene que ver con la próxima fiesta de los tabernáculos, o, sencillamente, a querer prolongar la dicha que experimenta. Pero deben atender a lo que se les revela pues Cristo es el nuevo legislador. Al oír la voz "los discípulos cayeron sobre su rostro presos de un gran temor. Se acercó Jesús a ellos y tocándoles, dijo: "Levantaos, no tengáis miedo" y cuando se levantaron no vieron a nadie, sino a Jesús solo"(Mt).

"Mientras bajaban del monte les ordenó que a nadie contasen lo que habían visto, hasta que el Hijo del Hombre resucitara de entre los muertos. Ellos retuvieron estas palabras, discutiendo entre sí qué era lo de resucitar de entre los muertos.

Y le hacían esta pregunta: ¿Por qué dicen los fariseos y los escribas que Elías ha de venir primero? El les respondió: Elías vendrá antes y restablecerá todas las cosas; pero, ¿cómo está escrito del Hijo del Hombre que padecerá mucho y será despreciado?

Sin embargo, yo os digo que Elías ya ha venido e hicieron con él lo que quisieron, según está escrito de él"(Mc).

 

Explica el Señor más a fondo su muerte y su resurrección. El Mesías ha de padecer mucho y ser despreciado; pero vencerá incluso a la muerte, cosa que ningún hombre puede hacer. Esta es la lucha. Es como una decisión irrevocable del Padre y del Hijo. Ya se ha cumplido el tiempo de la misericordia, ahora será el tiempo de la justicia, pero de un modo sorprendente: el Justo llevará sobre sí los pecados de todos, pagando por ellos.

Y ante la pregunta sobre Elías les dice que el Bautista era el Elías que había de venir, el profeta de fuego que anuncia la nueva Alianza.

El Reino de Dios se ha hecho transparente por unos momentos, el monte Tabor es como un nuevo Sinaí; pero conviene bajar al valle donde están todos ajenos a losucedido en las alturas. Pedro, Juan y Santiago callan y reflexionan por el nuevo curso de los acontecimientos.

 

 

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MONTE TABOR

 

Enrique Cases,
Tres años con Jesús,

 

Se trata de la basílica Santa Maria Maggiore, que aun custodia capas de historia pre-cristiana

Una de las basílicas más antiguas de Roma que abre las puertas de sus antiquísimos sótanos

 

Mons. Michele Jagosz

Prefecto, Museo Santa Maria Maggiore

“Se puede ver todo lo que existía antes de la construcción de la basílica, y cómo la construcción no destruyó nada abajo. Todo se conservó".

El sacerdote Michele Jagosz dirigió la primera visita pública de los sótanos de la basílica. Antes, esta parte estaba abierta sólo para estudiantes y visitas especiales.

Durante varios siglos, Santa Maria Maggiore ha custodiado siglos de historia congelados bajo la basílica. Hoy, esta parte es una ventana al pasado, porque ha dejado pistas sobre cómo se vivía antes de la llegada del Cristianismo.

 

Basílica de Santa María Mayor - Dedicación

Fachada de la Basílica de Santa María la Mayor

 

“Se puede apreciar cómo era la vida aquí en el Esquilino, una de las colinas de Roma, sobre todo en Cispio. Así se llamaba la parte del Esquilino en la que estamos ahora, y donde el Papa Sixto III construyó la basílica".

La basílica fue construida sobre una residencia privada del año 332 (AC). Con el paso del tiempo, la zona evolucionó y su esplendor histórico ha sobrevivido la prueba de los siglos.

Santa Maria Maggiore es también lugar de sepultura de papas y cardenales. La tumba del artista Gian Lorenzo Bernini también esta aquí.

La basílica, una de las cuatro basílicas papales de Roma, fue construida en el siglo V. Tiene fama por su riqueza en historia tanto dentro de ella como bajo la tierra.

 

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SANTA MARÍA MAYOR 

 

 

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NUESTRA SEÑORA DE LAS NIEVES

Esta fiesta de la Santísima Virgen tiene su origen en la leyenda romana que las lecciones del Breviario de hoy nos recuerdan.

  

En tiempo del papa Liberio, segunda mitad del siglo IV, existía en Roma un matrimonio sin hijos. Lo mismo Juan que su esposa pertenecían a la más alta nobleza. Eran excelentes cristianos y contaban con una gran fortuna que las numerosas limosnas a los pobres eran incapaces de agotar. Se hacían ancianos los nobles esposos y, pensando en el mejor modo de emplear su herencia, pedían insistentemente a la Madre de Dios que les iluminase.

 

He aquí que la Virgen les declara de forma maravillosa sus deseos. A Juan Patricio y a su esposa se les aparece en sueños, y por separado, la Señora para indicarles su voluntad de que se levante en su honor un templo en el lugar que aparezca cubierto de nieve en el monte Esquilino. Esto ocurría la noche del 4 al 5 de agosto, en los días más calurosos de la canícula romana.

Van los dos esposos a contar su visión al papa Liberio. Este había tenido la misma revelación que ellos. El Sumo Pontífice organiza una procesión hacia el lugar que había señalado la Madre de Dios. Todos se maravillaron al ver un trozo de campo acotado por la nieve fresca y blanca. La Virgen acababa de manifestar de este modo admirable su deseo de que allí se levantase en su honor un templo. Este templo es hoy día la basílica de Santa María la Mayor.

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 ¿Qué valor tiene esta leyenda?

Parece que no tiene ninguna garantía de veracidad. El cardenal Capalti aseguraba a De Rossi que, cuando los canónigos de esta basílica terminaban en coro las lecciones de la fiesta de Nuestra Señora de las Nieves y se disponían a entrar en la sacristía para dejar sus trajes corales, había uno bastante gracioso que solía decir que en toda la leyenda únicamente encontraba verdaderas estas palabras. "en Roma, a 5 de agosto, cuando los calores son más intensos".

virgen nievesLa leyenda no aparece hasta muy tarde. Seguramente en el siglo XI. El caso es que cuajó fácilmente en la devoción popular y un discípulo del Giotto la inmortalizó en unos lienzos que pintó para la misma basílica.

En un cuadro aparece el papa Liberio dormido, con la mitra al lado; encima, ángeles y llamas, y, delante, la Virgen que le dirige la palabra. En otro cuadro aparece Juan Patricio, a quien se le aparece también la Virgen. Otra pintura nos presenta a María haciendo descender la nieve sobre el monte Esquilino.

Nuestro Murillo inmortalizó también esta leyenda en uno de sus cuadros. En él aparece el noble y piadoso matrimonio contando la visión al Papa, y en el fondo se contempla la procesión y el campo nevado.

Otros artistas reprodujeron en sus cuadros este milagro y los poetas lo cantaron en sus versos.

La devoción a la Virgen de las Nieves arraigó fuertemente en el pueblo romano y llegó a extenderse por toda la cristiandad. En su honor se levantan hoy templos por todo el mundo, y son muchas las mujeres cristianas que llevan este bendito nombre de la Santísima Virgen.

Nuestra Señora de las Nieves es lo mismo que Santa María la Mayor, título que lleva una de las cuatro basílicas mayores de Roma. Las otras tres son: San Pedro del Vaticano, San Pablo Extramuros y San Juan de Letrán.

La basílica de Santa María la Mayor parece ser que fue la primera iglesia que se levantó en Roma en honor de María y podemos decir, lo mismo que se afirma de San Juan de Letrán en un sentido más general, que es la iglesia madre de todas cuantas en el mundo están dedicadas a la excelsa Madre de Dios.

Por esto, y por ser una de las iglesias más suntuosas de Roma, mereció el título de la Mayor. Así se la distinguía de las otras sesenta iglesias que tenía la Ciudad Eterna dedicadas a Nuestra Señora.

Esta basílica ha pasado por bastantes vicisitudes a través de los tiempos. Ocupa el Esquilino, una de las siete colinas de Roma. En tiempo de la República era necrópolis y bajo el Imperio de Augusto, paseo público. Allí tenía el opulento Mecenas unos jardines. Allí estaba la torre desde la cual contempló Nerón el incendio de Roma y allí había un templo dedicado a la diosa Juno, al cual acudían las parejas de novios para implorar sus auspicios.

Aquí quiso la Reina del Cielo poner su morada. En el corazón de la urbe penetra su planta virginal y los hijos del más glorioso de los antiguos imperios abrirán sus pechos al amor de tan tierna Madre.

La primitiva iglesia no estaba consagrada a María. Se llamaba la basílica Sociniana. En surecinto lucharon los partidarios del papa Dámaso con los secuaces del antipapa Ursino. Esto sucedió a finales del siglo IV. En este tiempo se llamó también basílica Liberiana por su fundador, el papa Liberio.

En el siglo V es reconstruida por Sixto III (432-440). Este mismo Papa es el que consagra el templo a la Virgen. Desde este momento el nombre de María se va a hacer inseparable de este templo.

El concilio de Efeso había tenido lugar el año 431. Los padres del tercer concilio ecuménico acababan de proclamar la maternidad divina de María contra el hereje Nestorio. Era el primer gran triunfo de María en la Iglesia y una crecida ola de amor Mariano recorre toda la cristiandad de oriente a occidente. La maternidad divina de María es el más grande de los privilegios de María y la raíz de todas sus grandezas.

Roma no podía faltar en esta hora de gloria Mariana. Este templo que renueva Sixto III en honor de la Theotocos es el eco romano de la definición de los padres de Efeso. La ciudad entera se apresta a levantar y hermosear esta basílica. Los pintores ponen sus pinceles bajo la dirección del Sumo Pontífice y las damas se desprenden de sus más vistosas joyas.

Ahora es cuando la antigua basílica Sociniana se adorna con pinturas y mosaicos que celebran el misterio de la maternidad divina de María. Se levanta un arco de triunfo y sobre la puerta de entrada se lee una inscripción que empieza con estas palabras:

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 "A ti, oh Virgen María, Sixto te dedicó este nuevo templo... "

Las pinturas son de tema Mariano y generalmente relacionadas con la maternidad divina de María. Representan a la Anunciación, la Visitación, María con el Niño, la adoración de los Magos, la huida a Egipto y otras escenas de la vida de la Virgen.

Las tres amplias naves de la basílica se enriquecieron con los dones de los fieles y los ábsides se adornaron de lámparas y mosaicos. Algunos de éstos son especialmente valiosos.

En el siglo VII una nueva advocación le nace a esta iglesia: Santa María ad praesepe, Santa María del Pesebre. La maternidad de María acaba por llevar la devoción de los fieles al portal de Belén, a Jesús. Como siempre, por María a Jesús.

Al lado de la basílica surge una gruta estrecha, obscura y recogida como la de Belén. Allí irán los papas a celebrar la misa del gallo todas las Nochebuenas, y para que la piedad se hiciese más viva se enseñaban los maderos del pesebre en el cual había nacido el Hijo de Dios y trozos de adobes y piedras que los peregrinos habían traído de Tierra Santa.

Esta gruta llega a ser uno de los lugares más venerandos de la Ciudad Eterna. Los Romanos Pontífices la distinguen con sus privilegios. Gregorio III (731-741) puso allí una imagen, de oro y gemas que representaba a la Madre de Dios abrazando a su Hijo. Adriano I (762-795) cubrió el altar con láminas de oro, y León III (795-816) adornó las paredes con velos blancos y tablas de plata acendrada que pesaban ciento veintiocho libras.

Son muchas las gracias que la Santísima Virgen ha concedido a sus devotos en este santo templo. Aquí organizó San Gregorio Magno unas solemnes rogativas con motivo de una terrible peste que asolaba la ciudad.

El año 653 ocurrió en esta iglesia un hecho milagroso. Celebraba misa el papa San Martín cuando, al querer matarle o prenderle por orden del emperador Constante, el enarca de Ravena, Olimpo, quedó repentinamente ciego e imposibilitado.

Basten estos hechos para demostrar el gran aprecio que los Sumos Pontífices han tenido para con este templo a través de la historia.

Hoy mismo sigue siendo Santa María la Mayor una de las cuatro basílicas patriarcales de Roma cuya visita es necesaria para ganar el jubileo del año santo. De esta forma la Virgen de las Nieves sigue recibiendo el tributo de amor de innumerables peregrinos de todo el orbe católico.

Actualmente es una de las iglesias más ricas y bellas de la ciudad de Roma. Conserva muy bien su carácter de basílica antigua. Tiene por base la forma rectangular, dividida por columnas que forman tres naves, techo artesonado, atrio y ábside.

El interior de la basílica es solemne y armonioso. Las tres naves aparecen divididas por columnas jónicas. Contiene notables monumentos y tumbas de los papas.

Tiene dos fachadas: la que mira al Esquilino, que es la posterior, y la que mira a la plaza que lleva el nombre de Santa María la Mayor. Esta, que es la principal, data del siglo VIII, y la posterior del XVII. El campanario, románico, es el más alto de Roma. Fue construido el año 1377.

Sobre el altar mayor hay una imagen de María del siglo XIII, atribuida a Lucas el Santo, y en la nave se halla el monumento a la Reina de la Paz, erigido por Benedicto XV al terminar la primera guerra mundial. Su cielo raso está dorado con el primer oro que Colón trajo de América. En la plaza de Santa María la Mayor se yergue una columna estriada de más de catorce metros de altura. En la plaza del Esquilino se alza un obelisco procedente del mausoleo de Augusto.

Santa María de las Nieves. He aquí una de las advocaciones más bellas de la Santísima Virgen. Ella, que es la Madre de Dios, Inmaculada, Asunta al cielo, Virgen de la Salud y del Rocío, es también Nuestra Señora de las Nieves.

La nieve es blancura y frescor. Pureza y alma recién estrenada, intacta. Espíritu sin gravedad. ¡Cuán hermosamente tenemos representada aquí la pureza sin mancha de María!

Nieve recién caída en el estío romano. La pureza al lado del calor sofocante de la pasión. Sólo Ella, como aquel trozo milagrosamente marcado por la nieve en la leyenda de Juan Patricio, es preservada del calor fuerte del agosto que es el pecado. Sólo Ella es sin pecado entre todos los hombres. Ella es blancura y candor. Ella refresca nuestros agostos llenos del fuego del pecado y la concupiscencia.

Ni el copo de nieve, ni el ala de cisne, ni la sonrisa de la inocencia, ni la espuma de la ola es más limpia y hermosa que María.

Verdaderamente es ésta una fiesta de leyenda y poesía, María es algo de leyenda y poesía. Es la obra de Dios.

 

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BASILICA SANTA MARÍA MAYOR 

 

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MARCOS MARTÍNEZ DE VADILLO

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EL SANTO CURA DE ARS Y LOS PRIMEROS CRISTIANOS

Nació en un pueblecito francés, cercano a Lyon en 1786. Tuvo que superar muchas dificultades hasta llegar a ordenarse sacerdote. Destinado a la parroquia rural de Ars, ejerció allí su ministreio pastoral durante 42 años. Se le confió la parroquia de Ars, en la diócesis de Belley, y el santo, con una activa predicación, con la mortificación, la oración y la caridad, la gobernó, y promovió de un modo admirable su adelanto espiritual.

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Estaba dotado de unas cualidades extraordinarias como confesor, lo cual hacía que los fieles acudiesen a él de todas partes, para escuchar sus santos consejos.

Murió el año 1859. Apoyado en una intensa vida de oración y penitencia, pronto la fama de su celo sacerdotal, centrado en la administración del sacramento de la penitencia, se extendió por toda Francia y más allá.

 

Santo Cura de Ars

Santo Cura de Ars

 

Acudiendo miles de fieles a Ars para confesarse con él, participar en su Misa y escuchar su predicación.

Después de su muerte,  Pío XI en 1929 lo declaró patrono de los sacerdotes de todo el mundo.

La Iglesia lo ha propuesto desde entonces como especial modelo e intercesor para el ministerio sacerdotal.

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El Santo Cura de Ars tenía una gran devoción a los primeros seguidores de Cristo

Recogemos con motivo de su fiesta algunos textos breves sobre ellos

 

1.  Así como muchas veces basta una sola mala conversación para perder a una persona, no es raro tampoco que una conversación buena la convierta o le haga evitar el pecado. ¡Cuántas veces, después de haber conversado con alguien que nos habló del buen Dios, nos hemos sentido vivamente inclinados a Él y nos hemos propuesto portarnos mejor en adelante!... Esto es lo que multiplicaba tanto el número de los santos en los primeros tiempos de la Iglesia: en sus conversaciones no se ocupaban de otra cosa que de Dios. Con ello los cristianos se animaban unos a otros y conservaban el gusto y la inclinación hacia las cosas de Dios. (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre el precepto 1° del decálogo)

 

2.  Más dichosos que los santos del Antiguo Testamento, no solamente poseemos a Dios por la grandeza de su inmensidad, en virtud de la cual se halla en todas partes, sino que le tenemos con nosotros como estuvo en el seno de María durante nueve meses, como estuvo en la cruz. Más afortunados aun que los primeros cristianos, quienes hacían cincuenta o sesenta leguas de camino para tener la dicha de verle; nosotros le poseemos en cada Sagrario, cada parroquia puede gozar a su gusto de tan dulce compañía. ¡Oh, pueblo feliz!   (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre el Corpus Christi).

 

3.  Debemos profesar una ferviente devoción a la Santísima Virgen, si queremos conservar esta hermosa virtud; de lo cual no nos ha de caber duda alguna, si consideramos que ella es la reina, el modelo y la patrona de las vírgenes [...]. San Ambrosio llama a la Santísima Virgen Señora de la castidad; San Epifanio la llama Princesa de la castidad; y San Gregorio, Reina de la castidad'[..] (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre la pureza)

 

 

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SAN JUAN MARIA VIANNEY , CURA DE ARS 

 

Fuente:
“ORAR CON LOS PRIMEROS CRISTIANOS”
Gabriel Larrauri Aguirre

 

 

4 de agosto - San Juan Bautista María Vianney

 

EL SANTO CURA DE ARS

(† 1859)

Oficialmente, en los libros litúrgicos, aparece su verdadero nombre: San Juan Bautista María Vianney. Pero en todo el universo es conocido con el título de Cura de Ars. Poco importa la opinión de algún canonista exigente que dirá, a nuestro juicio con razón, que el Santo no llegó a ser jurídicamente verdadero párroco de Ars, ni aun en la última fase de su vida, cuando Ars ganó en consideración canónica.

 

Poco importa que el uso francés hubiera debido exigir que se le llamara el canónigo Vianney. ya que tenía este título concedido por el obispo de Belley. Pasando por encima de estas consideraciones, el hecho real es que consagró prácticamente toda su vida sacerdotal a la santificación de las almas del minúsculo pueblo de Ars y que de esta manera unió, ya para siempre, su nombre y la fama de su santidad al del pueblecillo.

Ars tiene hoy 370 habitantes, poco más o menos los que tenía en tiempos del Santo Cura. Al correr por sus calles parece que no han pasado los años. Únicamente la basílica, que el Santo soñó como consagrada a Santa filomena, pero en la que hoy reposan sus restos en preciosa urna, dice al visitante que por el pueblo pasó un cura verdaderamente extraordinario.

Apresurémonos a decir que el marco externo de su vida no pudo ser más sencillo. Nacido en Dardilly, en las cercanías de Lyón, el 8 de mayo de 1786, tras una infancia normal y corriente en un pueblecillo, únicamente alterada por las consecuencias de los avatares políticos de aquel entonces, inicia sus estudios sacerdotales, que se vio obligado a interrumpir por el único episodio humanamente novelesco que encontramos en su vida: su deserción del servicio militar.

 

Santo Cura de Ars

San Juan María Vianney

 

 

Terminado este período, vuelve al seminario, logra tras muchas dificultades ordenarse sacerdote y, después de un breve período de coadjutor en Ecully, es nombrado, por fin, para atender al pueblecillo de Ars. Allí, durante los cuarenta y dos años que van de 1818 a 1859, se entrega ardorosamente al cuidado de las almas. Puede decirse que ya no se mueve para nada del pueblecillo hasta la hora de la muerte.

Y sin moverse de allí logró adquirir una resonante celebridad. Recientemente se ha editado, con motivo del centenario de su muerte, una obra en la que se recogen testimonios curiosísimos de esta impresionante celebridad: pliego de cordel, con su imagen y la explicación de sus actividades; muestras de las estampas que se editaron en vida del Santo en cantidad asombrosa; folletos explicando la manera de hacer el viaje a Ars, etc., etc.

El contraste entre lo uno y lo otro, la sencillez externa de la vida y la prodigiosa fama del protagonista nos muestran la inmensa profundidad que esa sencilla vida encierra

Nace el Santo en tiempos revueltos: el 8 de mayo de 1786. En Dardilly, no lejos de Lyón. Estamos por consiguiente en uno de los más vivos hogares de la actividad religiosa de Francia. Desde algunos puntos del pueblo se alcanza a ver la altura en que está la basílica de Fourviere, en Lyón, uno de los más poderosos centros de irradiación y renovación cristiana de Francia entera.

Juan María compartirá el seminario con el Beato Marcelino Champagnat, fundador de los maristas; con Juan Claudio Colin, fundador de la Compañía de María, y con Fernando Donnet, el futuro cardenal arzobispo de Burdeos. Y hemos de verle en contacto con las más relevantes personalidades de la renovación religiosa que se opera en Francia después de la Revolución francesa. La enumeración es larga e impresionante. Destaquemos, sin embargo, entre los muchos nombres, dos particularmente significativos: Lacordaire y Paulina Jaricot.

Tierra, por consiguiente, de profunda significación cristiana. No en vano Lyón era la diócesis primacial de las Galias. Pero antes de que, en un período de relativa paz religiosa, puedan desplegarse libremente las fuerzas latentes, han de pasar tiempos bien difíciles. En efecto, es aún niño Juan María cuando estalla la Revolución Francesa.

Al frente de la parroquia ponen a un cura constitucional, y la familia Vianney deja de asistir a los cultos. Muchas veces el pequeño Juan María oirá misa en cualquier rincón de la casa, celebrada por alguno de aquellos heroicos sacerdotes, fieles al Papa, que son perseguidos con tanta rabia por los revolucionarios. Su primera comunión la ha de hacer en otro pueblo, distinto del suyo, Ecully, en un salón con las ventanas cuidadosamente cerradas, para que nada se trasluzca al exterior.

A los diecisiete años la situación se hace menos tensa. Juan María concibe el gran deseo de llegar a ser sacerdote. Su padre, aunque buen cristiano, pone algunos obstáculos, que por fin son vencidos. El joven inicia sus estudios, dejando las tareas del campo a las que hasta entonces se había dedicado. Un santo sacerdote, el padre Balley, se presta a ayudarle. Pero... el latín se hace muy difícil para aquel mozo campesino. Llega un momento en que toda su tenacidad no basta, en que empieza a sentir desalientos.

Entonces se decide a hacer una peregrinación, pidiendo limosna, a pie, a la tumba de San Francisco de Regis, en Louvesc. El Santo no escucha, aparentemente, la oración del heroico peregrino. pues las dificultades para aprender subsisten. Pero le da lo substancial: Juan María llegará a ser sacerdote.

Antes ha de pasar por un episodio novelesco. Por un error no le alcanza la liberación del servicio militar que el cardenal Fesch había conseguido de su sobrino el emperador para los seminaristas de Lyón. Juan María es llamado al servicio militar. Cae enfermo, ingresa en el hospital militar de Lyón, pasa luego al hospital de Ruán, y por fin, sin atender a su debilidad, pues está aún convaleciente, es destinado a combatir en España.

No puede seguir a sus compañeros, que marchan a Bayona para incorporarse. Solo, enfermo, desalentado, le sale al encuentro un joven que le invita a seguirle. De esta manera, sin habérselo propuesto, Juan María será desertor. Oculto en las montañas de Noés, pasará desde 1809 a 1811 una vida de continuo peligro, por las frecuentes incursiones de los gendarmes, pero de altísima ejemplaridad, pues también en este pueblecillo dejó huella imperecedera por su virtud y su caridad.

Una amnistía le permite volver a su pueblo. Como si sólo estuviera esperando el regreso, su anciana madre muere poco después. Juan María. continúa sus estudios sacerdotales en Verriéres primero. y después en el seminario mayor de Lyón. Todos sus superiores reconocen la admirable conducta del seminarista, pero... falto de los necesarios conocimientos del latín, no saca ningún provecho de los estudios y, por fin, es despedido del seminario. Intenta entrar en los hermanos de las Escuelas Cristianas, sin lograrlo.

La cosa parecía ya no tener solución ninguna cuando, de nuevo, se cruza en su camino un cura excepcional: el padre Balley, que había dirigido sus primeros estudios. El se presta a continuar preparándole, y consigue del vicario general, después de un par de años de estudios, su admisión a las órdenes.

Por fin, el 13 de agosto de 1815, el obispo de Grenoble, monseñor Simón, le ordenaba sacerdote, a los 29 años. Había acudido a Grenoble solo, y nadie le acompañó tampoco en su primera misa, que celebró al día siguiente. Sin embargo, el Santo Cura se sentía feliz al lograr lo que durante tantos años anheló, y a peso de tantas privaciones, esfuerzos y humillaciones, había tenido que conseguir: el sacerdocio.

Aún no habían terminado sus estudios. Durante tres años, de 1815 a 1818, continuará repasando la teología junto al padre Balley, en Ecully, con la consideración de coadjutor suyo. Muerto el padre Balley, y terminados sus estudios, el arzobispado de Lyón le encarga de un minúsculo pueblecillo, a treinta y cinco kilómetros al norte de la capital, llamado Ars.

Todavía no tenía ni siquiera la consideración de parroquia, sino que era simplemente una dependencia de la parroquia de Mizérieux, que distaba tres kilómetros. Normalmente no hubiera tenido sacerdote, pero la señorita de Garets, que habitaba en el castillo y pertenecía a una familia muy influyente, había conseguido que se hiciera el nombramiento.

Ya tenemos, desde el 9 de febrero de 1818, a San Juan María en el pueblecillo del que prácticamente no volverá a salir jamás. Habrá algunas tentativas de alejarlo de Ars, y por dos veces la administración diocesana le enviará el nombramiento para otra parroquia. Otras veces el mismo Cura será quien intente marcharse para irse a un rincón "a llorar su pobre vida", como con frase enormemente gráfica repetirá.

Pero siempre se interpondrá, de manera manifiesta, la divina Providencia, que quería que San Juan María llegara a resplandecer, como patrono de todos los curas del mundo, precisamente en el marco humilde de una parroquia de pueblo.

Podemos distinguir en la actividad parroquial de San Juan María dos aspectos fundamentales, que en cierta manera corresponden también a dos fases de su vida.

Mientras no se inició la gran peregrinación a Ars, el cura pudo vivir enteramente consagrado a sus feligreses. Y así le vemos visitándoles casa por casa; atendiendo paternalmente a los niños y a los enfermos; empleando gran cantidad de dinero en la ampliación y hermoseamiento de la iglesia; ayudando fraternalmente a sus compañeros de los pueblos vecinos.

Es cierto que todo esto va acompañado de una vida de asombrosas penitencias, de intensísima oración, de caridad, en algunas ocasiones llevada hasta un santo despilfarro para con los pobres. Pero San Juan María no excede en esta primera parte de su vida del marco corriente en las actividades de un cura rural.

No le faltaron, sin embargo, calumnias y persecuciones. Se empleó a fondo en una labor de moralización del pueblo: la guerra a las tabernas, la lucha contra el trabajo de los domingos, la sostenida actividad para conseguir desterrar la ignorancia religiosa y, sobre todo, su dramática oposición al baile, le ocasionaron sinsabores y disgustos.

No faltaron acusaciones ante sus propios superiores religiosos. Sin embargo, su virtud consiguió triunfar, y años después podía decirse con toda verdad que "Ars ya no es Ars". Los peregrinos que iban a empezar a llegar, venidos de todas partes, recogerían con edificación el ejemplo de aquel pueblecillo donde florecían las vocaciones religiosas, se practicaba la caridad, se habían desterrado los vicios, se hacía oración en las casas y se santificaba el trabajo.

La lucha tuvo en algunas ocasiones un carácter más dramático aún. Conocemos episodios de la vida del Santo en que su lucha con el demonio llega a adquirir tales caracteres que no podemos atribuirlos a ilusión o a coincidencias. El anecdotario es copioso y en algunas ocasiones sobrecogedor.

Ya hemos dicho que el Santo solía ayudar, con fraternal caridad, a sus compañeros en las misiones parroquiales que se organizaban en los pueblos de los alrededores. En todos ellos dejaba el Santo un gran renombre por su oración, su penitencia y su ejemplaridad. Era lógico que aquellos buenos campesinos recurrieran luego a él, al presentarse dificultades, o simplemente para confesarse y volver a recibir los buenos consejos que de sus labios habían escuchado.

Este fue el comienzo de la célebre peregrinación a Ars. Lo que al principio sólo era un fenómeno local, circunscrito casi a las diócesis de Lyón y Belley, luego fue tomando un vuelo cada vez mayor, de tal manera que llegó a hacerse célebre el cura de Ars en toda Francia y aun en Europa entera. De todas partes empezaron a afluir peregrinos, se editaron libros para servir de guía, y es conocido el hecho de que en la estación de Lyón se llegó a establecer una taquilla especial para despachar billetes de ida y vuelta a Ars.

Aquel pobre sacerdote, que trabajosamente había hecho sus estudios, y a quien la autoridad diocesana había relegado en uno de los peores pueblos de la diócesis, iba a convertirse en consejero buscadísimo por millares y millares de almas. Y entre ellas se contarían gentes de toda condición, desde prelados insignes e intelectuales famosos, hasta humildísimos enfermos y pobres gentes atribuladas que irían a buscar en él algún consuelo.

Aquella afluencia de gentes iba a alterar por completo su vida. Día llegará en que el Santo Cura desconocerá su propio pueblo, encerrado como se pasará el día entre las míseras tablas de su confesonario. Entonces se producirá el milagro más impresionante de toda su vida: el simple hecho de que pudiera subsistir con aquel género de vida.

Porque aquel hombre, por el que van pasando ya los años, sostendrá como habitual la siguiente distribución de tiempo: levantarse a la una de la madrugada e ir a la iglesia a hacer oración. Antes de la aurora, se inician las confesiones de las mujeres. A las seis de la madrugada en verano y a las siete en invierno, celebración de la misa y acción de gracias.

Después queda un rato a disposición de los peregrinos. A eso de las diez, reza una parte de su breviario y vuelve al confesonario. Sale de él a las once para hacer la célebre explicación del catecismo, predicación sencillísima, pero llena de una unción tan penetrante que produce abundantes conversiones. Al mediodía, toma su frugalísima comida, con frecuencia de pie, y sin dejar de atender a las personas que solicitan algo de él.

Al ir y al venir a la casa parroquial, pasa por entre la multitud, y ocasiones hay en que aquellos metros tardan media hora en ser recorridos. Dichas las vísperas y completas, vuelve al confesonario hasta la noche. Rezadas las oraciones de la tarde, se retira para terminar el Breviario. Y después toma unas breves horas de descanso sobre el duro lecho. Sólo un prodigio sobrenatural podía permitir al Santo subsistir físicamente, mal alimentado, escaso de sueño, privado del aire y del sol, sometido a una tarea tan agotadora como es la del confesonario.

Por si fuera poco, sus penitencias eran extraordinarias, y así podían verlo con admiración y en ocasiones con espanto quienes le cuidaban. Aun cuando los años y las enfermedades le impedían dormir con un poco de tranquilidad las escasas horas a ello destinadas, su primer cuidado al levantarse era darse una sangrienta disciplina...

Dios bendecía manifiestamente su actividad. El que a duras penas había hecho sus estudios, se desenvolvía con maravillosa firmeza en el púlpito, sin tiempo para prepararse, y resolvía delicadísimos problemas de conciencia en el confesonario. Es más: cuando muera, habrá testimonios, abundantes hasta lo increíble, de su don de discernimiento de conciencias.

A éste le recordó un pecado olvidado, a aquél le manifestó claramente su vocación, a la otra le abrió los ojos sobre los peligros en que se encontraba, a otras personas que traían entre manos obras de mucha importancia para la Iglesia de Dios les descorrió el velo del porvenir... Con sencillez, casi como si se tratara de corazonadas o de ocurrencias, el Santo mostraba estar en íntimo contacto con Dios Nuestro Señor y ser iluminado con frecuencia por Él.

No imaginemos, sin embargo, al Santo como un ser completamente desligado de toda humanidad. Antes al contrario. Conservamos el testimonio de personas, pertenecientes a las más elevadas esferas de aquella puntillosa sociedad francesa del siglo XIX, que marcharon de Ars admiradas de su cortesía y gentileza.

Ni es esto sólo. Mil anécdotas nos conservan el recuerdo de su agudo sentido del humor. Sabía resolver con gracia las situaciones en que le colocaban a veces sus entusiastas. Así, cuando el señor obispo le nombró canónigo, su coadjutor le insistía un día en que, según la costumbre francesa, usara su muceta.

¡Ah, amigo mío! —respondió sonriente—, soy más listo de lo que se imaginaban. Esperaban burlarse de mí, al verla sobre mis hombros, y yo les he cazado." "Sin embargo, ya ve, hasta ahora es usted el único a quien el señor obispo ha dado ese nombramiento." “Natural. Ha tenido tan poca fortuna la primera vez, que no ha querido volver a tentar suerte."

Servel y Perrin han exhumado hace poco una anécdota conmovedora: Un día, el Santo recibió en Ars la visita de una hija de la tía Fayot, la buena señora que le había acogido en su casa mientras estuvo oculto como prófugo. Y el Santo Cura, en agradecimiento a lo que su madre había hecho con él, le compró un paraguas de seda. ¿Verdad que es hermoso imaginarnos al cura y la jovencita entrando en la modestísima tienda del pueblo y eligiendo aquel paraguas de seda, el único acaso que habría allí? ¿Verdad que muchas veces se nos caricaturiza a los santos ocultándonos anécdotas tan significativas?

Pero donde más brilló su profundo sentido humano fue en la fundación de "La Providencia", aquella casita que, sin plan determinado alguno, en brazos exclusivamente de la caridad, fundó el señor cura para acoger a las pobres huerfanitas de los contornos. Entre los documentos humanos más conmovedores, por su propia sencillez y cariño, se contarán siempre las Memorias que Catalina Lassagne escribió sobre el Santo Cura.

A ella le puso al frente de la obra y allí estuvo hasta que, quien tenía autoridad para ello, determinó que las cosas se hicieran de otra manera. Pero la misma reacción del Santo mostró entonces hasta qué punto convivían en él, junto a un profundo sentido de obediencia rendida, un no menor sentido de humanísima ternura. Por lo demás, si alguna vez en el mundo se ha contado un milagro con sencillez, fue cuando Catalina narró para siempre jamás lo que un día en que faltaba harina le ocurrió a ella.

Consultó al señor cura e hizo que su compañera se pusiera a amasar, con la más candorosa simplicidad, lo poquito que quedaba y que ciertamente no alcanzaría para cuatro panes. "Mientras ella amasaba, la pasta se iba espesando. Ella añadía agua. Por fin estuvo llena la amasadera y ella hizo una hornada de diez grandes panes de 20 a 22 libras." Lo bueno es que, cuándo acuden emocionadas las dos mujeres al señor cura, éste se limita a exclamar: "El buen Dios es muy bueno. Cuida de sus pobres."

El viernes 29 de julio de 1859 se sintió indispuesto. Pero bajó, como siempre, a la iglesia a la una de la madrugada. Sin embargo, no pudo resistir toda la mañana en el confesonario y hubo de salir a tomar un poquito de aire. Antes del catecismo de las once pidió un poco de vino, sorbió unas gotas derramadas en la palma de su mano y subió al púlpito.

No se le entendía, pero era igual. Sus ojos bañados de lágrimas, volviéndose hacia el sagrario, lo decían todo. Continuó confesando, pero ya a la noche se vio que estaba herido de muerte. Descansó mal y pidió ayuda. "El médico nada podrá hacer. Llamad al señor cura de Jassans."

Ahora ya se dejaba cuidar como un niño. No rechistó cuando pusieron un colchón a su dura cama. Obedeció al médico. Y se produjo un hecho conmovedor. Este había dicho que había alguna esperanza si disminuyera un poco el calor. Y en aquel tórrido día de agosto, los vecinos de Ars, no sabiendo qué hacer por conservar a su cura queridísimo, subieron al tejado y tendieron sábanas que durante todo el día mantuvieron húmedas. No era para menos.

El pueblo entero veía, bañado en lágrimas, que su cura se les marchaba ya. El mismo obispo de la diócesis vino a compartir su dolor. Tras una emocionante despedida de su buen padre y pastor, el Santo Cura ya no pensó más que en morir. Y en efecto, con paz celestial, el jueves 4 de agosto, a las dos de la madrugada, mientras su joven coadjutor rezaba las hermosas palabras "que los santos ángeles de Dios te salgan al encuentro y te introduzcan en la celestial Jerusalén", suavemente, sin agonía, "como obrero que ha terminado bien su jornada", el Cura de Ars entregó su alma a Dios.

Así se ha realizado lo que él decía en una memorable catequesis matinal: "¡Dios mío, cómo me pesa el tiempo con los pecadores! ¿Cuándo estaré con los santos? Entonces diremos al buen Dios: Dios mío, te veo y te tengo, ya no te escaparás de mí jamás, jamás."

 

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SAN JUAN MARÍA VIANNEY

 

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LAMBERTO DE ECHEVERRÍA

 

Los arqueólogos austriacos acaban de descubrir una caja de marfil que contiene una reliquia que creen que puede estar relacionada con Moisés y la entrega de los Diez Mandamientos. Según la Universidad de Innsbruck (Austria), el relicario contenía una caja de marfil de 1.500 años de antigüedad adornada con motivos cristianos.

 

El objeto fue descubierto en el sur de Austria, debajo de un altar que había dentro de una capilla en la cima de Burgbichl, una pequeña colina, en el municipio de Irschen.

«Conocemos alrededor de 40 cajas de marfil de este tipo en todo el mundo y, hasta donde yo sé, la última vez que se encontró una de ellas fue hace unos 100 años; las pocas píxides que existen se conservan en los tesoros de las catedrales o se exhiben en museos«, dijo en un comunicado Gerald Grabherr, el arqueólogo principal.

La biga, el carro de la Ascensión

«Esta es la representación típica de la entrega de las leyes a Moisés en el Monte Sinaí, el comienzo de la alianza entre Dios y el hombre en el Antiguo Testamento. La representación de escenas del Antiguo Testamento y su conexión con escenas del Nuevo Testamento es típica de la Antigüedad tardía y, por tanto, encajaría», dijo Grabherr.

Otro de los motivos representa a un hombre en un carro con dos caballos y una mano que sale de las nubes y eleva a esta figura hacia el cielo. «La representación de la Ascensión de Cristo con la llamada biga, un carro de dos caballos, es muy especial y hasta ahora desconocida«, afirma Grabherr.

 

Caja

 

Los arqueólogos han descubierto dos iglesias cristianas, una cisterna y los efectos personales de los antiguos habitantes de un asentamiento. Hacia el final del Imperio Romano, cuando los tiempos eran más inciertos, los colonos residían en las cimas de las colinas, ya que eran más fáciles de defender.

Los arqueólogos están realizando más investigaciones sobre el origen del marfil, los componentes metálicos y las piezas de madera que también se encontraron en la caja de mármol.

 

"Ignacio de Loyola"

SOLDADO – PECADOR – SANTO

 

IGNACIO DE LOYOLA narra la vida de un joven soldado, Iñigo (Ignacio de Loyola), que se vio obligado a renunciar a su carrera militar tras resultar herido en batalla. Postrado en cama y dedicado a nuevas lecturas, lo que se presentaba entonces como una desgracia se tornó en un deseo ardiente de convertirse en santo.

 

Desde entonces, el joven y pasional Loyola se encontrará inmerso en una nueva batalla: la de enfrentarse con la incredulidad, el rechazo de la gente más cercana y la necesidad de luchar por encima de todo contra sí mismo.

 

La película también muestra cómo Ignacio tejió las pruebas, los errores y las lecciones de su azarosa vida en el tejido de su obra maestra, los Ejercicios Espirituales. Combinando la claridad de pensamiento con el amor de fantasía e imaginación de Ignacio, los Ejercicios forman un método riguroso para tomar decisiones de vida y han guiado e innumerables buscadores a lo largo de la historia.

 

 

 

FICHA TÉCNICA

Título original: Ignacio de Loyola
Tipo: Película
Productora: Jesuit Communications Foundation
Director: Paolo Dy, Cathy Azanza
Guión: Paolo Dy, Cathy Azanza, Pauline Mangilog-Saltarin, Emmanuel Alfonso, Ian Victoriano
Duración: 118 minutos
Idiomas: Español / Inglés
Sistema: PAL
Año: 2016
Calificación: No recomendada para menores de 12 años

 

Ignacio de Loyola

Soldado y santo

Siglo XVI. Desde su infancia el joven capitán Íñigo de Loyola ha querido demostrar que merece el respeto de su linaje. Decimotercer hijo de Beltrán Yáñez de Oñaz y Loyola, VIII señor de la casa de Loyola de Azpeitia. Íñigo ha sentido que se le ha negado ese honor que tanto añora, a favor de otros miembros de su familia.

Militar de profesión, sueña a sus treinta años con emular a legendarios caballeros como Amadís de Gaula, que para él pasaría por emprender grandes gestas por la Corona de Castilla. Hombre valiente y pasional estará dispuesto a morir entonces contra el ejército francés en defensa del castillo de Pamplona. Pero Dios tendrá otros planes.

Insólita película filipina rodada en España, país que aporta también actores y coproducción. Acierta este biopic en quedarse incompleto, es decir, en centrarse en la juventud del héroe –del santo– y no abarcar una trayectoria vital que tan sólo podría contarse en formato, digamos, de serie televisiva (lo cual, ya puestos, sería una gran idea).

El director debutante Paolo Dy (Manila, 1978) decide así cerrar su film mucho antes de que la Compañía de Jesús irrumpiera en la cristiandad y centra su interés sobre todo en la batalla interior del protagonista, un personaje quijotesco, obsesionado con realizar hazañas caballerescas, llenas de valentía y honor, salvamentos de damiselas y muertes heroicas en el campo de batalla.

Para contar la historia de Ignacio de Loyola –producida por la Jesuit Communications Foundation–, Dy, también guionista, ha tenido con el asesoramiento de numerosos jesuitas y se ha basado en los escritos autobiográficos del propio santo, quien, cual si fuera un hombre de letras, aparece aquí varias veces dando rienda suelta a su imaginación literaria, contando las andanzas de quien sería su alter ego, el supuesto caballero en quien se quiere convertir.

La narración, por su parte, no pierde ritmo y está bien trazado el itinerario del protagonista, desde sus ademanes belicosos hasta su postración y posterior conversión, hasta llegar finalmente al proceso inquisitorial a que se vio sometido.

 

 

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SAN IGNACIO DE LOYOLA

 

Una gran historia de los primeros tiempos del cristianismo

Se considera la primera representación pictórica conocida de la crucifixión de Jesús. El grafito fue descubierto en 1857, cuando el edificio denominado domus Gelotiana (una especie de internado para los pajes imperiales) fue desenterrado en el monte Palatino. Se data como fecha aproximada el año 85-95 d.C., bajo el emperador Domiciano, ya que posteriormente habría permanecido sellada la casa. Es el grafito de Alexámenos.

 

“Alexámenos adorando a su Dios”

Pocas personas saben que una de las representaciones más antiguas que conocemos de la crucifixión de Cristo no es una hermosa imagen del Señor, ni siquiera un intento piadoso de los primeros cristianos por recordar a Jesús en su Pasión. Es, por el contrario, una burla: un crucificado con cabeza de asno.

Se encuentra en Roma, y fue dibujada por algún desconocido para burlarse de Alexámenos –un joven cristiano– por su fe en Cristo. Debajo del dibujo aún se puede leer la siguiente inscripción en griego:

Alexámenos adorando a su Dios” /  Αλεξαμενοϲ ϲεβετε θεον (Alexámenos sébete theón)

 

alexamenos

 

 

sabemos, los primeros siglos del cristianismo serían una época de muchísimas persecuciones y ataques a los cristianos. Incluso antes de las grandes persecuciones fieles como Alexámenos debían sufrir la oposición y los ataques de conocidos y desconocidos.

Entre otras muchas lecciones que podemos extraer de esos tiempos se encuentra la siguiente: al cristiano nunca le faltarán tribulaciones. Estas pueden ser interiores o exteriores, pero ciertamente aparecerán en muchos momentos de nuestra vida.

Quien sigue a Cristo sabe que tarde o temprano, de un modo u otro, sobrevienen las tribulaciones. Es quizás humanamente comprensible querer que nuestra vida transcurra por las aguas tranquilas de un mar calmo.

 

Las vidas de los grandes santos, sin embargo, nos enseñan que los obstáculos son parte de nuestro peregrinar terreno y que es iluso un cristianismo sin cruz.

 

“Alexámenos es fiel”

El cristiano debe acoger la gracia de Dios para crecer en esta gran virtud de la esperanza. Esto precisamente nos pedía San Pedro: una paciencia nutrida de esperanza.

No es la actitud de quien se encoge sobre sí mismo para aguantar los golpes de la vida. La “hypomone”, la esperanza que nos pide el Apóstol, mira siempre al Señor, confiando en su amor y en sus promesas, que nunca –nunca– fallan. Es por eso una esperanza activa, no resignada sino tenaz, firmemente anclada en la fe.

 

alexameno fidelis

 

 

La historia de Alexámenos no se queda en la burla. A pocos metros, en otra pared, fue grabada otra inscripción: “Alexámenos es fiel”. Quizás la escribió el mismo Alexámenos o alguien que lo conocía.

Eso no lo podemos saber. Lo que sí podemos saber es que con toda seguridad, en medio de las dificultades, Alexámenos enfrentó la situación con fe firme y una tenaz esperanza. Es decir, con “hypomoné”.

 

 

 

+info

sobre el Grafito de Alexámeno (wikipedia)

 

Por Kenneth Pierce

 

 

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